IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Una pirámide alimentaria psicológica (y II)

Todos tenemos la imagen de esas pirámides que ilustran los alimentos que necesitamos ingerir y su frecuencia para conseguir una buena salud. En las últimas versiones se han incluido, aparte de los consabidos cereales, verduras, pescados y carnes, huevos, lácteos y reposterías, una base de ejercicio físico, el equilibrio emocional, y los hábitos de vida saludables como cimientos de la alimentación. Pero, ¿qué necesitamos ingerir para una buena salud mental?

Pues probablemente en un primer nivel habría tres elementos. Por un lado, estarían las relaciones. Tener relaciones con gente, estar incluidos en grupos, y promover esa pertenencia, para “formar parte” de algo mayor que nosotros mismos, que nos ofrezca oportunidades de crecimiento, de contraste, de arrope, pero también de identidad y, por tanto, nos dé seguridad ante los avatares de la vida. Otro elemento en la base de esa pirámide podría ser la preservación de nuestra estructura de vida; es decir, tener objetivos, propósitos, que nos guíen y nos ayuden también a planificar nuestro tiempo por estas tierras, con lo que consideramos importante, más allá de las apariencias, las recompensas momentáneas o simplemente la supervivencia (que, en muchas ocasiones, ya es bastante); sea como fuere, tener una estructura lo más elegida posible, en la que nos movamos sabiendo qué esperar y dónde están los límites, es imprescindible. Un tercer elemento a la base de nuestra salud es estar suficientemente estimulados. Evidentemente, tener relaciones y propósitos nos va a aportar motivación, pero también nos va a nutrir, dándonos energía, haciéndonos avanzar. Lo que nos estimula puede ser algo ilusionante pero también nos estimula lo desagradable, los problemas que resolver, o los retos que afrontamos. Sentimos la energía que invoca la realidad en nosotros para que actuemos de algún modo. Sin estos “macronutrientes”, lo que después podemos añadir para mejorar nuestra salud no tendría una base.

En el siguiente nivel en el ascenso de la pirámide, necesitamos vivir una sensación de que estamos en esencia bien; es decir, que independientemente de todo lo que nos pase, el cálculo general y la sensación al mirarse dentro es la de que merecemos la pena, la de que no hay nada esencialmente malo en nosotros, «que no merecemos todo lo malo que nos pase». Esta “ingesta” es muy importante, porque se nos pega a las “células mentales” –si existieran–, y nos acompaña a todo lo que hacemos, condicionando nuestra disposición al encuentro, al avance, o, por el contrario, disponiéndonos al aislamiento y la conservación. Para ingerir esta sensación, necesitamos desarrollar la clemencia por nosotros mismos, la comprensión y la autocrítica no destructiva, asumiendo que hacemos lo que podemos, y que si no lo hacemos y somos conscientes, debe de haber alguna razón para ello, y por tanto algo necesitamos –y podemos hacer algo para cubrir esas necesidades–.

En el siguiente nivel está cubrir las necesidades esenciales como la valoración, que otros tomen la iniciativa, nuestra necesidad de hacer impacto en los demás… Finalmente, si subiéramos a la parte alta de la pirámide, estarían esos alimentos, bajos en nutrientes pero que nos estimulan y se acumulan como la grasa en las arterias. Ahí hablaríamos de la autoexigencia desmedida, la obsesión, las preocupaciones infundadas, la queja, el descuento de nosotros mismos o de los demás, etc. Todo aquello que sabemos que nos viene mal, pero no podemos evitar hacer en un momento dado. Estas “ingestas” son fruto de momentos difíciles de nuestra historia y suponen un alivio momentáneo; por eso nos sigue estimulando aunque, como la bollería industrial, esté lleno de “E-lo que sea” que a la larga no nos benefician. Por eso en esta pirámide deberían estar incluídos, pero su ingesta debería ser muy escasa.