IÑIGO GARCÍA ODIAGA
ARQUITECTURA

Un iceberg caprichoso

Hamburgo tiene un nuevo hito cultural en el barrio recuperado al antiguo puerto industrial. La zona de Hafen City acoge la Elbphilharmonie, que abrirá sus puertas por primera vez en enero de 2017. A orillas del río Elba se ha rehabilitado y ampliado un antiguo almacén de mercancías, para dar cabida además de a 3 salas de conciertos, a un hotel y 45 apartamentos privados. Estos elementos se funden en torno a un espacio público, situado entre el volumen inicial de ladrillo y la nueva pieza de cristal, para construir una plaza pública con una vista de 360° sobre la ciudad.

La pieza central de la Filarmónica del Elba, obra de los arquitectos Jacques Herzog y Pierre de Meuron, es también actualmente uno de los proyectos estructurales más interesantes de Europa. La sala de conciertos se separa del resto del edificio por razones de insonorización y se sitúa a una altura de 50 metros sobre el nivel del suelo en una ubicación única en el puerto histórico de Hamburgo, lo que unido a su capacidad para 2.100 personas, convierte al edificio en el ejemplo perfecto de un castillo en el aire.

La interacción entre la apariencia arcaica de la antigua bodega de ladrillo y la audaz curva del cuerpo deslumbrante de vidrio es la tarjeta de visita del nuevo edificio. Ambas piezas se separan por el espacio público de la plaza que, con sus 4.000 metros cuadrados, aspira a ser un punto de referencia de la ciudad. El acceso a este espacio público se alcanza gracias a una escalera mecánica de 82 metros de largo. Esta sigue además una directriz cóncava, por lo que el final no es visible desde el principio, manteniendo así la sorpresa al visitante.

La gran sala de conciertos, elevada a 50 metros respecto del nivel del suelo y con 2.100 plazas, es el corazón de la Filarmónica de Hamburgo. La orquesta se encuentra en medio del auditorio, con las filas de asientos levantándose en gradas inclinadas con diferentes ángulos, lo que multiplica las caras de reflexión del sonido, generando una acústica impresionante. Una perfecta acústica que se consigue también gracias a una piel blanca que se compone de 10.000 piezas individuales, fabricadas con un yeso diseñado y empleado por primera vez en este edificio, y a un reflector de 50 toneladas montado en el techo.

Desde el punto de vista estructural, la obra podría catalogarse de maestra. Por razones de insonorización, la sala de 12.500 toneladas descansa sobre un conjunto de 362 muelles gigantes que la desacoplan del resto del edificio, impidiendo las vibraciones.

Otro elemento destacado del edificio es su fachada de cristal, construida con 1.100 paneles individuales, cada uno de cuatro a cinco metros de ancho y más de tres metros de altura. En la zona del vestíbulo son incluso más de cinco metros de altura. La mayoría de los paneles de vidrio han sido grafiados con pequeños puntos reflectantes gris basalto, generando dibujos curvos en la piel de vidrio, que evitan que la estructura se caliente debido a la luz solar y, al mismo tiempo, crean un efecto tridimensional de la envolvente.

Muy innovador y muy caro. Pero si algo destaca del nuevo edificio es su silueta sinuosa. La cubierta de algo más de 7.000 metros cuadrados sigue la geometría de ocho secciones esféricas cóncavas dobladas, que forman una silueta curvilínea única y elegante. La estructura del techo, con sus curvas escarpadas y altos picos, que remata el cuerpo vidriado de la ampliación, parece un gran iceberg que el agua ha arrastrado al viejo puerto de Hamburgo, y que dialoga con los inmensos cruceros que visitan la ciudad alemana.

Sin lugar a dudas, el edificio de Herzog y de Meuron es apabullante, brillante, espectacular, porque cada detalle ha sido llevado al extremo y se han invertido cientos de horas incluso en la invención de nuevos materiales que pudiesen afrontar los retos planteados por este proyecto. Pero es precisamente esta abundancia de recursos la mayor crítica que se le puede hacer al proyecto, ya que en un momento en el que el mundo tiene tantas desigualdades por resolver, no parece que la opulencia desmesurada sea el camino.

Además hay que tener en cuenta que experimentar en el mundo de la construcción, es en cierto modo asumir riesgos, ya que nadie sabe a ciencia cierta cuáles serán los gastos de mantenimiento y conservación que un edificio de estas características va a requerir. Los constantes retrasos de la obra y los graves aumentos de presupuesto de su ejecución no auguran un buen futuro en ese sentido.

Podría pensarse que esa imagen vítrea, de bloque de hielo varado, además de un recurso formal y estético del proyecto, es también toda una declaración de intenciones, la de una arquitectura que se muestra con total frialdad frente a una sociedad que exige otra clase de compromiso a los principales exponentes de la profesión. En ese sentido, tanto esfuerzo tecnológico y económico no hacen más que alejar al edificio de su verdadero contexto y presentarlo más como una joya presuntuosa que como algo necesario para la sociedad. Más como un capricho que como algo medido y ajustado, y ya se sabe que sin medida no puede haber arquitectura.