IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Ancestros

No sé lo que significan todas estas cosas. No es mucho. De hecho, es casi nada. Solo puedo decirte que en algún sitio, al final de todo este lío [un conjunto de objetos], está el lugar adonde perteneces». Estas son algunas líneas de la obra de teatro titulada “Cuando deje de llover”, con guion de Andrew Bovell, dramaturgo australiano. La obra trata de la búsqueda del sentido de pertenencia a lo largo de la historia de varias generaciones, sobre cómo los hijos intentan rastrear la historia no vivida y cómo los padres sobreviven a su historia para destilar las esencias de lo anterior para el futuro.

Somos hijos de nuestra genética y de su expresión histórica, y también de los eventos que han condicionado la Historia con mayúsculas de todos los que vinieron antes de nosotros. Hoy miramos al pasado y quizá podamos identificar los puntos de giro, los hechos que exigieron de nuestros mayores la puesta en marcha de todos los recursos de los que disponían. Empezando por la guerra –mucho más cercana de lo que queremos recordar las generaciones posteriores–, pero también las migraciones, la búsqueda de trabajo… Al mismo tiempo, somos hijos secretos de otro tipo de historia, una más cotidiana e íntima, menos difundida y absolutamente inmediata. Somos depositarios, como beneficiarios o afectados de la asimilación que nuestros ancestros hicieron de todos estos hitos, de sus encrucijadas.

Pasó lo que pasó, eso podemos verlo fácilmente en fotografías familiares, leerlo en libros o periódicos, e incluso ver los reportajes que se hicieron de una época. Pero, ¿cómo esta historia se convirtió en historias que contar u ocultar?, ¿cómo de lo objetivo se pasó a lo subjetivo y finalmente se trasladó a nosotros? Los eventos per se no pueden transmitirse, suceden en un instante y en un lugar y permanecen allí, pero sí lo hacen las conclusiones vitales, las estrategias para afrontarlos e incluso el olvido. El olvido que rompe el hilo entre lo que hicieron a partir de entonces y el momento en el que se originó esa manera de vivir; el olvido fruto del dolor de recordar, insoportable para algunas personas.

Un ejemplo que los que hemos tenido la suerte de convivir con nuestros abuelos y abuelas podemos probablemente identificar es la negativa a hablar de los tiempos difíciles. Como descendientes, podemos intuir esos desafíos y que algo sucedió que cambió a una madre, un tío o un abuelo para siempre a partir de entonces en un sentido u otro. Pero a menudo esa conexión se nos es negada. Aunque queramos saber, las nieblas del tiempo y la necesidad de no mirar ahí nos obligan a especular, a fantasear, y, por tanto, a crear una explicación que nos permita comprender.

Con cuidado, dejamos de preguntar, de insistir en lo que percibimos que duele, pero no podemos renunciar a la búsqueda de sentido, así que la alternativa que nos queda es nuestra propia historia, con minúsculas, que unifique, con un hilo nuevo, los eventos del pasado con nuestro presente. Un hilo que creemos que es parecido al original, cuyo trenzado con la Historia con mayúsculas es coherente desde nuestra perspectiva y que sujeta la continuidad de la identidad tanto propia como de nuestros ancestros.

De lo que a menudo no somos tan conscientes es de que para tejer ese trazado nuevo, usamos la materia prima de nuestras propias ideas, nuestros recursos, nuestra visión particular del mundo fruto de las experiencias del presente. Y en ese proceso, muchas veces añadimos algo valiosísimo: nuestra intención de redimir y de quedarnos con algo útil que podamos poseer sin el dolor de los anteriores. Lejos de ser una desventaja, lejos de atacar el rigor o la objetividad, quizá esta transformación, fruto del olvido de ciertas partes de la Historia, dé paso a las historias y quizá nuestra inventiva nos libere en parte de los callejones sin salida y nos invite a abrir paso al futuro.