IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Xirimiri

Llueve en Bilbao/el día saluda pálido y gris/la noche se fue/llueve en Bilbao./Entre los tejados qué solos tú y yo». Conocemos muy bien el xirimiri, porque nos ha calado los huesos más de una vez. Doctor Deseo lo utilizaba para dar contexto al desencuentro en una de sus canciones, porque de alguna manera, ese fenómeno meteorológico se ha convertido en una seña de identidad de un lugar y casi escenario de un estado de ánimo. Cuando cae de esa manera, la lluvia parece imperceptible a simple vista y difícilmente podemos saber cuándo comienza ni tampoco en qué momento pasamos de estar más o menos secos a chorrear agua.

Supongo que, por una tradición positivista, lógica y lineal, cuando observamos nuestra vida psicológica o emocional, buscamos los acontecimientos que han marcado o provocado nuestras reacciones, nuestras decisiones y nuestras heridas. Echamos la vista atrás y necesitamos dar con momentos, personas y situaciones concretas que den sentido, y puede ser tremendamente frustrante no encontrar algo suficientemente intenso o evidente para trazar una línea. Entonces tenemos la sensación de que no somos dueños de nosotros mismos y si este pensamiento permanece, la confusión termina instalándose y acabamos por aislar internamente esos procesos cuyo funcionamiento se nos escapa.

«No sé qué me pasa. De un tiempo a esta parte, siento una insatisfacción que no tiene sentido. Me va bien todo, pero no lo disfruto y parece que los demás van a criticarme por ello. No sé, es muy extraño, porque trato de no sentirlo. Me digo que no tengo derecho a sentirme así si todo va bien, así que termino por encogerme de hombros y decido que no merece la pena ni pensar en ello… aunque sigo sintiéndolo». Y es que nuestras experiencias con otras personas y con nuestro ambiente nos influyen en distintos niveles, unos más evidentes y directos, con el contenido de las palabras y las acciones más visibles que cualquiera podría describir al verlas. Este plano social nos influye normalmente a un nivel consciente y podemos pensar en lo que nos han dicho, en lo que nos ha pasado a continuación y qué hemos hecho, pero hay otros niveles de comunicación menos accesibles.

Otro de estos niveles es el subtextual: la cantidad de información que da un gesto, un tono, un ritmo y que no siempre coincide con la información evidente. Este nivel es todavía accesible y podemos hablar de las intenciones de otra persona y de la comunicación no verbal. Sin embargo, hay veces que solo podemos pensar en la sensación que nos queda de un encuentro sin que haya pasado nada extraordinario y es que en esos casos han caído, gota tras gota, intercambios que por sí mismos no provocarían esa reacción emocional, pero que al ponerlos todos juntos, conforman una conclusión que se hace evidente.

Un gesto de desprecio con la mano, una mirada que se aparta, un silencio que se prolonga, una llamada que se espera y no se da, una invitación desoída… Por sí mismos, estos eventos no llevarían lógicamente a la conclusión de que hay algo que no funciona en esa relación, pero es fácil tener esa sensación cuando se dan todos con la misma persona. Si no podemos pensar en este proceso menos evidente (lo cual es habitual), nuestro malestar se asienta sin saber muy bien por qué ni cómo actuar. En particular, cuando es un niño quien vive este tipo de desintonías por parte de un adulto. Un niño de ocho o nueve años difícilmente llegará a la conclusión de que algo no va bien con sus padres y es más fácil que lo coloque en sí mismo, llegando a la conclusión de que se siente mal o incluso que hay algo malo en él para que las cosas no vayan bien.

Esta conclusión se posa poco a poco, como el xirimiri, y solo la sensibilidad con los desajustes pequeños y la evidencia de lo que está pasando puede dar la oportunidad de secar el agua que de otro modo cala hasta los huesos.