IÑIGO GARCÍA ODIAGA
ARQUITECTURA

Almacenar la memoria

Por mucho que la ciencia avance y la capacidad de supervivencia del ser humano sea cada vez mayor, la longevidad sigue teniendo un punto débil en aquello que precisamente nos hace tal y como somos: la memoria. Los recuerdos, la capacidad de aprender del pasado y la existencia de un relato histórico son las armas que, tanto de forma individual como colectivamente, nos posibilitan enfrentarnos al futuro.

Por este mismo motivo, cinco asociaciones culturales de la ciudad de Milán se han unido para poder preservar la memoria de la conquista de la libertad y la democracia a lo largo de la convulsa historia de la República Italiana. El equipo de arquitectos del estudio Baukuh ha proyectado esta Casa de la Memoria, un edificio cúbico que alberga un inmenso archivo, oficinas y espacios para exposiciones y conferencias. La edifición se presenta como una sencilla caja, a modo de un gran silo de grano o de un búnker; en definitiva, a modo de una caja fuerte encargada de acoger y preservar la memoria de los milaneses.

Aunque pueda parecer una obviedad la existencia de un edificio de estas características, lo cierto es que la Casa de la Memoria de Milán es un monumento que no tiene muchos precedentes. En realidad, no es exactamente ni un archivo, ni un museo, no es tampoco un centro cultural, ni una biblioteca. La Casa de la Memoria es, en definitiva, algo más parecido a un almacén.

Su simplicidad exterior dialoga con la extrema sencillez del esquema propuesto para el interior, que permite una máxima flexibilidad en la organización interna del edificio, capaz de adaptarse a las necesidades siempre cambiantes de una institución cultural contemporánea. El inmueble se divide en tres partes, conectadas una a otra por una planta baja totalmente abierta. Esta organización interna, de sencillas bandejas de hormigón, tiene su contrapunto en la enorme escalera amarilla insertada entre los tres niveles del edificio. El contraste entre los niveles estrechos de archivo y la dimensión colosal de la escalera permite que los espacios de oficina y de exposición adquieran amplitud y que el visitante perciba una atmósfera más extensa y generosa.

En cierto modo, el edificio también recuerda a los monumentales almacenes de maíz –kornhäuser o «casas de maíz»– de las ciudades medievales alemanas; enormes graneros públicos que, a menudo, eran el edificio más grande de la ciudad y que se encontraban normalmente en el centro de la urbe, dada la necesidad de defender el suministro de alimentos de la población en caso de ataque. Debido a su tamaño y posición, estas grandes cajas mudas se convirtieron en monumentos donde los que la simplicidad del interior contrastaba con un exterior ricamente decorado.

Y como aquellos edificios, el proyecto del estudio Baukuh presenta un exterior hermético pero dibujado, casi caligrafiado, con una colección de imágenes que fue cuidadosamente definida por un comité científico. Esas imágenes muestran diecinueve retratos de ciudadanos milaneses anónimos, que sugieren la multiplicidad de la población albergada por la ciudad en el período de la postguerra. El conjunto gráfico de las fachadas se complementa con ocho imágenes históricas donde se registran momentos determinantes de la historia reciente de la ciudad, como las deportaciones a los campos de concentración, la liberación del fascismo o el atentado a la Piazza Fontana. Esta decoración exterior en ladrillo policromado establece una relación directa con la tradición de las construcciones históricas lombardas de Milán, como el Ospedale Maggiore o Santa Maria delle Grazie, y al mismo tiempo mantiene la sobriedad pobre de este material de construcción primario, generando también una conexión profunda y precisa con la tradición industrial del barrio de Isola, en el que se asienta el edificio.

A los ladrillos normales que componen la fachada se les han añadido otros policromados, en una gama de seis colores diferentes, que se han producido especialmente para esta obra. A partir de las imágenes fotográficas seleccionadas del archivo, se produjo un patrón gráfico al reducir dichas imágenes a unos píxeles subdivididos en los mismos seis colores. De este modo, a cada ladrillo en el panel de la fachada le correspondería un píxel de la imagen seleccionada. El resultado de este proceso es una matriz impresa y aplicada in situ con el fin de guiar con precisión la disposición de los ladrillos.

Las imágenes grabadas en las fachadas aparecen más claramente desde lejos y van perdiendo nitidez a medida que te acercas. Se disuelven en una especie de polvo, de nube de puntos que flotan, como si finalmente no estuvieras seguro de la misma verdad que con nitidez se observaba en la distancia. Un juego, una trampa de los sentidos y de la percepción, que al fin y al cabo funciona como la propia memoria, dejando ver con claridad las cosas que nos vienen lejanas y nublando las que nos afectan directamente.