Jaime Iglesias
Elkarrizketa
Leonardo Padura

«La literatura no está para explicar cosas sino para reflexionar sobre la condición humana»

Nacido en La Habana en 1955, Leonardo Padura pertenece a una generación de cubanos que pasó del fervor militante al escepticismo con idéntico aturdimiento al que suele acompañarnos en el tránsito de la adolescencia a la edad adulta, cuando asumimos que, sin saber muy bien cómo, muchas cosas han cambiado a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos. Esa confusión unida a las incertidumbres que se han cernido sobre la sociedad cubana en estos últimos tiempos son las que han nutrido, de manera preferente, su literatura. Una obra que, como lo prueba la serie de novelas policiacas protagonizadas por el detective Mario Conde, nunca ha ocultado sus raíces populares, algo que Padura justifica atendiendo a sus inicios como periodista y a su convicción de que narrar equivale a comunicar una experiencia.

Reacio, de inicio, a hablar sobre la situación política de su país, en Leonardo Padura, sin embargo, prevalece el gusto por la conversación así como una franqueza que su interlocutor agradece y que queda plasmada también en “Regreso a Ítaca”, el guion de la película homónima que escribió junto al director Laurent Cantet y que ha publicado en forma de libro.

No sé si fue Silvio Rodríguez quien comentó que lo que peor llevaba de sus giras era la necesidad de tener que explicar Cuba en el exterior y que eso era algo que solo les pasaba a los cubanos, que a un artista británico o a un finlandés no se les exigía hablar de política. ¿Usted también ha sentido ese imperativo?

Tanto es así que, en su día, escribí un artículo titulado “Yo quisiera ser Paul Auster” después de haber leído una entrevista con este autor en la que solo le planteaban preguntas sobre béisbol, cine y literatura, que son justamente los tres temas que a mí más me interesan de cara a conversar. Y tanto es así que, de un tiempo a esta parte, me gusta dejar claro a quienes me entrevistan que únicamente contestaré una pregunta sobre la situación de Cuba. ¿Por qué? Pues porque sobre política, economía, religión o cuestiones sociales hay en Cuba mil voces más autorizadas que la mía para opinar. Pero, sin embargo, sobre mis novelas, sobre mis personajes o sobre mi trabajo en el proceso de creación literaria, lo que yo diga entiendo que sí puede ser relevante. Pero ¡en fin!, supongo que esa exigencia por explicar Cuba es una maldición con la que debemos cargar quienes somos de allí.

Esa necesidad de explicar Cuba, sin embargo, sí que está presente en cada una de sus novelas.

Yo no creo que mis novelas expliquen Cuba, lo que hacen es mostrar Cuba, que es algo muy distinto. La literatura no está para explicar cosas sino para reflexionar sobre la condición humana y para mostrar los conflictos que pueden llegar a darse entre individuo y sociedad. Dicho lo cual, es cierto que el caso cubano es muy peculiar y que para un escritor resulta una tentación muy fuerte la de intentar explicar las cosas que están ocurriendo a su alrededor. Pero eso es algo en lo que yo siempre he tratado de no incurrir cuando escribo ficción porque, como decía Flaubert: «La función última de un novelista debe de ser la de poner un espejo en el borde del camino que muestre el fango que hay en él».

Entonces ¿ese recorrido por la realidad cubana que subyace en sus libros siempre ha estado planteado por usted de manera subsidiaria a la trama?

Sí, porque como escritor no puedo permitir que lo coyuntural aplaste lo permanente. Por ejemplo, hasta hace cinco o seis años tener un teléfono móvil en Cuba significaba o bien que uno gozaba de un cierto estatus, o bien que tenías un amigo extranjero que te había vendido un dispositivo y una línea. En alguna de mis novelas protagonizadas por el detective Mario Conde hice referencia a aquella realidad porque me servía para esbozar las características de algún personaje. Pero ¿habría tenido sentido explicar los motivos de aquella situación? Aparte de resultar un tema aburridísimo, fue algo completamente circunstancial. Hoy en día, cuando todos los cubanos andan con el último modelo de ipad, iphone o como carajo se llame eso, nadie se sentiría concernido por una novela que profundizase en un aspecto de una realidad ya superada. Por eso, te digo que a mí me interesa, en todo caso, mostrar aspectos de la realidad, nunca explicarlos.

Otra de las constantes de su obra es la necesidad de dar voz a esa generación de cubanos (que es la suya) que pasó de la militancia al desencanto demasiado deprisa. ¿Qué rasgos diría que definen hoy a ese grupo humano?

Desde que comencé a escribir, a mediados de los años 80, siempre he tenido una fuerte conciencia de pertenencia generacional. Frente a quienes descollaron en los años 60, que fue una década muy convulsa pero muy fértil en el ámbito de la creación, y quienes lo hicieron en los 70, que fueron años de absoluta ortodoxia en el pensamiento político, social y cultural, mi generación intentó, desde el principio, encontrar su propia voz hablando de aquellos problemas que nos afectaban de una manera más directa. Somos una generación que acudió masivamente a la universidad, una generación que creyó fervientemente en el futuro, pero que, a su vez, sufrió de la peor manera los años más difíciles del Período Especial, una generación que, a la postre, acabó dividida: unos emigraron, otros nos quedamos en Cuba. Todas esas características creo que configuran unos perfiles muy interesantes desde el punto de vista literario. Por eso, en todas mis novelas no es solo que los protagonistas sean miembros de esa generación a la que yo llamo «generación escondida», sino que se juntan con otros personajes de la misma y entre ellos hablan sobre la experiencia compartida.

¿Por qué esa denominación de «generación escondida»?

Porque somos una generación que tuvimos muy poco espacio para decidir; de hecho, nos acostumbramos a que decidieran por nosotros. Y no solo eso, sino que ahora se va a aprobar una ley según la cual aquellos que tengan más de 60 años no van a poder aspirar a altos cargos del Estado, del Gobierno o del partido. Esto me hace ser miembro de una generación que creció obedeciendo y a la que ni siquiera, con el paso de los años, se le ha brindado la oportunidad de ocupar un lugar relevante en los espacios de toma de decisiones.

Así y todo, y según lo refleja en sus novelas, pese a la frustración que pudo generarles el verse excluidos de los centros de toma de decisiones, la suya fue una generación que se mantuvo firme en lo referente al compromiso político.

Supongo que porque ese compromiso era nuestra única posibilidad de cara a poder desarrollarnos. O creías o te ibas del país, no había otra. Y yo y tantos como yo optamos por creer y lo hicimos con sinceridad, trabajando para labrarnos un futuro sin que en ese esfuerzo mediara ningún trauma en vista de cómo se estaban dando las cosas. El trauma vino luego, cuando el futuro se hizo presente y comprobamos que habíamos estado viviendo en una suerte de realidad virtual donde toda tentativa de desarrollo había estado condicionada por el dinero soviético. Cuando éste se esfumó, las posibilidades de progreso individual y social se vieron mermadas. Yo, en ese sentido, he sido afortunado, opté por dedicarme a la escritura y mis libros han tenido un recorrido importante dentro y fuera de Cuba. Pero muchos otros compañeros continúan instalados en la confusión y en la incertidumbre que les generó todo aquello. De todas maneras, esa experiencia acumulada a lo largo de los años tampoco es que nos haya hecho dejar de creer, si acaso lo que ha conseguido es arrebatarnos un cierto romanticismo y acentuar nuestro lado más pragmático.

¿Es consciente de que, pese a todo lo acontecido, Cuba sigue constituyendo una suerte de referente político para muchos?

Sí, un referente positivo o negativo, según el caso. En esas percepciones se confunden mitos, realidades y, sobre todo, la necesidad de determinadas personas o grupos sociales de seguir reafirmándose en que su visión sobre el tema cubano era la correcta, y en que el paso del tiempo lo único que ha hecho es cargarles de razones. Pero para estas personas, más allá de lo que ocurra o deje de ocurrir en Cuba, lo verdaderamente importante es aquello que ocurre en su mente. Es triste constatar que los cubanos, muchas veces, somos simples figurantes en la película que cada quien se ha montado en su cabeza sobre nuestro país.

¿Le molesta la visión que se tiene de Cuba desde el exterior?

Por decirlo suave: me resulta muy simpático que un español que va a Cuba con sus euros en el bolsillo, aun preocupándose por hablar con la gente en la calle e incluso por alojarse en casa de un amigo cubano, al regresar afirme categórico que ese viaje le ha servido «para entender Cuba». Lo más normal es que quien diga eso no haya entendido realmente un carajo. Para entender un país hay que vivir en él y contemplar todos sus matices, para comprender una sociedad hay que padecer los temores y las incertidumbres que se dan en ella. Yo puedo llegar a respetar a las personas que nos visitan y que expresan sus impresiones sobre nuestra realidad social, pero convertir esas impresiones o esas experiencias en un dogma de pensamiento, me parece aberrante. Yo vengo con frecuencia al Estado español y no se me ocurre cuestionar la realidad política o laboral que ustedes viven acá u opinar sobre el caso catalán, como algunos me han pedido que haga. Sería una temeridad y una irresponsabilidad por mi parte.

¿Ese conocer las incertidumbres de la sociedad cubana es lo que le mantiene integrado en la misma?

Sí y además es que no quiero despegarme de Cuba. Porque lo cierto es que todas las incertidumbres, las esperanzas, las frustraciones y los sueños que se dan en la sociedad cubana son las que, hasta la fecha, han alimentado mi literatura y espero que puedan seguir haciéndolo. Luego están los modos de expresarnos, la comunicación entre los distintos grupos generacionales, las expectativas que se abren respecto del futuro del país… Son muchas las razones desde las que podría justificar esa necesidad que siento por seguir formando parte de todo aquello.

Llegados a este punto se impone aprovechar el comodín que usted me ha brindado al principio de esta entrevista a la hora de plantearle una única pregunta sobre la situación política de Cuba ¿Con la recuperación de relaciones con EE.UU, qué nuevo escenario diría que se abre?

Empezar a sacar conclusiones sobre un proceso que recién ha comenzado a desarrollarse se me antoja algo muy complicado. De entrada lo que ha sucedido es lo siguiente: se anunció que iba a haber conversaciones, las hubo, se restablecieron las relaciones diplomáticas, Cuba fue sacada de la lista de países patrocinadores del terrorismo, se concedieron licencias para que algunos norteamericanos pudieran viajar a Cuba y, finalmente, vino el presidente Obama e hizo un discurso que provocó una reacción airada por parte de las autoridades cubanas. ¿En qué se traduce todo esto? Pues en la creación de un escenario donde la tensión que hubo durante años entre ambos países se ha visto notablemente rebajada, un escenario idóneo para que se den los verdaderos cambios y estos pasan por el levantamiento del embargo, no hay otra. Se trata de una necesidad vital tanto para los estadounidenses como para los cubanos. Durante años, muchos pensamos que el proceso natural iba a ser el opuesto; es decir, que el levantamiento del embargo iba a dar lugar a un restablecimiento de las relaciones diplomáticas. Pero las coyunturas políticas son las que son y los gobiernos las aprovechan como pueden. A partir de ahí, determinar cuándo va a darse el siguiente paso, como va a darse y quien va a darlo, se antoja, a día de hoy, bastante incierto.

Retomemos entonces las preguntas sobre literatura. Acaban de publicarle el guion de “Regreso a Ítaca”, la película que co-escribió junto al realizador francés Laurent Cantet. Es curioso que usted mismo reconozca que no le gusta escribir para el cine y que, sin embargo, sea este un medio que cada vez frecuenta con mayor asiduidad, ¿cómo lo explica?

No es que no me guste escribir para el cine, que es un medio que siempre me ha fascinado, es que redactar guiones al final es un acto de servicio, ya que lo que escribes va a llegar al público reinterpretado por otras personas. Dicho lo cual, como soy un trabajador obsesivo, escribir guiones me ha venido bien para canalizar mi energía cuando no tenía ninguna novela entre manos y también para dotarme de una cierta disciplina. Es como el tenista que sabe que tiene un drive muy consolidado pero que no por ello deja de entrenar su revés, puesto que hay que saber elegir qué golpe conviene dar en cada momento del partido. Además, y aunque suene prosaico, la escritura de guiones me ha proporcionado también unos ingresos que me han permitido comprar tiempo y poder, por ejemplo, dedicarle cinco años a una novela como “El hombre que amaba a los perros”.

Sin embargo, un guion como el de “Regreso a Ítaca” no se percibe que sea un acto de servicio o un simple encargo profesional.

No, es cierto. Escribir este guion fue un acto visceral tanto para mí como para los actores, ya que la historia que se narra en la película está en las entrañas mismas de nuestra sociedad. También lo fue para Laurent Cantet quien, a pesar de no ser cubano, se arriesgó a captar toda la verdad que había en esos personajes penetrando de lleno en sus almas sin saber, como no sabíamos ninguno, a dónde nos conduciría semejante viaje.

Repasando su obra llama la atención que sea un autor que ha alcanzado prestigio y reconocimiento partiendo de un género, como el de la novela policiaca, que hasta no hace mucho estaba bajo sospecha.

Yo creo que sigue estando bajo sospecha, pero no por el género en sí, sino por los malos escritores que se dedican a escribir novela policiaca que, en cualquier caso, son menos que los malos escritores consagrados a escribir «alta literatura», por llamarlo de alguna manera. En cualquier caso, el género negro tiene las mismas ventajas para el escritor que cualquier otro modelo narrativo, e incluso me atrevería a decir que tiene más, dado que te exige armar una lógica que haga fluir narrativamente el relato de principio a fin. Además, contra los que desdeñan el género negro como una literatura menor, cabe argumentar que la novela policial no es otra cosa que literatura social, basta con ver la nómina de autores que la han cultivado. ¿Qué otra cosa son Vázquez Montalbán, Rubén Fonseca, Leonardo Sciascia o Raymond Chandler sino grandes escritores sociales?

¿En Cuba el género policial siempre ha tenido esa dimensión social de la que usted ha conseguido dotarlo?

No, no siempre. De hecho la novela negra en mi país nació en los años 70 como una novela de reafirmación política que cumplía un objetivo ideológico claro. A mí, a principios de los 90, me correspondió romper lo que era una tendencia muy establecida y muy favorecida y dar, en cierto modo, carta de naturaleza a un tipo de narración policiaca que, como sucedía en el resto del mundo, fuera una herramienta para cuestionar la realidad.

Supongo que esa condición de pionero le generaría bastante incomprensión.

Sí que me la generó, porque en aquellos años la novela policial no gozaba de la respetabilidad que ahora mismo tiene. Sin embargo, si algo aprendí trabajando como periodista fue a poner en valor aquella prosa cuyo fin último es comunicar una experiencia al lector. O dicho de otro modo: jamás he creído en la literatura ensimismada en sí misma. Por ejemplo, creo que José Lezama Lima, que es uno de los mejores autores cubanos, es también un novelista pésimo. Aquél que intente leer la única novela que publicó, “Paradiso”, es fácil que se exponga a padecer una parálisis cerebral. Huelga decir que mantener este tipo de argumentos mientras escribía novelas policiacas no contribuyó precisamente a que me granjease la simpatía de mis contemporáneos (risas).

Y, sin embargo, de un tiempo a esta parte, le llueven los premios y los reconocimientos.

Es curioso, porque cuando a mediados de los años 90 se organizaba una salida de escritores cubanos al extranjero convocados por alguna feria del libro o por alguna convención internacional, a mí nunca se me invitaba a formar parte del grupo. Yo oficialmente era «el policiaco» y eso no daba prestigio alguno a las letras cubanas. Mi venganza ha sido ganar todos los premios que últimamente he ganado sin dejar de escribir novela negra. Ha sido «la venganza del policiaco» (risas).