IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Lo que nunca hice

Trayecto tras trayecto, de una elección a otra y como si de uno de esos dibujos en los que se unen puntos se tratara, a medida que pasa el tiempo, nuestras encrucijadas trazan un retrato histórico de quiénes somos. Y como si fuera otra capa de ese retrato, las relaciones que hemos tenido le dan matices profundos.

En general, lo que hemos hecho a lo largo de la vida y con quién nos define, pero curiosamente el retrato de lo que no hicimos y de las relaciones que no tuvimos también. Por la manera en la que nos hemos organizado en la sociedad en la que vivimos, nuestra atención y esfuerzos están centrados en conseguir, lograr, crear, sumar, añadir y crecer, y por esa misma tendencia no escrita, solemos ignorar e incluso despreciar y criticar nuestros descartes, nuestras huidas y dejaciones; al fin y al cabo, lo que evitamos. A pesar de que ambas son reacciones que surgen a diario ante los acontecimientos del mundo, esta segunda nos enfrenta a nuestras sombras con más facilidad. Y precisamente por esos dos condicionantes, social y personal, pensar en lo que no hemos querido o podido afrontar, en las opciones perdidas, es una de las revisiones mentales propias que más nos perturban.

Echar la vista atrás y pensar en lo que no hemos hecho a lo largo del camino y recordarlo con nostalgia y cierta decepción vital nos deja una sensación de impotencia irreconciliable hacia un pasado inaccesible… Y entonces, es el momento de pensar en otra manera de mirar a todo esto. Sin embargo, tanto lo que forma parte de nuestra agenda de elecciones como lo que no tiene alguna razón de ser. Quizá parezca un ejercicio extraño, pero es interesante poner algo de curiosidad interna a nuestro servicio y explorar todo lo que hemos decidido no hacer en su momento.

Es habitual la flagelación pensando, por ejemplo, que no fuimos capaces de escoger lo que nos convenía porque el miedo nos pudo o porque éramos demasiado desconfiados, inexpertos o estúpidos, a menudo definiéndonos con una crítica. A continuación, nos confrontamos con las posibles alternativas a aquella supuesta mala elección. Son las alternativas que hoy conocemos y que hoy habríamos escogido, olvidándonos de un plumazo de dos hechos fundamentales. Primero, no es siempre cierto que tuviéramos dicha opción en aquel momento. Al hacer esa comparación entre lo que hoy sabemos y sabíamos entonces, se hace evidente que el contexto en el que vivimos es muy diferente hoy (incluido el contexto mental desde el que pensamos sobre la vida) y, precisamente por eso, somos capaces de ver hoy lo que entonces no vimos. Y si no lo veíamos, ¿cómo podíamos haber escogido esa otra opción? Y segundo, precisamente haber escogido el camino por el que nos decantamos nos permite pensar en cómo habría sido no haberlo elegido. Quizá hoy ya hemos sacado a cierto itinerario vital todo lo que tenía para darnos y por eso nos planteamos otros derroteros. O hacernos conscientes del sufrimiento vivido muestra otra alternativa como un escape, en un intento de tener algo de control, aunque sea en la fantasía («si lo llego a saber…»).

Hoy somos quienes somos por haber tomado las decisiones que tomamos y, probablemente, si pudiéramos ver por un agujerito a la persona que seríamos hoy si hubiéramos elegido todas «las opciones B» en cada una de las encrucijadas, quizá ni siquiera nos reconoceríamos. Sea como fuere, nuestros descartes han dejado fuera opciones que temíamos, que eran demasiado diferentes a lo que conocíamos, que nos confundían, asegurando así la continuidad con nosotros mismos, ayudándonos a predecir, sin alejarnos demasiado de la identidad que veníamos construyendo. Independientemente de que el resultado al final hubiera sido bueno o mejor –una asunción imposible de probar–, nuestros descartes somos también nosotros.