Iratxe Fresneda
Elkarrizketa
Marcia Tambutti

«A mi abuelo, Salvador Allende, lo habían enterrado en una tumba con otro nombre: lo encerraron en el anonimato, trataron de borrarlo»

El documental “Allende mi abuelo Allende” surgió de la búsqueda curiosa e inagotable de las huellas familiares que quedaron tras los dramáticos sucesos que vivió la sociedad chilena debido al golpe de Estado de Augusto Pinochet y, más concretamente, en la familia de Salvador Allende (1908-173), de cuya proclamación como presidente se cumplieron 45 años el 3 de noviembre pasado. Marcia Tambutti Allende, una de sus nietas, se sumerge en los recuerdos almacenados en la memoria familiar para elaborar este documental que, tras pasar con éxito por el Festival de Cannes, recaló en Donostia.

¿Qué habitaba detrás del personaje público de Salvador Allende? ¿Qué quedó de él y de aquellas personas que orbitaron en su existencia? Marcia Tambutti Allende, una de las nietas del presidente chileno, se zambulle en las entrañas familiares de los Allende para reencontrarse con la memoria de su clan y hacer así reconocibles las otras caras de la historia contemporánea, recuperando de este modo un pedazo importante de eso que llamamos memoria histórica. Desde la curiosidad, el entusiasmo, el cariño y la exigencia, Tambutti conversa y sonsaca a las mujeres y hombres que rodearon al líder político en la privacidad y esboza un árbol con las historias que esperaban ocultas detrás del silencio que provoca la necesidad de refugio y protección tras un trauma. A través de una realización sencilla y sin pretensiones, la realizadora chilena nos regala momentos espectaculares de la intimidad de su familia. Sin caer en la sensiblería, con decoro y valentía, este pequeño documental consigue mostrarnos que el saqueo que lideró Pinochet no solo fue público o material, sino que amordazó las emociones de toda una población que aún trabaja por restablecerse. “Allende mi abuelo Allende”, nos cuenta una de las muchas historias de la trastienda; esas que no se ven, pero que pesan como losas si no somos capaces de encararlas.

Marcia Tambutti, hija de la senadora Isabel Allende –una de las tres hijas de Salvador Allende y Hortensia Bussi–, tuvo que abandonar el país con su familia tras el golpe de Estado de 1973. Desde 2007 vive de nuevo en Chile, donde colabora con la Fundación Salvador Allende y el Instituto de Ecología y Biodiversidad, centrando su trabajo en temas de biodiversidad y divulgación científica. “Allende mi abuelo Allende” recibió el premio L’Oeil d’or al Mejor Documental en la última edición del Festival de Cannes. Todavía no tiene fecha de estreno en las salas comerciales del Estado español, pero sigue su recorrido por los certámenes internacionales.

Una de las cuestiones que se observan cristalinamente en esta película es el modo en el que usted trata los silencios familiares, esas historias sepultadas por el tabú y la censura emocional que deambulan en todas las familias.

Desde el principio sabía que iba a provocar incomodidad en mi familia y que iba a tener que retratarla con sutileza, porque son temas delicados. El documental te permite una mirada más pausada y este está hecho con sutileza, pero con cariño, respetando los silencios. Fue difícil, pensamos: ¿cómo hacemos para que se note el conflicto? En ese sentido, el inicio fue complicado. A mi abuela (la viuda de Salvador Allende, Hortensia Bussi, 1914-2009) le costó bastante hablar, pero a fin de cuentas fue algo liberador y eso lo puedo ver ahora. Durante el camino, la travesía fue dura, pero creo que hemos llegado a buen puerto. Yo le insistía a mi madre: «Necesito saber». «¿Pero para qué necesitas saber?», me respondía ella. Siempre hay alguien en las familias que tiene este papel, el de plantear preguntas. Mi primo también tenía las mismas dudas, pero se quedaba sin respuestas. Mi primo Alejandro (hijo de Beatriz Tati Allende, la hija más joven y revolucionaria de Allende; Tati se exilió a Cuba, donde se suicidó en 1977) quería saber; tras un viaje estuvo preguntándole muchísimo a mi abuela, pero mi madre le pidió que dejara de hacerlo. Quiso frenarlo, pero después de debatirlo, le dijimos a Alejandro que sí tenía derecho a preguntar sobre su madre. En el fondo, esto fue un proceso y echó a andar cosas: en cuestiones de memoria, se avanza y se retrocede, pero una vez que ha entrado el aire fresco, como la corriente de un río, algo empieza a fluir.

Ese atasco emocional, que se centra en lo particular, también tiene que ver con lo colectivo, porque a Chile todavía parece que le cuesta caminar cargando con su propia historia.

Yo creo que sí y mucho. Sobre todo, porque hemos pasado esta historia dolorosa como país. Hay muchas familias en las que, sobre todo las que tienen familiares que han sido detenidos, desaparecidos o torturados, ni siquiera se habla en ello. En algunas, incluso, no desean saber por lo que pasaron sus familiares torturados. Pero también me he encontrado con un público que me dice que a su familia le cambió la vida, en aquello que tiene que ver con la construcción colectiva, y que sienten que su familia murió con la dictadura. Me cuentan que perdieron el espacio familiar y que desearían recuperarlo. Dan ganas de continuar indagando esas cosas que, como sociedad, nos siguen afectando, pero también desde un ámbito tan pequeño y grande a la vez como la propia familia.

El cineasta Patricio Guzmán ha hablado en incontables ocasiones acerca de esa necesidad de reconstruir eso que llamamos memoria histórica y que parece un término muy difuso aún. Guzmán habla también de los «átomos dramáticos», de la importancia capital de atraparlos, y en su documental abundan, sobre todo cuando aparece su abuela.

Mi abuela empezó diciéndome algo así como: «Todo me trae recuerdos contradictorios». Esa frase es decisiva. Hay un momento, sobre todo entre la gente mayor, en el que es como si realizasen una revisión de sus vidas, pero con mayor libertad si tienen a alguien que les empuja a mirar hacia atrás. Ella decidió abrirse y se produjo un momento bellísimo. Fue algo muy fuerte; mi familia no sabía que yo había vivido ese momento hasta que vio la película. Nunca lo hablé, porque sentí que fue muy delicado: un poco como el personaje de mi abuela, tan frágil, pero con una gran lucidez, con fuerza y carácter. Cuando desea guardar silencio, ella es la maestra de los silencios. Decidió abrirse en ese momento conmigo y sentí que esa relación entre abuela y nieta era compartir algo que nos unía. Compartimos algo de muy adentro, hay pocos momentos en la vida así. Me gustaba mucho conversar con ella: a veces leía, conversábamos en la mesa, pero aquel fue un momento muy especial.

El documental lleva el nombre de su abuelo, pero se convierte en una excusa, un modo de llamar la atención para hacer una película sobre aquellas personas que no figuran en los titulares de la historia oficial, formada, generalmente, por hombres. Ha valorado esto, ¿hay un punto de partida feminista en este proyecto?

En realidad, no me lo propuse como un documental de género, pero sí creo que crecí en un matriarcado. Me tocó crecer junto a mujeres muy fuertes y, de hecho, parte de la motivación ha sido esa. Para mí, una de las mujeres más fuertes que conozco es mi abuela. Sabía que quería ir más allá de mi abuelo y ver la huella que dejó en estas mujeres, a raíz de la influencia, el amor y la empatía. El famoso es él, pero su hermana (Laura Allende, 1911- 1981) fue diputada antes de los 70 por una zona medio marginal, representando a gente de escasos recursos. Si bien esa influencia vino de mi abuelo, hay que quitarse el sombrero, porque en aquella época había muy pocas mujeres parlamentarias. Su muerte (al igual que Tati Allende, se suicidó en Cuba, donde estaba exiliada) tuvo un tinte político. Por otra parte, el trabajo que hizo mi abuela durante la dictadura fue impresionante. No existe otra viuda que haya tomando las riendas así, con esa entrega. Para ella, la familia quedó postergada hasta que regresamos a Chile. También mi madre es la primera mujer presidenta del Partido Socialista… Hay algo muy potente en las mujeres que le sobrevivieron, es la huella de mi abuelo en una familia. Como te comentaba, no me planteé este proyecto como «voy a hacer un documental feminista», pero sabía que esa fuerza emerge por sí sola. La persona que lo seleccionó para Cannes, me dijo: «Esto es un documental político sin que lo parezca, porque justamente muestra el poder de estas mujeres». El papel de una mujer, que está debajo de su marido, pero cuando este desaparece, emerge y es algo muy político. Me tocó esta familia, y sí creo que lo que quiere mostrar este documental es cómo vivían estas mujeres, pero también cómo es vivir al lado de un líder.

Nos han enseñado a mirar hacia la esfera pública de un modo muy determinado, a definir cuáles son los acontecimientos importantes o qué personas merecen nuestra atención.

Es evidente que la transformación política de un país se impone ante lo demás, pero creo que para los que hemos vivido unas consecuencias que han afectado tanto a nuestras vidas, también es válido mirar y entender los pequeños costos, los sacrificios y emociones que la política ha encubierto y no te deja ver. Es necesario ver lo que pasó en este lado cotidiano, familiar y estructural. Siento que esta es la mirada de nuestra generación, que está más libre de lo político.

El saqueo que sufrió Chile no solamente fue material o político. ¿Fue un saqueo emocional?

Sí. Por ejemplo, para las personas que luchaban por la democracia, se produjo una postergación; porque las causas eran tan fuertes que se pospuso lo emocional. Siempre hay algo que está por encima, pero eso no quiere decir que no pueda mirarse atrás y explorar, ver los costos que esto tuvo en mi familia. Más que costos, es ver cómo nos hemos adaptado a esto.

La exhumación del cadáver de Allende fue un momento importante en la historia de su familia, y la sombra del suicidio como opción política es algo que a veces no se ha llegado a entender.

Entendí que la historia de mi familia es un poco el reflejo del país y que nosotros necesitamos verdad como país, y eso implica exhumar, aunque sea doloroso y fuerte. Vinieron expertos de todo el mundo, entre ellos Francisco Etxeberria. Como familia nos permitió realizar un duelo íntimo, porque lo habían enterrado en una tumba con otro nombre: lo encerraron en el anonimato, trataron de borrarlo. Esa oportunidad de estar solos con sus restos te permite entregarte a las emociones. Fue duro, pero también necesario. Finalmente tuvimos un duelo postergado y contenido. Es algo que pasa con las películas, que hay cosas postergadas y contenidas, y que soltarlas hace que fluya. No quiere decir que no sea doloroso, pero permite que la vida siga fluyendo.

Es algo así como esas fotografías que, al mirarlas, a pesar de ser imágenes estáticas, con el tiempo pueden cobrar movimiento en nuestras memorias.

Jugué con la imagen y trate de buscar fotografías que luego tuvieran momentos fílmicos en los que pareciera que la fotografía cobrara vida, buscando la metáfora, el ir más allá, desde algo que está fijo, un pañuelo, una cara… ¡Eso que has dicho tú! (se ríe).