Janina Pérez Arias
Elkarrizketa
James Franco

«‘The Disaster Artist’ no va solo de gente haciendo locuras. Detrás de eso hay algo bastante universal: que todos tenemos sueños y debemos luchar por ellos»

Hubo una época en la que James Franco (Palo Alto, California, 1978) se quedaba dormido en las entrevistas. No era el aburrimiento la causa de su letargo, sino el cansancio. Llegaba con mala cara, con las últimas reservas de energía y, reconozcámoslo: un viaje de promoción con jet lag incluido, unido al ritmo-de-james-franco, causan estragos. «¿Se ha dormido?», acompañada de media sonrisas entre guasa y verdadera compasión, pasó a ser la pregunta más formulada después de anunciar que «he tenido una entrevista con James Franco». Actor, director, guionista, productor, escritor, artista multimedia, profesor de universidad, doctor, modelo... En tantas cosas se ha embarcado James Franco, quien se ha llegado a autocalificar de “artista”, y es tal su osadía, tanto a la hora de ir a mil por hora como a la de colgarse este calificativo, que algunas situaciones le han provocado más de un dolor de cabeza.

Pero a James Franco se le ve fresco, despiertísimo, entusiasmado en su paso por Donostia, donde “The Disaster Artist” ganó la Concha de Oro y el premio Feroz de la pasada edición Festival Internacional de Cine por esta particular historia basada en la historia real de un curioso personaje (un surrealista Tommy Wiseau) y de una película (“The Room”), que tiene el dudoso honor de haber sido calificada como “la peor película de la historia del cine”. Actualmente, y nos referimos a este fin de semana en el que este divertidísimo filme ha llegado a nuestras salas, la lista de reconocimientos y nominaciones a los máximos galardones de la industria cinematográfica cosechada por este título es todavía más larga.

“The Disaster Artist”, dirigido, protagonizado y producido por James Franco, es uno de esos tantísimos proyectos que ha forjado el californiano, pero tal vez sea al que más amor le ha puesto, el que más redondo le ha salido, en el que se puede constatar sus capacidades tanto como director y protagonista. Basado en el libro “The Disaster Artist: My Life Inside The Room, the Greatest Bad Movie Ever Made” (publicado en 2011), escrito por Greg Sestero y Tom Bissell, en su muy acostumbrado papel de hombre-orquesta, el actor y director encarna a Tommy Wiseau, un tipo único y misterioso, con aspiraciones interpretativas a pesar de que talento precisamente no tenía, y que se empeñó en echar a andar una película –financiada por él mismo, aunque no se sabe de dónde salía el dinero– titulada “The Room” (2003). El filme en cuestión, rodado a principios de este nuevo milenio en medio de innumerables calamidades, resultó ser tan, pero tan, “malo” que se convirtió en una película de culto, otorgándole a Wiseau la tan ansiada fama.

¿Temía que «The Disaster Artist» fracasara?

Amamos esta película, estamos muy orgullosos de ella y nos sentimos abrumados por la acogida que ha tenido entre el público, lo que demuestra que de verdad le ha encantado. Sin embargo, de no haber sido así, nuestra actitud iba a ser la siguiente: «Hemos realizado esta película, lo hemos dado todo, y ¡la adoramos!». Eso es lo que cuenta realmente.

¿En qué se parece usted a Tommy Wiseau?

Nuestros caminos han sido diferentes, aunque, en realidad, tuvimos la misma idea: él soñaba con encarnar a James Dean y yo, de hecho, lo interpreté. Así que los dos quisimos ser James Dean (risas).

James Dean no ha sido el único personaje real que ha interpretado en su carrera, pero ¿qué ha sido diferente esta vez?

Aunque suene extraño, ha sido casi igual. Con todos los personajes reales que he interpretado he trabajado con su comportamiento, pero también con su mundo interior. Cuando me tocó interpretar a James Dean (en “James Dean”, dirigida por Mark Rydell en 2001, rol por el cual James Franco ganó el Globo de Oro como mejor actor de una miniserie), vi una y otra vez “Rebelde sin causa” (1955), “Al este del Edén” (1955), y “Gigante” (1956). En aquel tiempo YouTube no existía, así que me tocó ir al Museo de Televisión y Radio para ver los antiguos shows donde aparecía James Dean, y los vi hasta la extenuación. También me grababa la voz y me escuchaba cuando iba en coche, para lograr la inflexión exacta. Básicamente eso fue lo que también hice para acercarme a Tommy Wiseau como personaje: vi “The Room” una y otra vez. Curiosamente, antes de rodar esa película, Tommy solía ir en coche hablando consigo mismo, y esas “conversaciones” las grababa, como también grababa todas sus llamadas telefónicas. Greg (Sestero, amigo de Wiseau) robó esas grabaciones, y algunas de ellas las tengo. ¡Escucha! (y pone en su móvil una de esas conversaciones de Tommy consigo mismo en la que despotrica de su mala experiencia en sus clases de actuación). Como actor, no tiene precio contar con este tipo de material, pero también es una manera de acceder a un momento privado, que revela cómo es una persona, lo cual me ayudó a entender mucho más sus motivaciones.

¿Cómo pudo entender a un hombre tan excéntrico como Tommy Wiseau?

Supongo que Tommy siempre fue objeto de innumerables rechazos, sea consciente o inconscientemente. Aferrarse a hacer una película como “The Room” en Hollywood serviría para llenar ese vacío que había sentido toda su vida al ser precisamente objeto de tantos rechazos. Tommy no solamente quería expresarse desde el punto de vista artístico, sino también tenía la intención de formar una especie de familia a su alrededor, y eso lo demuestra al haber hecho esa película con su mejor y único amigo Greg.

Teniendo en cuenta que Tommy es tan pésimo actor, ¿fue difícil para usted actuar mal conscientemente, pero a la vez darle esa sensación de verdad necesaria para el personaje?

La lectura que le doy a “The Room” es que es una percepción muy personal de cómo Tommy siente el mundo que le rodea. El personaje de Johnny (interpretado por Wiseau en “The Room”) es el tío más guay que pueda existir, es perfecto, tal como él creía que tiene que ser el típico hombre americano. Y lo que sucede en esa historia es que su novia le engaña con su mejor amigo, y es esa constante traición con la que ha tenido que vivir Tommy toda su vida. Lo que hice al recrear las escenas de “The Room” fue plantearme cómo Tommy intenta proyectar cómo se ve a sí mismo y cómo le ha tratado el mundo. De manera que llegué a entender las intenciones que había detrás de cada escena.

Esta historia hace que nos planteemos una y otra vez si en Hollywood el talento es secundario, que si solamente basta con ponerle ganas a un sueño.

(Resopla) No solamente pasa con los actores, ya que existen directores que han rodado “un filme fantástico” y luego nada más. Pero no siempre se debe a que no tengan el talento suficiente, sino también a otros factores, porque a veces das con el tema adecuado o con el proyecto perfecto, le pones toda la pasión y tienes un taquillazo. Sin embargo, es difícil repetir el éxito y puedes pasar a ser alguien que solo ha podido hacer “una única gran película”.

En «The Disaster Artist» también se plantean la confianza mutua, la solidaridad, el brindar apoyo. ¿Piensa que esos valores aún existen en su profesión?

Definitivamente. He tenido que aprender que, como actor, puedo llegar a ser mejor si deposito mi confianza en el director, y si no lo hago, me pongo a la defensiva, no me apetece probar cosas nuevas, ni retarme a mí mismo. Por eso he aprendido una gran lección que me ha llevado a querer trabajar con personas en quienes confío. Además, esta profesión se basa en estrechar lazos colaborativos y, para ello, necesitas rodearte de gente que esté dispuesta a ayudar.

El director inteligente. Siendo un cotizado actor, el mayor de los tres vástagos de una escritora de libros infantiles y un empresario, alargó las horas del día para escribir relatos (Gia Coppola filmó en 2013 su semi-autobiográfico “Palo Alto”, publicado en 2010) y novelas (“Actors Anonymous”, publicada en 2013, que fue adaptada recientemente al cine). Por si fuera poco, a los 27 años se propuso volver a la universidad para estudiar literatura, inglés, dirección y diseño digital, y hubo un tiempo en el que hasta fue profesor.

A estas alturas de su vida, James Franco ha realizado más de cien películas. Y todo sin ánimo de medirse con su “gurú” en la actuación, que es Marlon Brando. Destacó en “127 horas” (Danny Boyle, 2010), papel por el que fue nominado al Óscar, deslumbró interpretando al poeta Allen Ginsberg en “Howl” (Rob Epstein y Jeffrey Friedman, 2010) o junto a Sean Penn en “Milk” (Gus Van Sant, 2008), y costó reconocerle en “Spring Breakers” (Harmony Korine). «Me fascinan las historias de Hollywood», admite quien muchas veces se ha internado en los entresijos de la industria a través del mundo de la ficción: «Me atraen las historias complejas, de personalidades y personajes, en las que debo crear, y que me hagan examinar y cuestionarme el por qué de las cosas, de las acciones, en qué se basan las relaciones entre los personales, qué les inspiran, qué les motivan».

El atrevimiento y las querencias de James Franco le han llevado a dirigir y a actuar al unísono. Y esa oportunidad la percibe como «particularmente provechosa, porque puedo ver la multiplicidad de capas, el por qué algunos actores y actrices asumen sus personajes de una u otra forma, de cómo nos comportamos estemos actuando o no… Todo eso es realmente fascinante», comenta.

Su hermano menor, Dave Franco, quien interpreta a Greg en “The Disaster Artist”, ve en James a «un buen director de actores, que conoce muy bien ese estar al otro lado. Por eso les trata muy bien, habla con ellos, les alienta a que confíen en sus instintos, les permite encontrar en ellos mismos la esencia de sus personajes, en la medida en que te lleva a plantearte ideas con las que tal vez no te sientes realmente cómodo, pero que las mismas le aportan mucho a tu rol. Es, definitivamente, un director muy inteligente».

James Franco se ha venido fogueando como director entre largometrajes, cortos, documentales, telefilmes, así como capítulos de series de televisión (“The Deuce”, creada por David Simon, que también protagoniza, es la más reciente). A todo lo demás, incluyendo su muy polémica carrera como artista plástico, le ha dado un parón, ¿hasta nuevo aviso? Eso nadie lo sabe, aunque cierto es que se ha replanteado muchas cosas en su vida profesional.

Algo ha pasado. Su ritmo frenético ha bajado de grados, se ha prometido concentración, dejar de lado muchas cosas que le sometían a una carrera diaria de fondo. La madurez, la cordura, el loable intento de frenar el gran monstruo de su egocentrismo son los culpables. Y todo esto sucede aunque se le acumulen filmes y series a punto de estrenar o en pleno desarrollo. Pero James lo tiene claro: «Ahora tengo con mi hermano (Dave) una productora (Ramona Films, en honor a la calle donde crecieron) y básicamente nuestro propósito es volcarnos en proyectos que nos gusten», afirma categórico.

«Después de todo lo que he vivido, creo que la única manera de conseguir algo positivo en mi carrera es esperar a que lleguen proyectos que me gusten de verdad, así como tratar en lo posible de trabajar con personas que aprecie». Hace balance: «He llegado al punto en el que no veo ninguna razón para involucrarme en una película solamente por hacerla (hace una pausa). Ya tengo casi 40 años, he empezado a ver todo desde otra perspectiva, y es hora de dedicarme a las cosas que realmente me gusten».

Ha contado que tuvo que trabajar en un McDonald’s en Los Ángeles. ¿Cómo fue estar en el lugar apropiado, pero enfrentándote a constantes rechazos?

Llegué a Los Ángeles, asistí a la UCLA (pero abandonó sus estudios), quería actuar, mis padres me dijeron que tendría que procurar mantenerme yo solo, así que tuve que buscarme trabajitos, como el de McDonald’s. Por eso pensé que la historia de “The Disaster Artist” era genial, porque no va solamente sobre gente haciendo locuras, ya que detrás de eso hay algo bastante universal. Más allá de quienes llegan a Los Ángeles con la intención de trabajar en la industria cinematográfica, de convertirse en actores o directores, está el hecho de que todos tenemos sueños y tienes que luchar por ellos. Esta es una de esas historias, y en esta industria en particular tienes que pelear contra todos los que te rechazan y te dicen que «las cosas son así…». Mucha gente puede relacionar esta historia con esos sentimientos de luchar, de enfrentarse a adversidades, de hacer frente a una montaña de rechazos. Sé de lo que hablo, sé cómo es…

¿Cómo ha llevado las miserias de ser actor?

¿Las miserias? (se ríe). A lo largo de toda mi carrera he podido desarrollar y aplicar varias estrategias. Cuando estás en los inicios, lo que quieres es actuar, por eso te aferras a cada oportunidad que se te presenta; luego, cuando vas atesorando años de experiencia, es cuando la cosa se vuelve más escabrosa, porque empiezas a cuestionar tus propias decisiones. Te planteas: ¿Por qué debo aceptar este o aquel papel? ¿Por razones meramente artísticas o siendo consciente de que va a influir o a ayudar en mi carrera? Durante mucho tiempo tomé ciertas decisiones, de las cuales no estaba completamente seguro sobre qué me aportarían, pensando que podrían influir positivamente en mi carrera, pero me di cuenta de que me hacían sentirme bastante miserable. Fue entonces cuando me dije que no podía continuar por ese camino, porque llegué a la conclusión de que lo único que quería era involucrarme en los proyectos y con gente en los que creyera de verdad. Entonces también comencé a dirigir y a hacer muchísimas cosas. Ahora, cuando miro hacia atrás, me doy cuenta de que me lo tomaba de esta forma: «Si este proyecto no funciona, pues no importa porque tengo ese otro». De esa manera supongo yo que me protegía del fracaso.