Andrea Olea
EL TABLERO ÁRABE

¿Quién teme a Hizbulah feroz?

El partido-milicia chiita libanés Hizbulah ha salido fortalecido de su participación en los conflictos de Siria e Irak, con más poder e influencia que nunca a nivel regional y también local, aumentando el recelo de sus oponentes. La derrota técnica del Estado Islámico es el preludio de su vuelta a casa, donde deberá conjugar la preservación de la estabilidad interna con la permanente amenaza de un choque con su enemigo acérrimo, Israel.

Cuando Hizbulah (Partido de Dios) entró en la guerra siria allá por 2012, no todos los dirigentes del movimiento chiita estaban convencidos de la utilidad del proyecto, incluido su propio líder, Hasan Nasrallah. Máximo aliado de Irán en la región, el partido-milicia libanés ha luchado en el país vecino y en Irak, donde también ha entrenado a otros grupos armados, al tiempo que ha apoyado a fuerzas prochiitas en conflictos como el de Yemen.

Seis años más tarde del inicio de su intervención en Siria, su participación en este y otros conflictos regionales le han conferido un poder y una influencia sin precedentes en el mundo árabe. En este tiempo, no solo ha adquirido una gran experiencia militar y estratégica y se ha hecho con un importantísimo arsenal bélico, sino que se ha ganado el favor de una parte hasta ahora reticente de la población libanesa, que lo considera el único capaz de defender al país de agresiones externas, desde la ya tradicional amenaza sionista a la yihadista del Estado Islámico.

Su renovada fuerza ha hecho sonar todas las alarmas en la región y el movimiento –considerado grupo terrorista por Estados Unidos, la UE (solo su brazo armado), el Consejo de Cooperación del Golfo y, más recientemente, la Liga Árabe– está sufriendo una presión sin precedentes a nivel económico, financiero y diplomático de Riad y Washington, que tratan de ahogar sus fuentes de financiación y contrarrestar su creciente influjo, por el momento, sin éxito.

Una capacidad militar inaudita. Desde su nacimiento en 1982 para luchar contra la ocupación israelí durante la guerra civil libanesa (1975-1990), la Resistencia Islámica ha pasado de ser una pequeña milicia a convertirse en un verdadero ejército, altamente jerarquizado y superior en términos de equipamiento y recursos al de muchos estados. Según un informe del Grupo Militar de Alto Nivel (HLMG), compuesto por expertos internacionales en seguridad, el arsenal del brazo armado de Hizbulah supera los 100.000 cohetes y misiles de corto y largo alcance, e incluye tanques modernos, una importante flota de drones, sistemas de defensa aérea avanzados o armas antitanque. Los analistas estiman que el grupo cuenta con 25.000 combatientes en activo – 5.000 de los cuales han sido entrenados en Irán – y otros 20.000 reservistas. Su actuación en Siria ha dotado al grupo de experiencia en combate y ampliado sus conocimientos en inteligencia militar y tácticas de guerra convencional.

Los expertos creen que entre 4.000 y 8.000 efectivos de Hizbulah han luchado en ese país desde 2012. Hasan, de la región de Hermel (noreste de Líbano) combate como miliciano del grupo en Siria desde el inicio de la intervención. A sus 26 años ya ostenta el grado de comandante, tras luchar en campañas como las de Raqqa y Deir Ezzor. Como él, miles de jóvenes se han curtido en la contienda y actualmente son experimentados combatientes.

Pese a las críticas externas a su injerencia en el conflicto del país vecino, el grupo chií defiende a capa y espada su intervención apuntando a la necesidad de proteger las fronteras libanesas. Fue Hizbulah, de hecho, quien expulsó en verano a los yihadistas de Tahrir al-Sham (exFrente Al Nosra, antigua filial de Al Qaeda en Siria) de la región de Arsal, en la frontera oriental de Líbano, y quien apoyó a las tropas libanesas para hacer lo propio con el Estado Islámico en las zonas limítrofes de Ras Baalbek y Al Qaa. Combatientes como Hasan ven la frontera desde sus casas y saben lo que es tener al enemigo en la puerta, por lo que no dudaron en sumarse a las filas del movimiento para combatir a los extremistas.

Mientras, la población de esta región, ya sea chií, suní o incluso cristiana, comparte la idea de que es Hizbulah, antes que el ejército regular, quien garantiza la seguridad del país.

Reforzado tras la crisis política. Al ritmo de su creciente poderío militar, el Partido de Dios ha ido consolidando su presencia institucional y su influencia política dentro de sus propias fronteras. A finales de 2016, su pacto con el presidente cristiano Michel Aoun para formar gobierno permitió superar los 25 meses de vacío de poder y supuso un punto de inflexión en la evolución de la formación chiita, que hoy cuenta con doce escaños y dos ministros. Su savoir faire se ha hecho aún más evidente durante la crisis desatada en noviembre por la dimisión sorpresa del primer ministro libanés, Saad Hariri, desde Riad.

Tras la renuncia de Hariri y contra todo pronóstico, Hizbulah se mantuvo en un discreto segundo plano y solo habló para sumar su voz al resto de actores nacionales que demandaban el regreso del jefe de Gobierno. «Fue una actuación cuidadosamente planeada. Lo más impresionante es cómo la organización logró adoptar un perfil bajo, cediendo la iniciativa a los principales actores políticos» del país, considera Mohanad Hage Ali, director de comunicación del centro Carnegie Middle East y profesor de la Universidad Americana de Beirut.

Como resultado, el acto de presión instigado por Arabia Saudí –según la interpretación generalizada– para limitar la influencia del Partido de Dios y de Irán en la región, en lugar de provocar el esperado cataclismo en Líbano, ha logrado reforzar la estabilidad interna del país y promover el acercamiento de los dos principales bloques políticos: el denominado 8 de Marzo, respaldado por Teherán y que incluye al partido del presidente Aoun y a Hizbulah, y el bloque 14 de Marzo, liderado por el Movimiento del Futuro de Hariri, y apoyado hasta ahora por Riad.

El retorno del primer ministro a Líbano tras semanas de incertidumbre y previa intervención de potencias como el Estado francés, zanjó la crisis política en el país, con la retirada de su dimisión a cambio de un pacto de no injerencia en los conflictos regionales que firmaron todos partidos libaneses, incluido Hizbulah. Esa concesión del partido chiíta supuso una victoria para Hariri, al tiempo que ha permitido al movimiento de Hasan Nasrallah afianzar su imagen como actor político de altura.

Si Hizbulah hizo esa cesión, es porque «tiene una visión muy clara de lo que desea en política interna: no quiere autoridad o mando, sino influencia», opina Houssam Matar, analista cercano al partido. «En ese sentido, está trabajando para construir un marco de entendimiento amplio con cristianos, chiítas y sunitas. No quiere enfrentamientos con ellos. Su prioridad es preservar la estabilidad interna y el diálogo nacional».

Como primera muestra de su compromiso con el pacto de no injerencia, el secretario general del partido chií anunciaba a principios de diciembre la retirada de sus combatientes de Irak, y aunque en Siria mantiene su presencia en la zona oriental y meridional del país, donde aún quedan remanentes del Estado Islámico, su proyecto es disminuir el número de combatientes de forma paulatina.

En cambio, el acuerdo que selló la vuelta a la normalidad en el País del Cedro no incluyó la cuestión del armamento de Hizbulah. El desarme «ni siquiera se puso sobre la mesa, quedó fuera del trato», explica Wafika Ibrahim, analista política de la cadena pan-árabe Al Mayadeen. «Primero, porque se sabe que es un tema intocable para Hizbulah, en el que ni se plantea ceder. Segundo, porque aunque a todo el mundo le gustaría que Líbano tuviese un ejército lo suficientemente fuerte, en la actualidad no lo tiene, y Hizbulah es necesario», afirma la analista.

Voz de los «desheredados». La resistencia contra Israel, el antiimperialismo y la lucha contra la injusticia social vertebraron el nacimiento del partido chií en los años ochenta como movimiento “antisistema”, pero desde entonces ha ido metamorfoseándose e insertándose cada vez más en la vida política y las instituciones del país. Tras la guerra civil, en 1992, se presentó a las elecciones y desde entonces mantiene al menos una decena de escaños en el Parlamento. En las zonas de mayoría chií, el partido gana de forma sistemática los comicios locales y gobierna prácticamente en todas ellas.

Su popularidad en esta comunidad, tradicionalmente discriminada en Líbano, se fundamenta en haber sabido darles voz y legitimidad a los “desheredados”, un sentimiento de pertenencia del que sentirse orgullosos, y al mismo tiempo suplir las carencias de un Estado como el libanés, sin apenas servicios públicos y con una deficiencia coyuntural de infraestructuras básicas. El partido cuenta con una amplia red de organizaciones satélite –financiadas principalmente por Irán y donantes privados chiís– que cubren las necesidades de la población más desfavorecida, de la educación a la sanidad, pasando por la ayuda económica a las familias de los mártires, la reconstrucción de viviendas y edificios destruidos en las distintas guerras con Israel, la concesión de créditos sin intereses... Todo ello, le otorga una lealtad sin fisuras por parte de los beneficiarios.

Dahieh, la periferia sur de Beirut, es conocida como el bastión del movimiento en la capital libanesa. Aunque toda la zona quedó seriamente dañada por los misiles israelís durante la guerra de 2006, los únicos vestigios de combates que se ven datan de la guerra civil: las generosas arcas iraníes costearon la reconstrucción y en apenas dos años el barrio lucía incluso mejor que antes del conflicto.

Sorprendentemente, cuesta encontrar en las calles las distintivas banderas amarillas del Partido de Dios o retratos del sayyed Nasrallah, omnipresentes en el sur del país, pero los carteles de mártires en cada esquina recuerdan al visitante que se encuentra en territorio de Hizbulah. La discreción se extrapola a las oficinas de la organización, que tampoco cuentan con ningún distintivo externo por motivos de seguridad.

A pocas manzanas, se encuentra el llamado cementerio de los mártires, que ha debido ser ampliado ante el alto número de bajas sufridas en Siria e Irak, en torno a unas 2.000. En el centro del mausoleo se encuentran Mustafa Badreddine, máximo responsable militar del movimiento en Siria, muerto en 2016; su cuñado Imad Mughniyeh, célebre cofundador del partido, ejecutado por Israel en 2008 en Damasco y el hijo de este, Yihad Mughniyeh, asesinado también en Siria por la aviación israelí en 2015. Bajo el mismo techo, se extiende otro centenar de lápidas de combatientes muertos en las distintas guerras libradas por el movimiento, contra Israel y ahora contra el Estado Islámico.

Namat perdió a su hijo Brahim de 27 años en Alepo hace año y medio, y va a rezar por él en Dahieh a la espera de recuperar el cuerpo y darle sepultura. «Desde que se marchó temía que muriera, pero es lo que siempre quiso hacer. Me siento orgullosa de él», dice emocionada.

El marido de Malak se encuentra en este momento luchando en Siria. La pareja es de Tiro (sur de Líbano), pero ella acude a este mausoleo, dice, por su simbolismo. «En este país, todas las familias de la Resistencia tienen a alguien luchando y a alguien muerto», afirma sin fatalismo, considerando que «tener un mártir es un orgullo».

Las numerosas bajas que ha sufrido Hizbulah en el conflicto no han minado el espíritu de sus seguidores: la guerra ha ejercido como reclamo para seguir reclutando candidatos a sacrificar su vida por la causa.

Tambores de guerra en la frontera sur. La batalla contra Israel sigue siendo, en todo caso, su leit motiv y el centro de su proyecto. La derrota del «enemigo sionista» constituye la razón de ser de la organización y el lugar geográfico que mejor representa su importancia probablemente sea el Museo de la Resistencia en Mleeta, en el sur del país. Este espacio fue inaugurado el 25 de mayo de 2010 para conmemorar el décimo aniversario de la retirada de Israel de suelo libanés en el año 2000.

Sus modernas instalaciones recrean la derrota israelí en un empeño casi paródico por ridiculizar al enemigo: un vídeo muestra a soldados israelís llorando y la estrella de la exposición es un tanque Merkava, principal carro de combate de las IDF, con el cañón hecho un nudo, junto a un irónico letrero que reza: «El orgullo de la industria militar israelí». El visitante también puede entrar en un búnker y un túnel de 200 metros usados durante la guerra relámpago de julio de 2006 contra Hizbolá, en la que murieron entre 1.200 y 1.300 libaneses, y 165 israelíes. Doce años después, el recuerdo de ese último enfrentamiento directo sigue vivo en la memoria de Líbano, y los dos adversarios intercambian amenazas de forma regular.

En los últimos meses, sin embargo, el tono belicoso ha ido subiendo entre Hizbulah e Israel: Tel Aviv ha aumentado sus tropas en el norte del país y en diciembre escenificó una gran maniobra militar como demostración de fuerza. Mientras, el Partido de Dios no esconde que está desplazando a parte de sus fuerzas hacia el sur de Líbano y se ha mostrado abiertamente beligerante tras la decisión del Gobierno estadounidense de declarar Jerusalén capital de Israel, con Nasrallah llamando a una «tercera intifada» e incluso mencionando una posible «liberación» de la Ciudad Santa por parte del «eje de la resistencia» antisionista.

Aunque ambos bandos se muestran dispuestos a pasar a las armas de cara a la galería, no está claro que el choque de trenes vaya a producirse. El partido chií tiene más experiencia, armas y aliados que nunca. Además, a diferencia de 2006, tanto la fuerza militar como la política del movimiento y el propio Estado libanés se hallan más entrelazadas que nunca, como prueban la colaboración entre la organización y el ejército, y la presencia de Hizbulah en el Gobierno. En este momento, atacar al grupo chií iría irremisiblemente asociado a un ataque al propio Líbano.

Los analistas se muestran divididos en este sentido. Mientras que para Mohanad Hage Ali, «dadas las tensiones actuales en torno a Jerusalén, un conflicto abierto es una posibilidad», en opinión de Wafica Ibrahim, «a Israel no le interesa entrar en guerra con Hizbulah porque no tiene la seguridad de ser capaz de ganar. Además, el coste de un enfrentamiento directo sería muy alto para ambos». En cambio, «sí seguirán produciéndose choques focalizados en el sur de Siria», donde Israel ha atacado en más de un centenar de ocasiones objetivos de Hizbulah, considera por su parte Houssam Matar.

El mantra repetido por la organización chií es que no serán ellos quienes den el primer paso, pero ante cualquier agresión responderán sin dudarlo con toda su capacidad disuasoria. «Un fallo de cálculo (por parte de uno o ambos) sí podría forzar un enfrentamiento abierto», admite Matar. En un contexto tan volátil como el de Oriente Medio, cualquier bravuconada podría prender la mecha.