IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

La mirada de Méndez Blake

Cuando era pequeño, construí un pequeño fuerte con algunos de los numerosos libros que inundaban, de modo caótico, la casa de mis padres. Mi padre me sorprendió en mitad del ejercicio de arquitectura castrense y me advirtió de que «a los libros hay que respetarlos». Tal vez con esa frase grabada en la mente, esta otra cobra mayor sentido: «Si la escritura fuera arquitectura, los libros serían edificios; las páginas, pisos; los párrafos, habitaciones; las frases, paredes; las palabras, muebles; las letras, ladrillos; los fonemas, arcilla, y la gramática sería el mortero». La frase pertenece a un libro escrito por los tipógrafos y profesores Phil Baines y Andrew Haslam sobre la función, forma y diseño de la tipografía.

Esa potente metáfora entre lenguaje y su representación física, los libros, es un elemento común en muchas disciplinas del diseño, incluyendo a la arquitectura. En el camino de la investigación de estos dos conceptos, nos encontramos con la obra del artista, arquitecto de formación, Jorge Méndez Blake.

Nacido en Guadalajara (México) en 1974, Méndez Blake hace arte juntando sus dos pasiones, la literatura y la arquitectura. Fruto de ese matrimonio à trois, nace una serie de imágenes extremadamente potentes, sugerentes, que siembran la duda y la cuestión en nuestra mente. El mexicano no habla sobre literatura ni sobre arquitectura, pero utiliza esas dos expresiones de la voluntad humana como herramientas de trabajo en su estudio.

El diseño tipográfico y el arquitectónico tienen muchísimo en común y han sufrido un revés –o derecho, según quién lo cuente– importante tras la incursión de las tecnologías digitales. El “tipo” (el carácter de imprenta) se grababa en un trozo de metal rectangular, con el dibujo a la inversa, para que cuando se colocara impregnado de tinta, su contacto con el papel originara el milagro: la letra, la palabra, la frase. Estas colecciones de cajitas de metal adquirían los nombres de sus autores, que perduran hoy en día: Baskerville, Gill, Garamond, Bodoni... Más tarde, los sistemas digitales automatizarían este proceso. Si la “idea” del libro está en la tipografía y su “obra” es el propio ejemplar impreso, la analogía con el “proyecto” de arquitectura y el “edificio” es inmediata.

Los teóricos del diseño tipográfico afirman que las herramientas para la transmisión de ideas son tan importantes o más que las propias ideas, pudiendo un diseño potenciar la idea y viceversa. Los teóricos de la arquitectura seguramente harán el mismo análisis en su propio campo. No hay duda de que los libros constituyen las máquinas perfectas de la modernidad, siendo el germen de la civilización moderna en tanto en cuanto son capaces de exportar las ideas. Es por ello que obras como “El castillo”, de Méndez Blake, asombran y causan desazón. En su trabajo, un muro de ladrillo macizo, recibido sin argamasa, descansa sobre un volumen de la novela homónima de Franz Kafka, obra póstuma que narra las vicisitudes de un hombre para ser parte de un sistema social moderno.

Si en “El proceso” Kafka narraba la lucha de una persona queriendo salir del sistema, en “El castillo” la lucha es por entrar en ese mismo sistema. La imagen de un libro colocado en la base de un muro, haciendo que las tongadas de ladrillo se curven paulatinamente de modo acentuado cerca del libro, pero desapareciendo el efecto a medida que escalamos en altura, es una metáfora perfecta de lo que Kafka pretendía transmitir.

Otras obras utilizan elementos arquitectónicos para hablar de los contenidos de los libros. En “Das Kapital”, el autor crea esa misma opresión de la que Marx hablaba en la esquina de un muro por donde obliga a los asistentes a la exposición a pasar. En otra obra llamada “Fiction is the beginning of exile”, el artista elucubra sobre los tres años de ausencia desde que Sherlock Holmes se arroja, junto con su archienemigo Moriarty, a las cataratas de Reichenbach. A su vuelta, el detective se encuentra con el doctor Watson y la cosa sigue tal cual, pero Méndez Blake aprovecha para imaginar qué usos podría haber tenido la casa del 21b de Baker Street.

En la obra de este artista-arquitecto aparecen frecuentemente bibliotecas imaginadas, proyectos de arquitectura utópica utilizados para ensalzar la propia idea del libro, como, por ejemplo, en la biblioteca para Romeo y Julieta. En otros casos, como en la obra “No hay un camino fácil de la tierra a las estrellas”, se ensalza a la propia biblioteca, como es el caso de la obra de OMA en la Librería Central de Seattle, mostrando la lejanía de las bibliotecas para el público como un iceberg que se aleja de nuestra mirada.