Iker Bizkarguenaga
PEGATINAS que hacen memoria

Historia en la solapa

Algunas son pequeñas obras de arte, otras con el tiempo se han convertido en iconos y entre todas conforman una singular hemeroteca y un vívido retrato de nuestro país. Euskal Memoria ha recopilado miles de «pegatas», desde mediados de los años sesenta hasta nuestros días, para conformar un tesoro encuadernado cuyo primer volumen ya ha sido difundido y que no dejará indiferente a nadie. Son centímetros cuadrados de historia.

Es posible que haya algún lector o lectora que no se haya puesto nunca una pegatina en la pechera –o donde sea, pues no llevan manual de instrucciones–, pero es improbable. En todo tipo de movilizaciones populares, en fiestas, en favor de una causa determinada, esos coloridos adhesivos forman parte de nuestro atuendo cada vez que nos echamos a la calle para proclamar, reclamar o denunciar algo. Sirven para identificarnos, para vincularnos con una lucha o para hacernos partícipes de un proyecto colectivo. Muchos chavales decoran sus carpetas con ellas, y están quienes las utilizan para tapizar la pared de su dormitorio, para desconsuelo de padres y madres. Hay quien, incluso, las guarda y las colecciona por decenas, por cientos y por miles. Incluso en la época digital y en plena dictadura de las redes sociales, las pegatas perviven. Ahora, Euskal Memoria ha recopilado buena parte de las que han circulado por nuestro país en las últimas décadas, y el resultado es impresionante. Por la cantidad, y por la capacidad que en conjunto tienen de resumir lo que ha acontecido en Euskal Herria en el último medio siglo.

Para sacar adelante este trabajo sus promotores han contado con la colaboración de numerosos coleccionistas particulares, y también han echado mano de los archivos de los Benedictinos de Lazkao y de la Fundación Sancho El Sabio. Pablo Salgado es uno de los autores, junto a Jabi Ubierna e Iñaki de Nicolás, cuyo fondo se ha utilizado como base a partir de la cual ir completando la obra. Explica a 7K que en el proceso de elaboración se han ido reuniendo con “pegatineros” a lo largo y ancho del país para poder recabar ejemplares de todos los herrialdes. Como curiosidad, señala que muchos de los coleccionistas de pegatas tienen relación y que suelen quedar para intercambiarlas –no hay compraventa ni mercadeo– entre ellos.

Decenas de miles. En total, indica, han escaneado unas 50.000 pegatinas, de las cuales cerca de 10.000 serán utilizadas para completar tres volúmenes. El primero cuenta con 3.091, y los otros andarán por esos mismos guarismos. En este momento se encuentran trabajando en la elaboración del segundo. Las cifras, mayúsculas, lo dicen todo. De hecho, la idea inicial era hacer un único libro, pero pronto comprendieron que sus previsiones iban a verse desbordadas.

El primero fue presentado en la Azoka de Durango y se ha distribuido entre los socios de Euskal Memoria. Cuenta con una extensa introducción de Edorta Jiménez. El escritor de Mundaka, para quien las pegatinas «comparten algunos de los rasgos de la guerra de guerrillas», nos recuerda que «susceptibles de pasar al otro lado de las líneas, hasta territorio hostil, hemos visto pegatinas a favor de las fiestas populares cubrir la puerta del alcalde, como hemos visto los carros de los picoletos plagados de ikurriñas, así como las de los estudiantes llamando a la huelga en las paredes del claustro, o las de libertad para presos en la Audiencia Nacional». Realmente, puede decirse que no hay nada social o políticamente reseñable que haya ocurrido en nuestro país en este tiempo que no tenga una pegatina adjunta, y algunas incluso han tenido la suerte de trascender nuestras fronteras. Nadie se extrañará si encuentra una pegata vasca en las taquillas de un youth hostel de Amsterdam, en una cervecera de Frankfurt o en los lavabos de un pub de Belfast.

De las miles cosechadas por Euskal Memoria, algunas tienen un diseño bastante rudimentario, a veces un simple dibujo a mano alzada, otros asombran por su calidad, impensable en aquella época, pero todas cumplen igualmente su papel de fedatario.

Temas que permanecen en el tiempo. El primer volumen comprende la época entre 1965 y 1979, desde los años más oscuros de la dictadura hasta la primera etapa del posfranquismo. Es suficiente evocar someramente todo lo que ocurrió en aquella década y media para hacerse una idea de la riqueza de esta primera muestra. Aquella fue una etapa convulsa, llena de hitos, de luchas, de tragedias y que también contó con alguna recordada victoria. Y cada episodio quedó plasmado en unos pocos centímetros cuadrados de papel y pegamento. El eco nunca sofocado de la guerra del 36, el nacimiento de ETA, sus primeros militantes encarcelados y muertos, el juicio de Burgos, los fusilamientos de Txiki, Otaegi y tres miembros del FRAP, la masacre del 3 de marzo en Gasteiz, Lemoiz y la lucha contra las centrales nucleares, la demanda de amnistía, las primeras elecciones de la reforma… No hay nada que no aparezca en esta recopilación, que sirve también para constatar los bandazos ideológicos y estratégicos que con el discurrir del tiempo han protagonizado algunos de los principales agentes políticos de este país. Y es que la perplejidad asoma sin remedio al contemplar, por ejemplo, pegatinas con el lema “Sozialismoa askatasuna da” firmadas por el PSOE o algunas de la UGT reivindicando “Presoak kalera” o proclamándose “un sindicato revolucionario”.

Las pegatas se presentan en orden cronológico y divididas también por asuntos concretos, siendo algunos de estos temas una constante a lo largo de los años, como la situación política, el euskara, los derechos de la mujer, la lucha de la clase obrera, contra la homofobia, el antimilitarismo... Otras se ciñen más a circunstancias y eventos que se produjeron en un momento dado, como puede ser la aprobación de la Constitución española, el Estatuto, las primeras elecciones del posfranquismo, la Marcha por la Libertad de 1977 o la campaña “Bai Euskarari” en 1978.

Algunos asuntos cobran un protagonismo particular y merecido, acorde al que tuvieron en la sociedad. Ocurre, por ejemplo, con la batalla que libró nuestro pueblo contra las centrales nucleares, especialmente la campaña contra la central de Lemoiz y en favor de una costa vasca no nuclear. Y es que, en días en que casi todo el espectro político clama por el cierre de Garoña, no está de más recordar que hay quien quiso levantar una central de estas características en plena costa vizcaina, a pocos kilómetros de Bilbo (también había planes para Ispaster, Deba y Tutera). La respuesta fue mayúscula, y el número de pegatas relacionado con todo aquello estuvo a la altura de la indignación popular. Entre todos sobresale el adhesivo con el «Eguzki» antinuclear, que además de pender de camisetas y chamarras, miles de vehículos han llevado adherido al capó. Ese símbolo lo podemos hallar traducido a cuarenta idiomas. Las marchas contra el polígono de las Bardenas, la muerte de Gladys del Estal, Garoña… también tienen su lugar en esta obra.

Aunque, por supuesto, el conflicto político entre nuestro país y los estados español y francés copa un porcentaje muy alto de la producción de pegatas en todos estos años. Algunas se limitan a exponer reivindicaciones generales, como la libertad para Euskal Herria, la defensa de la ikurriña o la territorialidad. Otras ensalzan a las organizaciones que han practicado la lucha armada, fundamentalmente ETA, y también hay muchas, muchísimas, que se centran en exigir la liberación de los presos y presas políticas vascas y la amnistía, con el logotipo diseñado por Eduardo Txillida como principal exponente de esta demanda a partir de 1976. En este ámbito, prácticamente no hay persona que estuviera encarcelada que no tenga una pegatina con una fotografía suya acompañada de su nombre y apellidos. También son recordados los militantes caídos: Txabi Etxebarrieta, Txiki y Otaegi, Txikia, Iharra, Txapela, Argala, los jeltzales Artajo y Azurmendi y muchos otros nombres que forman parte de nuestra historia reciente.

También de la extrema derecha. Respecto al espectro ideológico, abundan, como no podía ser de otra forma, los ejemplares vinculados a colectivos y organizaciones de izquierda, en todas sus muy diversas expresiones. Y también, claro, los relacionados con todas las familias que conforman el movimiento abertzale. Aunque hay de todo, e incluso adhesivos difundidos en su momento por grupos unionistas y de extrema derecha, como Unidad Española, Fuerza Joven, la Falange, Unión Carlista, Navarra Foral y Española, la Agrupación de Juventudes Tradicionalistas...

Es llamativa la proliferación de pegatinas de algunas formaciones políticas, como PNV, PSOE y PCE, después de que fueran legalizadas, y en este sentido es elocuente un ejemplar del Partido Comunista en el que se proclama a los cuatro vientos que «ya somos legales». Del mismo modo, la sopa de siglas y tendencias que acompañó a la izquierda abertzale en la década de los 70 tiene su propia plasmación gráfica.

También los sindicatos cuentan con una buena ristra de pegatas asociadas a ellos: ELA, LAB, CCOO, UGT, Steilas, CNT, EHNE, UAGN –tan de actualidad en las últimas semanas–… junto a otras centrales y organismos que dejaron de existir hace bastantes lustros.

Por otro lado, es destacable el número de ejemplares que hacen referencia a la política internacional y a la pelea que mantienen diversos pueblos y naciones, tanto por su emancipación como en la dialéctica universal de la lucha de clases o contra regímenes dictatoriales. Chile, Argentina, Palestina, el pueblo saharaui, Mao, Bolivia, Guinea, recordatorios de la revolución soviética en el 60 aniversario… Nuestro país no ha dejado de mirar a otros lugares, bien en busca de inspiración bien para expresar apoyo y solidaridad.

Temas sociolaborales, culturales, festivos. Y como no todo es política, no al menos en el sentido más limitativo del término, también hay pegatinas que tocan otros elementos de la realidad cotidiana de esa época, como es el ámbito educativo, donde se refleja la apertura de nuevos centros públicos e ikastolas o las dinámicas por una Universidad propia; el cultural, con el euskara como elemento central; el surgimiento de un nuevo espacio comunicativo vasco –no pueden faltar las pegatas de “Egin”–; y también las que hacen referencia al ámbito festivo, que entonces empezaba a desperezarse tras años de sometimiento a la rancia y antediluviana moralina franquista. Del mismo modo, hay lugar para conflictos laborales y para dinámicas más locales, luchas vecinales, de barrio, que quizá no ocuparon grandes titulares en los medios de comunicación pero que dejaron igualmente un profundo poso en sus protagonistas y un ramillete de pegatinas.

Como ya se ha dicho, estos tres libros serán distribuidos entre los socios de Euskal Memoria, pero según explica el presidente de la fundación memorialista, el escritor e historiador Iñaki Egaña, barajan la posibilidad de hacer exposiciones cuando esté el trabajo completado y todos los tomos impresos. Asimismo, no descartan tomar las pegatas por temas sectoriales y hacer alguna exposición u otro tipo de actividad conjunta con organismos que trabajan en esos ámbitos.