Amaia Ereñaga
LOS MUELLES FLOTANTES DE CHRISTO

CAMINAR SOBRE LAS AGUAS

Christo va a hacer que, del 18 de junio al 13 de julio, los humanos podamos caminar sobre las aguas en el italiano lago Iseo, un oasis azul rodeado de montañas. Dicho así suena a un proyecto de tintes bíblicos, pero nada más lejos de la realidad. Christo, uno de los artistas vivos más famosos, tenderá una pasarela gigante sobre las aguas. Pero, ¿para qué? «Para nada», responde. Es disfrute, no hace falta analizarlo todo.

Va a cumplir 80 años y quiere hacer «algo fuerte», confiesa Christo Javacheff. Como si nunca lo hubiera hecho: junto a su mujer y compañera artística y vital, Jeanne-Claude, este artista búlgaro radicado en Nueva York anda envolviendo en tela grandes edificios y paisajes naturales desde la década de los 60, con proyectos monumentales que le han convertido en uno de los artistas de mayor proyección mediática del mundo. Lo que esta pareja crea es, a la vez, «una obra de arte, un evento cultural, un acontecimiento político y una ambiciosa pieza de negocio». Y lo dice el mismísimo Paul Goldberger, el gurú de los críticos de arquitectura norteamericanos.

Más de una década después de que abriesen 7.503 puertas a lo largo de las 23 millas de senderos del neoyorquino Central Park con el proyecto “The Gates” (2005), Christo ha retomado otro gran proyecto, al crear un muelle gigante y efímero sobre uno de los lagos de Lombardía. Pero le falta alguien: la peleona francesa de melena roja que era su mujer, fallecida en 2009.

Gratis y efímero. Lombardía es la región del norte de Italia con más lugares reconocidos por la Unesco. Allí está el lago Iseo, también llamado Sebino, a medio camino entre Bérgamo y Brescia; entre Milán, la capital de la moda, y Verona, la ciudad de los enamorados. Mucho menos turístico que su vecino más famoso, el lago Como, a lo largo de sus 65 kilómetros cuadrados el Iseo reposa tranquilo flanqueado por altas montañas. En sus aguas se encuentran las islas de San Paolo, Loreto y Monte Isola; esta última, la isla lacustre habitada mayor de Europa. Precisamente dos de estas islas serán los puntos donde «anclará» “The Floating Piers”, el muelle flotante diseñado por Christo, cuyo recorrido irá del pueblo de Sulzano a Monte Isola, rodeando San Paolo. En total, la pasarela tendrá estas dimensiones: 3 kilómetros de longitud por 16 metros de ancho y estará formada por 200.000 cubos de polietileno, cubiertos por 75.000 metros de tela. El costo total: unos 11 millones de dólares, financiados a través de la venta de las piezas de arte producidas por Christo previamente a la instalación, como bocetos o paneles, que son vendidos a coleccionistas. Esto es lo curioso y, a la vez, identificativo de su trayectoria: «Esto es arte y por eso no cobro comisiones», explica el búlgaro.

Más cifras para describir el impacto que tendrá la instalación de Christo: según datos oficiales, en los quince días que estará puesta la pasarela, se esperan nada menos que 500.000 visitantes, con picos de 40.000 los fines de semana. El proyecto da empleo directo a 750 personas, aunque su efecto es más amplio, ya que sus proveedores y fabricantes son mayoritariamente locales... y luego está el turismo. Un paseo por la web Booking.com permite ver que en la zona de lago las reservas están al 88% de ocupación durante esas fechas.

Una cabeza de ajos y un yogur. La crónica firmada por el escritor y periodista Jeff MacGregor en el número de este mes de junio de la revista “Smithsonian”, editada por el Instituto Smithsoniano de Washington, permite hacerse un vívido retrato de la personalidad del artista búlgaro. Relata una de las muchas charlas en la que este explica su proyecto a los vecinos de la zona del lago. La primera pregunta es siempre la misma: «¿Esto cuánto va a costarnos?». «Nada, es gratis. Nosotros lo pagamos todo», responde el artista. Tampoco cobrarán entrada por pasear por el muelle flotante, que, si el tiempo lo permite, estará abierto las 24 horas. «Cuando se acabe ¿qué harán con los materiales?», le cuestionan de nuevo. «Reciclarlo todo». Pero, a sus 80 años, ¿este hombre cómo tiene semejante energía? «Desayuno todos los días una cabeza entera de ajo y yogur», responde. Y la pregunta del millón: «¿Esto para qué sirve? ¿Hace algo?». Christo: «No hace nada, es inútil. El arte no es solo el muelle o el color de la tela, sino el lago y las montañas. Todo el paisaje es una obra de arte. Lo que busco es que ustedes tengan una relación personal con él. Ustedes son parte del paisaje, lo están experimentando, sintiéndolo. Quiero que caminen descalzos a través de él. Es muy sexy». En los trabajos de este artista, la magia reside en la experiencia visual y sensitiva de experimentar algo que, a priori, parece imposible; en este caso, caminar sobre las aguas.

«La obra de arte es un grito de libertad». Esta es una de las frases más conocidas de Christo, pronunciada hace diez años. Christo Javacheff y su mujer Jeanne-Claude de Guillebon nacieron el mismo día, un 13 de junio, en 1935 en Gabrovo (Bulgaria), él, y en Casablanca (Marruecos), ella. «Los dos a la misma hora, pero, gracias a Dios, de dos madres diferentes», le gustaba decir a Jeanne-Claude. De sus recuerdos de juventud de Bulgaria hay uno que sobresale, que es que, siendo estudiante de la Academia de las Artes, trabajaba los fines de semana con otros alumnos para embellecer los paisajes que recorría el Orient Express, con el fin de impresionar a los viajeros de países capitalistas. A los 21 años, Christo escapó de su país y recaló en París, donde conoció a Jeanne-Claude en 1958, cuando fue contratado como retratista de la mujer de un general. Era la madre de la que sería su mujer. Para entonces, ya había empezado a envolver o empaquetar pequeños objetos bajo la influencia de Man Ray, quien en 1920 envolvió una máquina de coser con una manta y la fotografió para ilustrar la famosa definición surrealista de la belleza. El artista y la joven se enamoraron y escaparon juntos –ella, recién casada con un hombre mayor– y allí arrancó su colaboración artística y personal, con un hijo nacido en 1960 y un viaje a Nueva York, cuatro años más tarde, que fue el inicio de sus grandes proyectos. Aunque en un principio firmaban sus obras solo con el nombre de Christo, desde los 90 comenzaron a hacerlo al alimón. Su relación duró 51 años y lo hicieron todo juntos excepto tres cosas: «Volar en el mismo avión; dibujar, Christo es quien lo hace; y trabajar en el ordenador, yo le privo de la ‘alegría’ de hacerlo», en palabras de Jeanne-Claude.

Sus trabajos tienen rasgos en la línea del Land Art, la corriente de arte contemporáneo que utiliza elementos de la naturaleza, transformando el espacio y nuestra percepción del lugar. «En un momento muy primigenio del arte de postguerra, ambos ampliaron nuestra comprensión de lo que podía ser el arte», explica la historiadora Molly Donovan, curadora asociada de la National Gallery of Art de Washington DC. Tres son los rasgos principales de su trabajo: la autofinanciación –«queremos hacer lo que queremos, donde queremos, como queremos... pero no siempre cuando queremos», decía Jeanne-Claude–, el carácter efímero de sus obras, a pesar de la dificultad de su realización y a que tuvieron que esperar años e incluso décadas para conseguir los permisos, y su escala monumental.

La pareja ha ideado y plasmado proyectos a gran escala como el «empaquetado» de la costa australiana de Little Bay (1969) con 95.600 metros de tela sintética o cuando envolvieron las islas de la bahía Biscayne (1983) de Miami con 603.000 metros cuadrados de tela de color rosa –«como un gigante derrame de Pepto-Bismol», según un crítico–. No son instalaciones fáciles de hacer, por cuestiones de permisos y, de hecho, muchos de sus proyectos se les han quedado en el camino. Sí consiguieron «empaquetar» el puente Pont Neuf (1985) de París y el edificio del Reichstag (1995) y, en otra línea, hicieron cosas tan increíbles como colocar de forma simultánea 2.000 paraguas de color azul en Japón y otros tantos amarillos, en California. Era la instalación “Umbrellas” (1991) y hubo hasta accidentes. Todo por el arte.