Iñaki Zaratiegi
Elkarrizketa
Esperanza Spalding

«El contrabajo es mi fuerza de gravedad y espero alcanzar lo mismo en la vida»

Como cada estío, las músicas de jazz más brillantes estallarán en los grandes festivales vascos. Getxo, Gasteiz y Donostia (en ese orden) volverán a juntar en sus apretados programas las joyas musicales que cada julio convierten a Euskal Herria en un poliédrico espejo de clásicos y nuevos sonidos en torno al influyente género negro. Tras sus bodas de oro, el Jazzaldia guipuzcoano organiza su 51 edición con nombres como Gloria Gaynor, Jan Garbarek, Ellis y Brandford Marsalis, Diana Krall o Marc Ribot. La capital alavesa y la villa vizcaina llegan empatadas a sus respectivas 40 edición. En Gasteiz, con el asiduo Pat Metheny, más Jamie Cullum y Kenny Barron/Dave Holland. Y en Algorta estarán Dee Dee Bridgewater, Hermeto Pascoal o Jorge Pardo o la contrabajista-cantante norteamericana Esperanza Spalding, una de las pocas creadoras que destacan como instrumentista y responsable de grupo en un mundo artístico tan masculino.

Nacida en Portland (Oregón) en 1984, Esperanza Emily Spalding superó su condición social –hija de madre soltera en entorno pobre– estudiando y practicando música hasta graduarse y convertirse en profesora en la Universidad de Berkelee. En 2006 se estrenó en disco con “Junjo”. Mezclando jazz contemporáneo, swing, funk, influencias latinas y otras hierbas estilísticas, su reválida “Esperanza” le abrió las puertas del reconocimiento público y con “Chamber Music Society” consiguió ser la primera –y por ahora, única– mujer en ganar un premio Grammy como mejor artista revelación de jazz. Asentada en el circuito internacional, grabó “Radio Music Society” y, tras haber actuado otros años en Donostia, Gasteiz y Bilbo, presentará su original novedad “Emily’s D+Evolution”. Antes de cruzar el charco habló para 7K desde Nueva York.

Pocas mujeres tocan el contrabajo y lideran un grupo de jazz. ¿Es un ejemplo de la mayor incorporación femenina a la vida profesional en general?

Obviamente no hay muchas. Pero hay una emergencia general de mujeres profesionales en la música y en muchos otros campos.

El jazz es, en consecuencia, un reflejo de la vida social general: sigue siendo un mundo de hombres.

Un mundo de egos masculinos, todo es muy masculino en general. Pero vivimos un culto a la belleza femenina y, en consecuencia, tengo pase libre para entrar en ese club. Hay gente muy creativa que no es conocida porque no tiene el cuerpo que se le pide. Y otros nos sentimos casi invisibles: somos una cáscara, lo que vale es lo externo. Pero no valdrá cuando seamos mayores. Es ridículo.

Un tributo al físico femenino.

Así es. Es estúpido y me hace sufrir. Si no tuviera esta carita, compondría e interpretaría igual, pero sería mucho más difícil que la gente me escuchara.

Se dice que su manera de entender el jazz es especial, ¿tiene que ver con la feminidad?

En el mundo del jazz lo de las chicas sorprende, pero la música es mi lenguaje, no mi identidad. Mi música no es más que lo que veo, pienso y siento. ¿Qué es lo fundamental? Entender que todo está bien, incluso si tengo dolor. Incluso lo peor está bien.

La música le atrapó de pequeña: a los 4 años ya tocaba a Beethoven de oído en el piano de casa.

Y a los 5 vi en televisión al chelista Yo-Yo Ma en la serie infantil “Mister Rogers’ Neighborhood” y quise imitarle de inmediato. En pocos días estaba tocando en la Chamber Music Society de Oregón.

Su madre la apuntó a clases gratuitas y sacaba malas notas, pero componía sin saber música y tocaba a oído siguiendo a los otros músicos. ¿Más que niña prodigio era muy espabilada?

Me espabilé, claro. Me apasionaba aprender y estudiaba mucho, pero suspendía y me ponía triste. Pero aún sin trabajar demasiado, me decían que era buena. Componía sin saber leer música y tocaba siguiendo a los otros músicos. Toqué de oído durante años sin que lo notaran. Hasta que un día los profesores se dieron cuenta de que no practicaba ni sabía leer partituras, pero supieron que tenía talento y me facilitaron el camino con ayudas y becas.

Pero a los 15 años «traicionó» al violín por el contrabajo, un instrumento que debía ser casi más alto que usted. Se había enamorado del jazz y parece que aún no ha parado de estudiar y practicarlo.

Cuando era más pequeña no lo entendía. Me fui interesando cuando empecé a tocar el bajo, me llenó aquella experiencia nueva. Y después me enamoré del jazz y supe que, si quería tocar esa música de estructura compleja, debía estudiar y practicar muchísimo. Y no he parado.

Suele explicar que con el violín nunca encontró las sensaciones que halló en el contrabajo.

Tras diez años de violín, el contrabajo fue más una necesidad que una elección. Con él la música fluye de modo más natural y fácil.

Dice necesitar ese instrumento casi como fuerza de gravedad para equilibrar su energía.

Lo necesito para equilibrarme, porque tengo mucha energía: mi mente es un torbellino. Es mi fuerza de gravedad y espero alcanzar lo mismo en la vida. La pasión por el jazz, por componer, tocar e investigar es un gran regalo, porque no tengo que preguntarme qué voy a hacer hoy, no tengo mucho espacio para pensarlo. Practico lo que no sé hacer y, como es incómodo para el cerebro, pasan las horas sin que me de cuenta. Es una honda sensación, porque no estás fuera de tu ego.

¿Emplea aún el contrabajo europeo de más de 200 años que malvendió un músico portugués con tendinitis?

Es perfecto, me encanta. Cuando lo compré era un guiñapo: el frente estaba roto, la parte de atrás se caía y estaba todo unido por pegamento. Mi madre pidió su primer préstamo para ayudarme a pagarlo.

¿Y conserva aún el violín? Parece que ahora su segundo instrumento es el piano.

Tengo el violín, sí, pero hace ya un tiempo que estoy probando también el piano. Aunque cuesta encontrar tiempo para todo, también para la voz.

Su primera experiencia más autónoma fue con el trío Noise for Pretend, a los 16 años. Buscaban bajista y, al presentarse, le preguntaron si también cantaba. No era así, pero les dijo que sí. ¿La necesidad le llevó también a cantar?

Trabajaba realizando encuestas y vi que una banda buscaba un bajista. Llamé para la audición y me preguntaron si también cantaba. Les dije que sí, pero no lo había hecho en mi vida, salvo en la ducha. La necesidad es amiga de la creación.

Nació en un barrio de Portland pobre y hasta peligroso, pero afirma que los niños vivían llenos de esperanza y risas, pese a su entorno. ¿Hay siempre esperanza en la vida?

Era la única vida que conocía y me parecía normal. Tengo recuerdos duros, pero los niños tenían esperanza y risas pese a su entorno. Cuando viajé vi que había lugares peores donde los niños no tenían ninguna posibilidad. En Estados Unidos hay escuela pública y ayudas para ir a la universidad, pero tienes que trabajar duro.

Su propio nombre es positivo. Siendo hija de madre soltera, ¿asumió esa esperanza como un reto por creer en lo mejor?

De ella aprendí a ser poderosa e independiente, que tiene su lado bueno y malo. Vivimos para ayudarnos, en comunidad, y la tendencia a resolverlo todo yo sola no es inteligente y a veces impide estar disponible para otros. Para mi madre todo era difícil, desconfiaba de la gente. Yo no quería un mundo así, pero gracias a ella sé que no importa lo que los demás piensen de ti. Se puede trabajar con los demás sin renunciar a nuestro poder personal.

Practica un jazz abierto y en su segundo disco cantaba ya en castellano y portugués. ¿Ese pluralismo cultural tiene que ver con sus orígenes de madre galesa de raíces hispanas y padre afroamericano?

Supongo, no es algo intencionado. Mi manera de expresarme al hablar y moverme tiene un origen étnico y mi música es solo una extensión de eso. Pero no conozco bien mi herencia étnica. Sí que mi familia tiene raíces galesas, hispanas, de los nativos americanos y lo que nos toque de identidad afro.

Es la única mujer con un Grammy como mejor nueva artista de jazz. ¿Se siente importante?

Satisface que te premien, pero pudo ser una operación de relaciones públicas por parte de la academia, porque querían cortar las categorías en las que los artistas pop no suelen ser nominados. Algo así como dar un premio a la comunidad no pop.

Ha pasado por un cierto despiste respecto al futuro hasta que oyó la voz de una tal Emily (su segundo nombre y como le llamaban de niña), quien ha sido como una musa para su nueva etapa con la obra “Emily’s D+Evolution”.

Me sentía abrumada por lo que no me satisfacía, lo que tenía que hacer por mi carrera, y me dije: «Vuelvo a lo básico». No tenía plan de futuro hasta que Emily llamó a la puerta y me habló como si fuera una persona totalmente diferente. Es la protagonista de mi quinto disco y me da energía como para recobrar la curiosidad infantil y la libertad creativa. Me recuerda la frase de Picasso: «Me costó cuatro años pintar como Rafael y una vida para pintar como un niño».

Emily le preguntó: «¿Qué quieres hacer?». Y usted respondió a su «alter ego»: «Moverme y meter ruido». ¿De ahí su dinámico y más ruidoso nuevo disco?

Ella es como un hada y no se toma a sí misma en serio. Esto no es su trabajo, no ha venido a «ser alguien», a hacer álbumes o conciertos, que es mi prerrogativa como Esperanza. Yo trabajo para Emily, preparo las circunstancias apropiadas para que se sienta libre y salga a actuar. Es la fuerza conciliadora que me dice: «Es más difícil tener salud mental que mucho dinero y contactos sociales. Tú eres la magia, el arte y nunca debes perder eso».

Su disco ha sido analizado como un álbum conceptual, centrado no tanto en una nueva identidad sino en un nuevo sonido: casi rock experimental de guitarras ruidosas y voz maníaca. ¿Lo ve así?

Cuando sentía la influencia de mi alter ego sabía que el disco iba a ser ruidoso y eléctrico. Alguna gente se ha enfadado por los cambios. No lo llamaría rock «progresivo», como se ha dicho por ahí. Hasta han dicho que suena a acid jazz. Pienso más en Cream, que eran músicos de jazz. Pero no me importa lo que se diga: es el disco que tenía que hacer. Se vea como evolución o no, lo importante es seguir adelante y mantenerse en movimiento. Repito mucho la frase del saxofonista Wayne Shorter: «Utilizemos lo mejor del pasado como linterna para el futuro».

Los nuevos mensajes hablan sobre la fe, el género, la raza, la clase... ¿Una revisión autobiográfica de su pasado?

Podría ser. Hay que estar siempre en la lucha. Cuando reviso mi vida y miro hacia atrás, analizo alguna etapa que fue muy difícil y veo qué saqué de positivo, qué táctica creativa de supervivencia apliqué. Siempre hay una salida positiva, y el buen camino es siempre mejor que el malo. Y si quieres ser tú mismo tienes que actuar: sea vistiéndote o llevando el pelo de forma original, cambiando de trabajo, diciendo a tu pareja que te vas, eligiendo estudiar Enfermería... Sabiendo qué es lo importante para ti.

Actuó en la Casa Blanca y acompañó a Barack Obama a Oslo a recoger el Nobel de la Paz. ¿Cree que su política de intervención militar en tantos países es pacifista o más bien belicista?

Mucha gente cree que un presidente es como un padre que nos cuida. Es una ilusión falsa, lo que tenemos que hacer es trabajar por lo que queremos, llevar a la acción lo que les pedimos a los políticos. Pensé que el Nobel era justo reconocimiento a los intentos que Obama hace para superar los graves problemas racistas que aún existen entre nosotros. Pero respecto a la política exterior, me abrió mucho los ojos ver a tanta gente que protestaba por el premio en nombre de la guerra de Iraq, de los detenidos en Guantánamo… Tenían razón y me hicieron sentir rara como invitada. Pero en lo que me incumbe a mí, creo que los Obama aman el jazz y son gente interesante en lo creativo.

Parece tener ideas naturalistas sobre la alimentación y la vida.

Debemos tener más en cuenta nuestra relación con la naturaleza. Comemos lo que hay y luego lo defecamos. Sobrevivimos en nuestro medio ambiente y debemos tener confianza en la naturaleza, como un animal confía en su bosque.

¿Tiene alguna referencia mayor en el jazz vocal femenino?

Las voces clásicas, claro. Pero no me quedo en eso. Me gustan también Aretha Franklin, Edith Piaf, Joni Mitchell, Blondie y otras muchas cantantes que no tienen nada que ver con el jazz, pero que hacen buena música.