IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Ante el miedo… somos legión

El ser humano es una especie muy flexible. Nos hemos adaptado a los lugares más extremos y poblamos prácticamente todos los ecosistemas del planeta, hemos superado guerras, epidemias y desastres naturales de todo tipo y hemos creado sociedades que aseguran la supervivencia de sus miembros, incluso de los individuos más desfavorecidos. Francamente, el curriculum es casi inmejorable en términos de supervivencia y expansión, después de los insectos, probablemente.

Supongo que todo este bagaje a lo largo de los milenios ha dejado en la especie multitud de herramientas y actitudes incorporadas en forma de temperamento, inteligencia y funciones ejecutivas superiores, como la atención, el lenguaje o la capacidad de planificar. Y al mismo tiempo, también creo que nos ha dejado una profunda huella de conciencia de nuestra propia fragilidad frente a la violencia y rotundidad de la naturaleza, pero también de nuestra propia especie.

Como individuos, somos profundamente frágiles, mientras que los grupos a los que pertenecemos, todos ellos, suplen en conjunto dicha soledad dotándonos de una red y haciéndonos partícipes de la fortaleza conjunta resultante, haciéndola también nuestra. Si tuviera que denominar de alguna manera a estas dos certezas profundas, las llamaría conclusiones evolutivas o algo así. Y venía pensando en estas cosas al escuchar a una persona hablarme de su sufrimiento por vivir pendiente de todo lo que podría ir mal a su alrededor. Antes de que pudiera recopilar suficientes pruebas para alarmarse con motivo, toda ella temblaba ante la anticipación de un desastre, uno sin forma, sin origen definido y sin curso claro. Simplemente la certeza de que algo terrible podría ocurrir teñía de tensión su vida familiar, laboral y social.

El miedo se convierte entonces en una emoción irrenunciable que se torna en sentimiento de temor y finalmente en un estado de ánimo preocupado permanente. Porque ¿quién renunciaría a estar alerta si creyera profundamente que alguna amenaza acecha? ¿Cómo bajar las defensas ante la incertidumbre del «cuándo», mientras tenemos la certeza del «sucederá en algún momento»?

Sin embargo, al escucharles, normalmente surge en nosotros la buena intención, que viene a la boca en forma de una prematura palabra de alivio: «Tranquilo». Y esperamos, sin mover un músculo, a ver la reacción de nuestro preocupado interlocutor. Normalmente, tras un instante de silencio y de cruce de miradas y por aquello del protocolo, escuchamos de vuelta también un prematuro y melancólico: «Ya, tienes razón, igual me preocupo demasiado», mientras que los ojos se pierden más allá de los nuestros, de vuelta a la imaginación. En resumen, no suele servir.

Es cierto que cuando tenemos miedo, necesitamos protección de los demás de lo que está amenazándonos, pero a veces esa protección la necesitamos de nuestras propias fantasías. De algún modo, al escucharlas sin asustarnos y sin cortarlas demasiado pronto con una frase bienintencionada, le permitamos poner palabras con emoción. Y quizá entonces, una vez liberada parte de la presión interna, esté más dispuesto o dispuesta a escuchar nuestra respuesta.

Apoyar a alguien ante su miedo no implica evitárselo, sino poder ir allí con él o ella y prestarle nuestra tranquilidad desde dentro, nuestra confianza en que, sea lo que sea, podrá contar con nosotros para ser dos en lugar de uno ante lo que esté por venir. A lo largo de la historia no nos han faltado amenazas y los desastres nunca han dejado de ocurrir, y podemos tener la certeza de que lo volverán a hacer. Pero suceda lo que suceda y por terrible que sea, hay otra certeza que nos ha acompañado desde el albor de los tiempos y esa es que nos tendremos los unos a los otros.