IBAI GANDIAGA
ARQUITECTURA

La Casa Roja, del color de los naranjos

En numerosas ocasiones hemos traído a estas páginas el caso de un edificio al que se le encomienda la difícil tarea de ofrecer algo nuevo, pero viejo; innovador, pero tradicional; moderno, pero clásico. Es una constante, en el caso de los clientes que recurren a un estudio de arquitectura, que tengan el deseo de destacar u obtener algo único. Al fin y al cabo, no acuden a un promotor, no van a ver un piso piloto: lo hacen a un arquitecto y, por ese motivo, esperan tener algo especial.

Tal vez con ese afán de construir algo “diferente” se encuentran edificaciones un tanto excéntricas, peculiares y ajenas a la tradición: casas cúbicas con tejado plano, en un país donde no para de llover; grandes ventanales frente al mar que apuntan directamente en la dirección de los vientos del noroeste, aquellos que azotan las costas vascas; fachadas totalmente lisas, sin un simple zócalo de piedra que las proteja de las salpicaduras del agua.

Dicho de otro modo, hemos dado la espalda a la tradición de la arquitectura. No nos alarmemos, no se quiere dar a entender que se construya de modo irresponsable; los avances en los materiales y las técnicas permiten, por ejemplo, que un edificio no tenga un tejado de “teja”, y no pasa nada.

Sin embargo, seguir la tradición suele ser sinónimo de construir una casa en la que no haya humedades. ¿Cuál es el problema con ese concepto para los arquitectos contemporáneos? Pues que, con los materiales de hoy en día, las viviendas donde se usa un lenguaje tradicional se convierten en pastiches, ya que el nivel de industrialización de los productos actuales hace que las casas hechas “a la antigua” parezcan salidas de un parque temático.

¿Es acaso imposible, no obstante, construir con un lenguaje tradicional pero introduciendo elementos propios de los siglos XX y XXI? Como muchos de los proyectos que van desfilando por estas páginas, esto es posible y deseable y la Casa Vermelha (casa roja), del estudio de arquitectura portugués Extrastudio, es un buen ejemplo de ello. El proyecto parte de una serie de condiciones que explican su forma: una familia de Azeitão, en el sur de Portugal, deseaba reconvertir la antigua bodega familiar, construida a inicios del siglo XX. La arquitectura circundante estaban llena de tapiales blancos, tejas rojas y casas bajas sin un orden establecido, pero con esa belleza que tiene la arquitectura sin planificar. La antigua bodega tenía un edificio pegado y un huerto de naranjos a los pies del solar. Aunque habría sido sencillo cortar los naranjos y colocar la casa en el medio del solar, permitiendo que tuviera ventanas por sus cuatro fachadas, se decidió que los árboles estaban bien donde estaban y que una de las fachadas debía quedar condenada.

Tradicional versus innovador. Partiendo de ese problema, el edificio se pensó de dos maneras: por un lado, se tenía el exterior, que dibujaba una casita tradicional, con un tejado de teja a dos aguas, unas proporciones normales y con unas ventanas donde se necesitaban. Por otro lado, se “encajó” un volumen interior, que se desarrollaba en dos plantas y no ocupaba todo el espacio, sino que dejaba huecos interiores, a manera de pequeños patios, que creaban dobles y triples alturas. Estos huecos buscaban, por un lado, evocar esos espacios inmensos de la antigua bodega y, por otro, introducir la luz en la zona que quedaba a oscuras por no haberse podido perforar. Ese volumen “encajado” se percibía a la perfección en la planta bajo cubierta, donde los arquitectos plantearon una superficie de un blanco cegador, que parecía la cubierta de un edificio dentro de un edificio.

Y luego, claro está, estaban los naranjos. La fachada que daba al patio los encaraba y los “introducía” en la vivienda gracias a una ventana horizontal, de lado a lado, construida con solo los apoyos laterales gracias a que la vivienda está realizada con muros de carga de hormigón. Con un gesto muy habitual en la obra de Extrastudio, el interior y el exterior quedaban unidos.

Los guiños entre lo moderno y lo clásico, entre lo viejo y lo innovador, se ven si uno sabe buscar: en la fachada que da a los naranjos, la ventana circular que corona la fachada llama a una arquitectura antigua, pero la ventana rasgada que tiene a sus pies hace que aterricemos en el lugar. Los colores y revestimientos interiores –microcementos, pinturas epoxi, superficies continuas y sin juntas aparentes– contrastan con el rojo color vid del estuco exterior, como si de una casa toscana se tratara.