IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

Melvin Charney y los motivos ocultos del poder

Aprender a leer siempre es complicado. Una vez que se aprenden las letras y las palabras, queda lo más difícil: discernir el significado de las cosas. Cuando aprendemos a intuir el significado de lo leído, queda la tarea más complicada de todas: leer entre líneas, o a través de ellas.

¿Qué leemos en cuanto al territorio construido se refiere? Está claro que no son las clases populares las que tienen poder para escribir los grandes hitos urbanos: las casas, las fábricas, los puentes colgantes, las galerías donde cerrar negocios cara al mar... Hablamos de las historias que se esconden detrás de los hitos de la arquitectura, historias que en muchas ocasiones resultan tan apasionantes o más que el propio edificio.

El historiador del arte y actual director del IVAM, José Miguel G. Cortés, escribía en su libro “Políticas del espacio” que la arquitectura «recrea un imaginativo juego en el que se debaten nuestros sueños (identidad, sexualidad, inmortalidad…) y nuestros miedos (violencia, seguridad, diferencia…)». Para ilustrar la relación entre arquitectura y poder, el valenciano cita al arquitecto canadiense Melvin Charney quien, al igual que otros artistas-arquitectos como Gordon Matta-Clark, Christo y Jeanne-Claude, Dan Graham o Yona Friedman, utiliza el lenguaje arquitectónico para realizar intervenciones artísticas y evidenciar lo que a simple vista aparece oculto.

Charney debe parcialmente su fama al que fuera alcalde de Montreal, Jean Dapreau, quien ordenó la demolición de “Corridart”, una exposición de arte urbano comisariada por el arquitecto la víspera de la inauguración de los Juegos Olímpicos de 1976 en la ciudad canadiense. De noche y bajo la atónita mirada de buena parte de los sesenta artistas que habían participado en la instalación de las dieciséis piezas de arte urbano, empleados municipales de limpieza, escoltados por policías, echaron al camión de la basura las piezas.

El episodio ha pasado a la historia como uno de los actos de censura artística más importante de todo Canadá y, según algunos testimonios, cambió la manera en la que los habitantes de Montreal percibieron el espacio público.

“Corridart”, financiada con dinero proveniente del Gobierno de Quebec, pretendía poner de manifiesto la necesidad de retomar la calle en el diseño urbano de Montreal. Con ese espíritu, Charney eligió la histórica calle Sherbrooke como una sede lineal, de 6 kilómetros de longitud, para la colocación de dieciséis piezas de arte contemporáneo. Así, respondía a las críticas de los sectores más desarrollistas de Montreal –con el alcalde Dapreu al frente– sobre la inconveniencia de la localización del Estadio Olímpico, que se antojaba demasiado alejado del downtown, pero, en cambio, estaba cercano al Montreal más tradicional.

Entre las piezas elegidas por Charney, se encontraba la Croix du Mont Royal, una réplica de la cruz del monte del mismo nombre que flanquea la ciudad, obra de Pierre Ayot; un gigantesco laberinto de piedra; fotografías del Montreal histórico en gran formato; árboles envueltos en telas de colores; cabinas telefónicas que transmitían mensajes de los artistas denunciando el gasto de los Juegos Olímpicos…

El propio Charney realizó una obra en la esquina entre la calle Sherbrooke y Saint Urbain. Colocó sobre un andamiaje, reproduciendo la fachada de un edificio contiguo y creando una suerte de Piazza del Popolo, donde en un lado aparecía el verdadero edificio, representando la Montreal tradicional, y en el otro lado la ciudad del desarrollo, un andamiaje hueco que escondía un centro financiero anodino.

Aunque el relato que la alcaldía pretendió imponer hablaba de «blasfemias» y de inseguridad ciudadana, lo cierto es que los Juegos Olímpicos de Montreal figuran entre los que mayor desviación presupuestaria sufrieron, y el Ayuntamiento tuvo que soportar la humillación de que le fuesen arrebatadas las riendas de gran parte del proyecto antes de su finalización. Existe un consenso generalizado de que la actuación de Dapreau estuvo motivada más por un conflicto con el Gobierno de Quebec y por las críticas a un modelo desarrollista que por un puritanismo excesivo.

El ejemplo de Corridart evidenció el deseo que alberga el poder para controlar el escenario urbano. Este escenario, llamémoslo arquitectura, tiene la capacidad no tanto de expresar un totalitarismo o liberalismo, sino que hace evidente la manera que tenemos de vivir cotidianamente. Aprender a leer lo que se nos impone es una costumbre de supervivencia social necesaria para ejercer un contrapoder y conseguir una ciudad más equilibrada y social.