Zaida Membrano
ser mujer en irán

La contienda oculta bajo el «hijab» en irán

Abre la puerta su mejor amiga, la que se encargará de traducir sus palabras, porque Fatemeh no habla inglés. Tras unos segundos, aparece la mujer que he venido a entrevistar, cubierta con un «hijab» estampado que no deja a la vista ni un solo cabello. Lo primero que le pregunto es por qué lo lleva, si en casa no hay ningún hombre. Responde que es la costumbre, y automáticamente se deshace el nudo atado al cuello y deja al aire una cabellera negra, espesa y brillante, que le llega hasta la cintura, elevando ese objeto de deseo que el Islam obliga a esconder, hasta su máxima expresión.

Fatemeh tiene 28 años y hace seis que se casó con el hombre que amaba, con quien tiene una hija de dos años. Trabaja como diseñadora gráfica por su cuenta. «Antes estaba empleada en un estudio, pero tras dar a luz, me resultaba complicado compatibilizar la crianza de mi hija con los horarios, así que decidí trabajar como freelance y me va muy bien». En Irán, las mujeres trabajadoras tienen derecho a una baja breve por maternidad, que algunas fuerzas del Parlamento abogan por ampliar. Aunque la iniciativa parece una apuesta por los derechos de la mujer, lo que pretende realmente es alargar su estancia en casa tras la maternidad, lo que complica, a la larga, su reincorporación a su lugar de trabajo.

Irán padece un grave envejecimiento de la población, que preocupa desde hace años a las autoridades. Para paliar la baja cifra de nacimientos, las fuerzas políticas conservadoras han presentado propuestas como el Plan de la Familia y la Población, dirigido a fomentar la natalidad. Un proyecto de ley que ha provocado críticas dentro –el Gobierno de Hasan Rohani se opone, al considerarlo innecesario– y fuera del país, dado que contempla medidas como la ilegalización de la vasectomía y la consideración de que la primera obligación de la mujer es cuidar de los hijos, relegando a un segundo lugar su labor profesional.

Cuando Fatemeh tuvo a su niña, consultó a su marido si podía volver al trabajo. Años atrás, cuando aún estaba soltera, habría realizado a su padre la misma pregunta. Aunque la mujer iraní es independiente y ambiciosa, la ley la sigue situando bajo el amparo del hombre. La cultura también tiene mucho peso en esa consideración de la mujer como un ser al que el hombre debe proteger. Pero cada vez menos. «No me parece mal hablar de estas cuestiones con mi marido. Somos una familia», precisa. Pero el cambio social que está experimentando Irán es palpable hasta en familias como la de Fatemeh. Admite que no quiere tener más hijos, decisión que la aparta de la tendencia histórica de este país. «Quiero tener tiempo para mí. Ir a natación, dedicarme a mí. Si tengo más hijos, será más difícil. Y lo más importante, si tengo un solo hijo, podré darle todo lo que necesita; pero si tengo más, no será posible», resume convencida.

La delicada situación económica que vive el país, lastrado por años de duras sanciones que han ahogado a la clase media, está empujando a las nuevas parejas a tener uno o ningún hijo. Estas familias son incapaces de proporcionar a sus vástagos lo que sus padres les dieron a ellos en los primeros años de la República Islámica, cuando la represión era mayor, pero el estatus económico de la población también era superior. Pero Fatemeh no cree que la mujer en Irán goce de menos derechos que las mujeres de otros países. «El Islam pone a todas las mujeres en un estadio superior. Las mujeres musulmanas tenemos una posición elevada. Se nos respeta y eso es gracias al hijab. Debemos ser respetuosos con nuestra religión y por eso llevo el velo cuando salgo de Irán. Me siento cómoda y segura llevándolo». ¿Ves bien que el hijab sea obligatorio en Irán? «¿Por qué me haces esta pregunta? Es una cuestión política a la que no voy a contestar», responde, incómoda. Como reacción, subraya que la cultura de Irán es «muy diferente a la de Occidente» y, por ello, aprueba que tenga que pedir permiso a su marido para salir al extranjero. «Respeto las normas. Esto es Irán y no es tan duro. Somos libres, pero aquí hay unas normas que hay que respetar. Las cosas han mejorado mucho en relación a años atrás. Ahora, si hace calor, puedo llevar la manga hasta el codo. Antes era impensable». Un marco normativo en el que Fatemeh se siente cómoda y protegida. Protegida de las miradas ajenas. Como las que sentiría clavadas en su cuerpo si se bañara en traje de baño rodeada de hombres extraños. Por eso, en algunas comunidades de vecinos con piscina, se establecen turnos para que cada familia disfrute de la instalación en la intimidad y nunca en compañía de los otros vecinos. «No he bebido alcohol en mi vida, ni lo beberé. Mi deseo es convertirme en la mejor madre y en la mejor diseñadora del mundo», concluye.

La moda como herramienta para el cambio. Unas gafas de sol gigantescas Louis Vuitton protegen los ojos de Helia del sol que abrasa Teherán en el mes de julio. Lleva el velo como un accesorio más de su vestuario, dejando al descubierto gran parte de su melena rubia. Cuando contaba con 12 años, culminó el que puede considerarse su primer diseño. «Se pusieron de moda unos pantalones. Los llevaban las chicas mayores. Mis padres se negaban a comprarme unos, así que cogí tela y me cosí a mano mis propios jeans». Viéndola hablar, con un brío y una determinación rebosantes, esta mujer de 30 años poco tiene que ver con el estereotipo de mujer oprimida y subyugada que Occidente tiene de las iraníes. Sin duda, los años de aislamiento y la propaganda mediática no han ayudado a dar a conocer las diversas realidades que, sobre todo en los últimos años, pueblan esta sociedad en el corazón de Oriente Medio. Su tía, costurera de Christian Dior en París, le contagió la pasión por la moda, y a una edad muy temprana se compró su primera máquina de coser. «Desde que era una niña he querido montar mi propia empresa. Ganar dinero. Mi primer negocio fue hacer cajas para regalos, que vendía a mis amigas. Mi padre es fotógrafo, así que también aprendí ese arte. Empecé a estudiar diseño gráfico, luego me centré en la moda y ahora estoy aprendiendo un nuevo estilo de coser llamado ‘International Beauty Easy’, para perfeccionar mi técnica».

La primera pregunta que le viene a uno a la mente al conocer a una diseñadora de moda en Irán es qué tipo de prendas diseña, en un país donde la ley obliga a las mujeres a seguir un código estricto de indumentaria islámica. «Las normas pueden respetarse sin tener que vestir de manera aburrida y de negro. Siempre hay espacio para ir fashion, aunque tengas que llevar un manto (camisa larga) o el hijab». Algunas mujeres, continúa, «se conforman con ir de negro, aburridas. Yo amo el color y mis diseños respetan los criterios islámicos, pero dotan a la mujer de estilo y elegancia». Helia diseñó para otras marcas en el pasado, hasta que un día decidió crear su propia firma: Coco Samuel. «Mis amigos me llamaban siempre Coco porque me tiraba el día cosiendo, así que la primera palabra de mi marca hace honor a la diseñadora más importante de todos los tiempos, y la segunda, a una persona que respeto por encima de todo», aclara sin más detalles. La creatividad de Helia le permite vestir a las mujeres musulmanas de su país con diseños distinguidos. Su primera colección, de treinta piezas, incluye prendas con capucha, haciendo innecesario el velo. Un ingenio con el que esta diseñadora sortea el hijab, sin saltarse la ley. Ahora está trabajando para organizar su primer desfile, al que solo asistirán mujeres: «Si invito a hombres, puedo tener problemas».

Los desfiles de cierta envergadura que se organizan en Irán raramente son mixtos. Si las modelos desfilan delante de hombres, deberán guardar una compostura extrema. Pero si lo hacen ante público femenino, les está permitido relajarse y sonreír. Helia sabe que aunque intente ser innovadora, la ley limita su creatividad y el potencial de su talento. Pero las iraníes deben guardar las formas solo en los espacios públicos. En el interior de las viviendas son libres de vestir como quieran. Por ello, cuando se organiza una fiesta, siempre hay un cuarto que los anfitriones reservan para que las invitadas se cambien al llegar. Entran en la casa con vestidos hasta las rodillas, mangas largas y el pelo cubierto. Tras cambiarse, aparecen en el salón con minivestidos, escotes y tacones. Y, obviamente, sin pañuelo. Libres de atuendos farragosos, la fiesta se desata hasta altas horas de la madrugada, bailando y cantando con frenesí, actos prohibidos para la mujer en público. Aunque en otros países Helia tendría más posibilidades de trabajar, quiere quedarse en Irán. «No quiero perder la esencia de mis diseños, pensados para embellecer a la mujer iraní». Resume su máxima con esta metáfora: «Si usas el negro durante diez años, al final tendrás una depresión. Es algo inevitable. No puedes vivir en una habitación pintada de negro y pretender ser feliz. Respeto la normativa de mi país, solo intento hacer algo artístico».

Altamente formadas, severamente discriminadas. El 60% de los universitarios de Irán son mujeres. Una cifra que arroja una realidad imparable: las iraníes no quieren quedarse en casa ejerciendo solo de madres y esposas. Desean tener un rol destacado en la sociedad, acceder a puestos de trabajo cualificados y ser tratadas en condiciones de igualdad. No quieren ser occidentales. Aman a su país y su cultura. Pero se resisten a aceptar el papel de pasivas y sumisas que se les atribuye desde el exterior. No es una empresa fácil, ya que la cultura las discrimina por defecto. Y si en Europa se pone énfasis en luchar contra este tipo de degradación de la mujer, consiguiendo éxitos muy exiguos, en Irán la discriminación está arraigada y la sociedad necesita tiempo para dejar de ver a la mujer con la misma condescendencia con la que se trata a un menor. En Irán una mujer no puede ser juez. Su emotividad desvirtuaría las sentencias. Tampoco puede ser rectora en la universidad ni presidenta del Gobierno. Y, sin embargo, las carreras técnicas como las ingenierías y las matemáticas están abarrotadas de mujeres, señal no solo de la inteligencia de las iraníes, sino de la concepción que tienen estas de sí mismas. Se ven capaces y decididas a desarrollar roles tradicionalmente ejercidos por hombres. Otra cosa es la realidad que encuentran cuando salen al mundo laboral: la tasa de paro femenino ronda el 30%, diez puntos por encima que la masculina.

Sareh estudia matemáticas en la universidad de Amir Kabir. Tiene 23 años y encarna la generación tardía de los hijos de quienes protagonizaron la Revolución Islámica. Los eslóganes contrarios al Sha Reza Pahlavi, el último monarca de Irán que tuvo que huir del país por la presión popular en 1979, le quedan muy lejanos. Nació cuando la República Islámica ya estaba sólidamente establecida, en pleno proceso de resarcimiento tras ocho años de guerra con Irak (1980-1988). Pero la proliferación de internet y las redes sociales la han acercado al mundo que las autoridades islámicas han querido siempre mantener en un lugar remoto. Las redes sociales Facebook y Twitter están censuradas en Irán, así como miles de páginas cuyo contenido es considerado inmoral o que pone en peligro la seguridad del país, criterio bajo el cual se prohíben desde páginas pornográficas o eróticas a informaciones incómodas. Pero, pese a la prohibición, muchos políticos, incluido el líder Supremo, el ayatolá Alí Jamenei, tienen un perfil en estas redes, que utilizan como plataforma para dirigirse a la sociedad. Una paradoja que se explica por las dos corrientes políticas con poder que coexisten en el Irán actual. La primera la encarna el Gobierno del moderado Hassan Rohani, el cual aboga por la liberación total de internet y por una reducción de la presión sobre la mujer. La segunda, liderada por políticos y clérigos ultraconservadores, no duda en coartar la libertad de la mujer siempre que puede, mediante leyes y su acoso en la vía pública, y considera que internet es una herramienta peligrosa que acerca la toxicidad occidental a la juventud iraní.

Pero Sareh ni siquiera entiende de política. Lo que ahora mismo más le preocupa es no tener libertad para bailar cuando y donde le apetece. Asiste a clases de zumba, pero le gustaría poder bailar ahora mismo, en el parque en el que se encuentra. Aunque el Irán de hoy es mucho más permisivo que el de hace diez años, la ley islámica considera indecente que una mujer baile, cante o se divierta en exceso en un espacio público. No resulta sencillo para una juventud ultraconectada a internet y altamente formada encajar estos límites. «Me gusta Irán y me siento a gusto, pero no puedo ser todo lo activa que quisiera», explica. Esta joven cree que el acuerdo nuclear alcanzado por Irán y las potencias occidentales el pasado 14 de julio no cambiará esta situación porque, a su juicio, la sociedad iraní es muy conservadora. «Lo veo en mis amigos. No son muy religiosos, pero su forma de pensar es muy tradicional».

Una reforma compatible con el Islam. La situación de la mujer iraní cambió radicalmente tras la Revolución Islámica. El país se desprendió hace 36 años de una monarquía dictatorial, corrupta y pro occidental y dio la bienvenida a una república islámica. Cuando el hijab todavía no era obligatorio, en los primeros meses del nuevo régimen, muchas mujeres que en la época anterior no lo llevaban porque estaba mal visto, empezaron a cubrirse la cabeza como muestra de su fe en el Islam. Luego vino la imposición de la Sharía, que regula el país según la ley islámica. La mujer pasó por ley a estar por debajo del hombre. Este tiene la custodia de los hijos en caso de divorcio y se le asigna el derecho y deber de ser el jefe de la familia. Se legalizó la poligamia, lo que permite al hombre iraní tener más de una mujer –algo muy infrecuente– y hasta hace poco, las mujeres debían pedir permiso a sus maridos para separarse. Si la razón no era lo suficientemente convincente para el juez, este denegaba la petición. En la actualidad, muchas mujeres incluyen en el contrato matrimonial el derecho a divorciarse.

«La religión no tiene nada que ver con nuestros derechos. La sociedad iraní necesita una reforma que es totalmente compatible con el Islam». Quien habla es Shahla Sherkat, una veterana periodista y activista defensora de los derechos de la mujer. Hace cinco meses que la justicia cerró la revista que dirigía, “Zanan Emrooz” (Mujer hoy), por abordar en un extenso artículo el «matrimonio blanco», como se conoce en Irán a las parejas que conviven sin estar casadas. La ley prohíbe mantener relaciones sexuales antes del matrimonio y la judicatura consideró que el artículo fomentaba esa práctica. Sherkat lamenta profundamente su cierre, porque era la única revista que abordaba los problemas de las mujeres en su país: «Uno de los principales objetivos de ‘Zanan’ era explicar a las mujeres sus derechos, porque muchas veces los desconocen».

Shahla Sherkat critica que se atribuya al Islam la situación de discriminación de la mujer iraní. Considera que las interpretaciones de la religión a veces no son acertadas, pero defiende que la esencia del Islam no veja a la mujer. En su opinión, los problemas de las mujeres deben solucionarse de raíz, cambiando la ley. «También tienen que evolucionar las creencias tradicionales de una parte de la sociedad, pero para lograrlo se necesita tiempo. Es un tema cultural. Solo se cambia con el tiempo. Hay que esperar», desgrana.

«El activismo de las mujeres en Irán es lo que está promoviendo ese cambio». Como ella, hay otras mujeres que no acallan su voz, sino que la alzan cada vez que tienen la oportunidad de denunciar una injusticia. Presionan al Gobierno para que no acepte leyes represivas y desde la abogacía, defienden casos complejos de mujeres imputadas por adulterio o delitos de otra índole, en los que la justicia raramente está de su parte. Entre los principales problemas que afrontan las iraníes, apunta esta activista, se encuentra la falta de oportunidades laborales y la dificultad de compatibilizar el trabajo y la familia: «El Gobierno de Rohani debe poner fin a las cuotas universitarias que limitan las plazas para las universitarias en favor de sus compañeros». En algunas carreras científicas con una presencia elevada de mujeres, las universidades vetan a las chicas cuando se ha llegado a un cupo. «Si la mujer tiene estudios y está preparada, será independiente y autónoma», asegura, apuntando a la razón que subyace en la limitación del acceso de mujeres a determinadas carreras. «Se busca el equilibrio, que la sociedad no se llene de ingenieras, pero nunca deberían ponerse límites por razón de sexo».

No besarás en público. Quien también sufre los límites de las mujeres en su país es Kamelia Karimi. Aunque apuntaba para ingeniera agrónoma, carrera que terminó, un día sintió una revelación y su vida dio un vuelco. Quería ser actriz. Y con ese propósito se apuntó a un instituto de interpretación. Esta noche se prepara para salir al escenario a interpretar a la bella Andrómaca, en una de las obras más conocidas del dramaturgo francés Jean Racine. Su padre no lo entendió cuando le dijo que cambiaba los números por el teatro. Pero hoy, esta mujer de 38 años, soltera y sin hijos, se siente realizada y lucha por ser coherente con sus deseos, en una sociedad donde los deseos son continuamente reprimidos.

No besarás en público, ni encima de un escenario, ni delante de una cámara. Tres mandamientos que los actores deben respetar y, en caso de no hacerlo, pueden ser detenidos y en el peor de los casos, encarcelados. «Ser mujer y actriz es muy complicado, porque a veces debemos actuar cerca de los hombres, aunque jamás podemos tocarlos, y una parte de la sociedad censura nuestro trabajo», explica sin atisbo de resignación. «Tenemos un camino muy duro para el progreso, pero espero que podamos cambiar esta situación. Estoy convencida de que en el futuro las mujeres ganaremos poder en Irán».