IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Todo habla de nosotros

Difícilmente podríamos extraer alguna información íntima, sobre su historia o sus prioridades, de una persona que camina simplemente por la calle. Pero si poco a poco pudiéramos seguir a ese sujeto a alguna situación menos habitual, quizá empezaríamos a conocer alguna de sus peculiaridades. Y es que, en nuestra cotidianidad, nuestros movimientos externos e internos dependen en gran medida de lo que es habitual en un entorno concreto. Dicho entorno puede estar adscrito a un lugar físico, pero también puede tratarse de una compañía o un grupo en el que uno entra. En cualquier caso, nuestro pensamiento, nuestro sentir y nuestra acción se ven mediados sin darnos cuenta por él.

Hay algunas relaciones que nos permiten pensar con profundidad y detalle, y otras que nos invitan a abrir la mente y a pensar diferente. Hay grupos en los que nos sentimos apagados mentalmente, nos criticamos por dentro y nos aislamos, mientras que en otros, sentimos la tranquilidad y el apoyo. Hay quien podría pensar que son esos grupos de personas o relaciones los que nos provocan estas reacciones distintas, pero la causa está más cerca de nosotros que de ellos.

A lo largo de nuestra vida, aprendemos a responder de una forma compensada en una serie de circunstancias en las que crecemos. Por ejemplo, quizá hemos aprendido a asegurarnos la mirada de un padre demasiado cansado al llegar a casa y a quien parecía que solo despertaba las travesuras de un niño y una gran bronca después. Quizá si esto sucedía día tras día, en adelante se convertía en un protocolo de relación entre los dos, sin mucha planificación, pero algo que simplemente “surgía” en su presencia. Empezaría por el deseo de atención que sentía en el cuerpo ese niño, para comprobar después que, simplemente, pedirla no hacía que ese deseo se cubriera. La decepción daba paso a la tristeza y al enfado, que se transformaba en una queja natural del niño. Y entonces sucedía algo mágico y es que este enfado sí que parecía funcionar, y su padre, de repente, estaba solo para él, con gritos y malas caras, pero solo para él y vivo, despierto.

Con el paso de los años, este niño se convirtió en adolescente y luego en adulto; ya no buscaba una bronca cada día, sino que había desarrollado otros registros que le aseguraban tener la atención de otras personas con otro tipo de peticiones por su parte. Pero cuando se sentía especialmente triste o necesitado, volvía a usar su enfado para hacer impacto y a menudo de una manera desmedida. Y cuanto mayor era su necesidad o su cansancio, mayores eran también las broncas con su pareja, con sus amigos y, por supuesto, con su familia. No lo pensaba, ni era una persona con mal carácter en general, sino que simplemente le salía esta manera de reaccionar en esas situaciones. Como si en algún lugar de su mente hubiera tomado la decisión de que solo así puede asegurarse lo que necesita en momentos de tensión. Y sus pensamientos, sentimientos y acciones replican casi paso por paso el protocolo descrito más arriba y creado tantos años atrás.

Habitualmente tenemos la capacidad de adaptarnos a los entornos nuevos con flexibilidad, estamos diseñados para ello. Mientras que, al mismo tiempo, también aprendemos de la repetición y de las situaciones de precariedad de una manera especial, ya que cubrir nuestras necesidades en entornos de carencia está íntimamente relacionado con la supervivencia. Nuestras relaciones más importantes en el pasado han sido una fuente de satisfacción de esas necesidades. Prueba de ello es que estamos aquí y, en algunas ocasiones, han faltado cosas importantes que hemos tratado de obtener como hemos podido. En ambos casos, somos nosotros mismos y cuando actuamos desde cualquiera de estos lugares internos, estamos contando nuestra historia.