ARTURO F. RODRIGUEZ
PANORAMIKA

Contenedores

Buena parte del debate contemporáneo sobre políticas culturales se centra en el intento de armonizar contenedores y contenidos. Pero este par, que se nos aparece habitualmente como conflictivo, puede dar lugar a nuevos enfoques, posiciones o solapamientos. En el arte, el contenedor puede ser el contenido, fundiendo o solidificando la forma y el fondo; mientras que en la teoría cultural, el contenido puede ser un contenedor de nuevas propuestas, susceptibles de cobrar forma. Algo de todo esto sucede en dos propuestas que encontramos para el mes de octubre.

Las relaciones entre el cine, la ciudad moderna y la arquitectura se asientan en los orígenes del cinematógrafo, al final del siglo XIX. La representación cinematográfica de los entornos urbanos y arquitectónicos ha generado siempre nuevas formas de producción de imágenes. De otro lado, las herramientas del cine, con todo su potencial estético, han propiciado el interés de la arquitectura en el cine. Es precisamente en las alianzas y en las inspiraciones recíprocas que surgen entre la arquitectura y el cine en aquello que se centra el ciclo “Arquitecturas: lenguajes fílmicos”, que presenta una nueva edición durante el mes de octubre y que se celebra a caballo entre Cristina Enea y Tabakalera de Donostia. Bajo el título “Pensar sin barandillas”, este evento analiza las relaciones entre los poderes simbólicos, políticos y económicos que surgen en la intersección de cine, espacio público y arquitectura. Cuatro interesantes sesiones que incluyen proyecciones y debates con la presencia de Antoni Muntadas y las próximas de David Caralt (días 14 y 15), Dean Mcnell (21 y 22) y Mar Villaespesa (28 y 29).

En estas jornadas, el contenido salta de la pantalla a la arquitectura y viceversa. El contenedor arquitectónico se pliega al contenido cinematográfico y vemos también cómo el cine se convierte en contenedor de arquitecturas y espacios de reflexión.

La exposición “Matriz”, de Iago Rey de la Fuente (hasta el 23 de octubre en BilbaoArte), también toma como punto de partida la idea de contenedor. El autor se enfrenta en primer lugar a la idea de embalaje o de caja desde posiciones escultóricas: «El objetivo es subvertir la relación contenedor-continente que a lo largo de la historia, y sobre todo en el contexto del arte, se ha mantenido. Tomar la noción de caja, de embalaje de obra y reflexionar sobre su concepción formal, conceptual y simbólica».

Los desenlaces de este trabajo (“piezas-caja”) siguen dando frutos, pero el proyecto expositivo de Iago Rey para Bilbaoarte aborda además una nueva vía de exploración. En esta segunda fase (“Matriz”), las piezas abandonan toda relación con las terceras obras que le servían de referencia; ahora la forma no se relaciona con ninguna función concreta y entra en territorios de indeterminación. Las diferentes obras que dan lugar a esta nueva extensión del proyecto tienen precisamente su razón de ser como consecuencia de haberse liberado de una “forma molde”. La horma, el recipiente, el encofrado que usa el autor, provoca en ocasiones resultados azarosos que inscriben en la obra el proceso con la marca del tiempo. Se tratan de piezas rotundas, en las que la idea de cimiento o de estructura está muy presente; es la expresión de una economía de sentido que choca con la meticulosidad y el acabado de las “piezas-caja”, pero con las que compone una secuencia tan lógica como eficaz.