Iker Bizkarguenaga
victorias de la clase trabajadora en euskal herria

Los tiempos cambian pero la receta no: organización y lucha obrera

En los últimos años, a la sucesión inexorable de malas noticias económicas, con su consecuencia dramática en el ámbito laboral en forma de cierres y despidos, le ha acompañado un discurso tendente a desprestigiar el sindicalismo combativo. La crítica no es nueva, de hecho es casi consustancial a la propia actividad sindical desde sus inicios, pero hay quien está queriendo aprovechar el contexto para minar a las centrales cuyo discurso y práctica no casan con la dócil concertación promovida por gobiernos y patronal. Pelear, dice el soniquete liberal, es malo, pues crea inestabilidad y espanta a los inversores. Sin embargo, la clase trabajadora no ha logrado nada sino a través de la lucha. En este reportaje recogemos ejemplos de que esa máxima sigue siendo real, hoy igual que ayer.

La imagen de las trabajadoras de las residencias de Bizkaia, alegres, exultantes, celebrando en el centro de Bilbo el acuerdo alcanzado después de dos años de batalla y 370 días de huelga, se ha convertido en un icono de la lucha obrera en Euskal Herria. Fue el 27 de octubre cuando aquellas mujeres lanzaron al aire las camisetas verdes que durante tanto tiempo habían vestido en sus movilizaciones. «Era como estar en una nube, no nos lo creíamos. Después de tanta incertidumbre, de tanto tiempo de conflicto sin que nadie nos escuchara… fue una sensación de decir: ¡Por fin se ha terminado, lo hemos conseguido!». Zoa Sáenz de Santamaría, delegada de ELA, resume así lo que vivieron aquel día. Explica a 7K que sabían que iba a ser duro –«eso lo teníamos asumido»–, que iba a ser largo –«porque los otros convenios también se habían alargado»–, pero no esperaban que lo fuera tanto.

Y pese a todo, triunfaron. El acuerdo alcanzado con las patronales Gesca, Elbe y Lares recoge el grueso de sus reivindicaciones, como las 35 horas semanales, un salario mínimo de 1.200 euros, mejoras en las coberturas de bajas y una actualización de los pluses. El convenio durará hasta 2020, el incremento salarial se hará mes a mes y la reducción de la jornada también será progresiva, hasta lograr las 35 horas en 2022.

Una de las claves para que el desenlace fuera el deseado ha sido «tener muy claros los objetivos». «Antes de iniciar todo esto, nosotras habíamos hecho muchas asambleas y teníamos muy claro que era el momento» de la movilización, evoca Sáenz de Santamaría, apostillando que eran conscientes también de que «había que socializarlo, sacarlo a la calle, que había que explicar a la gente nuestra realidad y la de las familias».

Este capítulo, el de la socialización, fue determinante en un conflicto en el que la administración, en este caso la Diputación vizcaina, tomó partido en favor de la parte empresarial, y cuando desde determinados ámbitos se acusó a las trabajadoras de la situación en la que quedaban las personas dependientes y sus allegados. «Se nos acusó de secuestrar a las familias, que es muy fuerte, y lo que nosotras estábamos percibiendo era que quien realmente estaba haciendo daño a las familias y las trabajadoras eran ellos, porque castigándonos a las trabajadoras castigaban a las familias. Ellos estuvieron castigándonos y tratando de invisibilizarnos, y nosotras respondimos socializándolo aún más», expone. Y esa labor la llevaron a cabo con gran éxito; el acuerdo alcanzado en octubre fue celebrado mucho más allá de las personas directamente afectadas, entre otros motivos, porque habían logrado que la ciudadanía congeniara con ellas. «La gente ha estado para quitarse el sombrero. Hemos hecho manifestaciones en las que nos aplaudían desde los balcones… ha habido mucha empatía», corrobora. Como ya se ha dicho, no ha ocurrido lo mismo con la Diputación, responsable última de las residencias. Es más, al parecer de la delegada sindical, las empresas han mantenido una actitud cerril porque se sentían respaldadas. «No tenemos ninguna duda de ello», apostilla.

Mucha terapia y muchos cafés. La duración del conflicto en las residencias de Bizkaia no tiene parangón en los últimos tiempos y es equiparable a la que mantuvieron hace unos años en la residencia Ariznabarra de Gasteiz. Sin embargo, las trabajadoras transmitieron en todo momento optimismo y buen rollo a raudales, algo que no tuvo que ser nada fácil. «Ha habido mucha terapia. Es un proceso muy largo, hoy caes tú, mañana yo... hay que estar ahí para animar a la compañera, hay que estar con la gente, tomar muchos cafés. Y ser muy activas», resume Zoa. Y claro, la lógica consecuencia de todo ello es que quienes empezaron siendo compañeras acabaron haciendo piña. «Ahora ya somos una familia. Se han creado muchos lazos, y la verdad es que el principal éxito ha sido ese».

Sáenz de Santamaría también incide en la importancia de «tener una organización detrás», y de «la caja de resistencia, que te permite aguantar dos años». Un instrumento, por cierto, que la Hacienda vizcaina ha puesto en el foco de los medios, y no para bien.

Otra característica del conflicto de las residencias es que la pelea ha sido protagonizada casi en exclusiva por mujeres, que componen el 98% de la plantilla. Y a juicio de la delegada de ELA, esto ha sido determinante para que la solución se haya alargado en el tiempo. «En este sector –señala–, en el que la Diputación pone 90 millones de todos los vizcainos, nos decían que no era su problema. Nosotras habíamos pedido una reunión por escrito diciendo que nos reuniríamos cuando quisieran, donde quisieran y con las que quisieran. A día de hoy no hemos tenido contestación. Sin embargo, cuando salió el conflicto de Arcelor, en una semana había una foto del diputado con los trabajadores. Y te preguntas, ¿dónde está la foto del problema más grande que tiene sobre la mesa, que afecta a cinco mil trabajadoras? Esa foto no ha existido, ¿Es casualidad?». Por eso considera que esta victoria es también una victoria de la lucha de la mujer por sus derechos.

Zoa cree que la batalla que han mantenido y sus resultados van a sentar un precedente, y a quienes en situación de precariedad e inestabilidad temen o dudan si movilizarse o no en sus empresas, si embarcarse en una lucha obrera, aconseja que «si tú te quedas parada nunca te van a dar nada. En todo caso, migajas. Si quieres cambiar y tienes las herramientas, no hay ningún imposible. Que cuesta, pues claro. Pero si quieres mejoras, nadie te las va a regalar, te lo tienes que pelear».

Lo que da más miedo. Lo mismo opina Joane Ramos Baena, delegada de LAB en Staples. «A la gente que le da miedo movilizarse le digo que se ponga a pensar qué es lo que le viene encima si no lo hace. Eso da mucho más miedo». Con esta frase concluye su entrevista con 7K en la sede de ese sindicato en Bilbo. La pelea que mantuvieron entre mayo y octubre no ha sido tan conocida como la de las residencias pero sí igual de gratificante para sus protagonistas. En gran medida, porque en la plantilla de esta empresa de productos de oficina radicada en Galdakao no había tradición de pelea, «había sido bastante pasiva».

«Veníamos de años en los que venían y te decían: ‘Esto es lo que hay’. Y punto», expone, para explicar a continuación cuándo se dio el cambio de mentalidad entre los trabajadores y trabajadoras. «Staples, que era una empresa norteamericana, pasó a manos de un fondo de inversión. Estos, al llegar hicieron un pequeño cambio sobre un acuerdo anterior, y la gente se sublevó. Porque era un cambio pequeño, sí, pero que sentaba un precedente». Ramos opina que de esa forma los nuevos dueños quisieron sondear a la plantilla, «para ver si respondíamos o si seguíamos quietecitos, y la gente se animó, prácticamente al 100%». A partir de ahí, resume que «empezamos con pequeñas cosas, y a la vuelta del verano con paros, movilizaciones, pancartas en el pueblo...». En ese momento la empresa les llamó. «Fuimos a ver por dónde nos iban a salir, y quedamos sorprendidos con su actitud. Dijeron que querían hablar, que querían negociar». Ella no tiene duda de que aquella nueva postura «llegó a raíz de ver que la gente se movía». «Ese pequeño cambio, ese globo sonda, le salió por la culata. Y a nosotros nos salió muy bien, porque activó a la gente», añade.

Ramos explica que además de lograr que la empresa se sentara a negociar, lo que ya era un triunfo, «conseguimos mucho en nuestras condiciones laborales, en los salarios, en acabar con las distinciones». En resumen: «Acabamos muy contentos, y la gente se dio cuenta de que si te unes y trabajas logras resultados». Y además, en esa plantilla hasta entonces pasiva, «hay una mayor unión basada en una lucha compartida».

A Joane le acompañan en la cita Juan Andres Larrinaga Olabarria, delegado de LAB en Artiach, y Tamara Martin, responsable del área de Servicios Privados de esa central en Hego Uribe-Arratia. En la fábrica de Artiach de Orozko sí que tienen experiencia en batirse el cobre, y también algunas victorias en el zurrón. Larrinaga explica que hace un tiempo consiguieron quitar la doble escala salarial. «Para nosotros era importante: por el mismo trabajo, el mismo sueldo. Aquello llevaba mucho tiempo en vigor, y aunque mucha gente pensaba que no lo íbamos a conseguir, lo logramos», recuerda. «Luego –insiste– hubo otro conflicto, porque la empresa no quería dar bajas aun teniendo la mano en cabestrillo; a esas personas se las ponía en otra actividad. Dijimos que eso no se podía asumir, hicimos movilizaciones y lo denunciamos en Inspección. Nuestra sorpresa fue que la empresa asumía que lo hiciéramos, que usáramos las vías legales, pero quería que esperáramos a que Inspección decidiera y que mientras tanto no lleváramos a cabo más movilizaciones, que no hiciéramos batalla sindical. Nosotros respondimos que no, que ambas peleas eran perfectamente válidas. Luego, además, Inspección nos dio la razón». Tamara Martin agrega que «fue importante que la empresa decidiera eliminar aquella práctica ante una convocatoria de paros, con una concentración frente a la mutua. Pocos días antes de esa movilización dejaron en suspenso la doble actividad en aras de lo que dijera la inspección». No fue, sin embargo, la última pelea, pues poco después, apostilla Larrinaga, «hubo otra victoria, que fue la integración en plantilla de una contrata que había en el taller. Se denunció y logramos un acuerdo con la empresa según la cual entraban como indefinidos, y además, en todos los contratos relevos, el relevista tenía que pasar a indefinido». Como se ve, en Artiach la batalla es casi cotidiana. Como apunta el delegado de LAB, «lo de los conflictos es una tónica, no nos dejan saborear esas pequeñas victorias». Quizá sea por eso, porque son triunfos, y estos generan precedentes y son modelos.

Les preguntamos sobre la necesidad de sentirse arropados sindicalmente cuando se emprende una lucha de este tipo. «Es importante, te da seguridad», valora Larrinaga, a lo que Ramos añade que «a nosotros nos vino muy bien, porque no teníamos experiencia, no sabíamos cómo actuar, cómo ir a una reunión. Hubo un asesoramiento cercano, aplicado, que nos guió y también nos animó cuando hacía falta». Sobre este asunto, el trabajador de Artiach apostilla que «el sindicalismo puede tener debilidades, pero su labor es imprescindible. Yo no entiendo otra forma de avanzar en la consecución de objetivos para los trabajadores». «El sindicato es una organización de trabajadores. La fuerza la tienen ellos y ellas, y el sindicato es su herramienta», concluye Tamara Martin.

Hace falta empoderarse. Sobre la importancia de contar con una organización que ofrezca un soporte a la lucha coincide Maite Leizegi, responsable de ELA en la Federación de Servicios que intervino en el conflicto que mantuvieron los trabajadores y trabajadoras del Palacio Euskalduna con la contrata Eulen. «Una de las razones por las que estas peleas acaban de manera satisfactoria es que hay una organización, y se van dando pasos que van permitiendo que, de alguna manera, los colectivos, en este caso la plantilla de Euskalduna, se empoderen», apunta Leizegi a 7K.

Explica que en ese colectivo laboral eran quince años los que llevaban en la misma situación, con un sueldo idéntico al que tenían al inicio. «Llega un momento en que la gente ve que no puede seguir así, se acercan al sindicato, nos plantean cuál es la situación, les explicamos las opciones que hay y buscamos la herramienta jurídica que les ofrezca la seguridad de que los pasos que vamos a ir dando son los adecuados», expone. E insiste: «Hace falta empoderarse, creérselo y organizarse. Esa labor previa es muy importante. La gente también es consciente de que hay una caja de resistencia y que si el conflicto es muy largo tienen un respaldo económico». A principios de año, tras dos semanas de huelga, llegaron un acuerdo que consideran muy satisfactorio y que «dignifica» sus condiciones laborales, tanto en el ámbito salarial, como en la duración de la jornada, la temporalidad, las bajas...

Junto a Leizegi se sientan Marikruz Elkoro, secretaria general de la Federación de Servicios de ELA, y Joseba San Miguel, miembro del comité permanente de esa misma federación. San Miguel conoce de primera mano otro de los conflictos que ha marcado la agenda vizcaina, el del Museo de Bellas Artes. En este caso fue mes y medio de huelga, y también una subcontrata por medio: Manpower Group Solutions, encargada de la gestión del museo. «Siempre es duro entrar a un conflicto de este tipo, pero si la gente se organiza, si cree que organizándose y luchando puede mejorar sus condiciones de trabajo, será antes o después, pero esas mejoras llegan», coincide con su compañera.

Sobre el asunto de las subcontratas y la precariedad inherente a ellas, Leizegi señala que «todo lo que depende de lo público está en estas circunstancias». «Cuando se saca el pliego de condiciones y se parte de un presupuesto, en ninguno se contempla qué condiciones laborales van a tener esos colectivos. Partimos de la poca responsabilidad que tienen las instituciones y ahí empieza la problemática de la precariedad. Las empresas que licitan tienen un objetivo, que es sacar un beneficio, y quien acaba pagando son los trabajadores y trabajadoras», valora. San Miguel, en el mismo sentido, apunta que «la subcontratación es una forma de abaratar los costes de personal, y muchas veces decimos que la actividad se podrá subcontratar, pero la responsabilidad, no. Aquí hay una responsabilidad directa de quien subcontrata. A veces nos encontramos con que el interlocutor válido no es la empresa subcontratada, sino la administración».

Les preguntamos sobre el discurso antisindical que difunden determinadas esferas, sobre si lo notan o les afecta. Leizegi responde que «nosotros estamos en el día a día y lo que vemos son resultados. Hay unos que son mediáticos y otros lo son menos, pero quienes estamos aquí, lo que vemos es que la gente está muy necesitada de sindicalismo, un sindicalismo que trabaje para convertir la precariedad en condiciones dignas. La situación general igual no tiene que ver con la de hace dos generaciones o tres, pero el sindicalismo que hacemos hoy sigue aportando a la sociedad».

Elkoro añade por su parte que «sí es verdad que estamos en un punto complicado, porque la extensión de la precariedad está a la orden del día y porque las nuevas estructuras de empleo que se están creando, como la subcontratación y la nueva forma del outsorcing, que son las antiguas ETT reconvertidas en empresas de servicios, son la precariedad llevada al extremo». Por ello, mantiene que en esta tesitura «tienes que tener una organización muy potente, porque es un trabajo mucho más laborioso, tienes que controlar todos los centros de trabajo. La negociación sectorial, si no la blindas, la empresa la puede inaplicar. Creo que el futuro del sindicalismo es ir a estos bloques de precariedad, que además en la mayor parte de los casos están ligados a la administración pública».

Leizegi apostilla, asimismo, que la precariedad no es algo que afecte solo a la juventud. «En ningún tipo de convenio pone que cuando cumples 30 años pasas de escala. Es algo estructural que está afectando a todo, y este tipo de empresas de servicios está entrando en la industria. Hay muchas compañías en las que una parte de la plantilla está en ese tipo de empresas, que no tienen estabilidad, y eso dificulta la labor del sindicato, pues es más difícil organizar a la gente», advierte.

Momentos de compañerismo y de lucha. Un puñado de kilómetros al este del Euskalduna y del Museo de Bellas Artes está la Casa de Misericordia de Iruñea. Allí la plantilla ha mantenido una lucha de cuatro meses por un convenio justo. A mediados de diciembre llegaron finalmente a un acuerdo, que el comité de huelga saludó como una victoria. Nines Andrés Camarero y Ana Rey Álvarez, trabajadoras y representantes de LAB, explican que «además de la subida del IPC de Nafarroa sobre todos los conceptos, el acuerdo contempla dos días de reducción de jornada para toda la plantilla y ultractividad indefinida; es decir, que una vez acabe la vigencia del convenio este seguirá aplicándose hasta la firma de uno nuevo, y también a las nuevas contrataciones. Además, con la cláusula anti-descuelgue que hemos conseguido, la empresa bajo ningún pretexto podrá dejar de aplicarlo». En definitiva, «un buen convenio para toda la plantilla y, lo que es mas importante, la garantía de que se cumpla». Y aunque admiten que «hay cosas por mejorar sobre bajas, calendarios..., el acuerdo recoge todas las demandas planteadas por la plantilla y acordadas como mínimos entre los sindicatos al inicio de las negociaciones».

La suya, qué duda cabe, no ha sido tampoco una pelea fácil, y echando la vista atrás ambas recuerdan que «han sido meses de mucho trabajo y de desgaste, con movilizaciones potentes todas las semanas, con temperaturas de 40 grados y de 5 bajo cero, con lluvia, con nieve...». Pero, en lo que es una tónica en todas estas entrevistas, Andrés y Rey afirman a renglón seguido que «la implicación de toda la plantilla ha logrado que esos momentos hayan sido momentos de compañerismo y de lucha, momentos muy bonitos y de muchas risas que quedarán para el recuerdo».

Aunque en cuatro meses también hay espacio para momentos amargos, que ellas resumen así: «Que nuestros compañeros de comité, dos de CCOO y otro de UGT, no quisieran entrar a ningún planteamiento de huelga o de paros tras tres meses de movilizaciones y de cerrazón por parte de la dirección de la empresa fue duro, ya que peligraba la unidad de acción. Aun así, el comité de huelga, compuesto por ELA, LAB, USO y SATSE, decidimos mantener la unidad de acción conjunta con CCOO y UGT más allá de los paros». Con todo, consideran que «el momento más duro, sin duda, fue cuando pocos días antes de lograr el acuerdo estos tres delegados de CCOO y UGT, en la mesa de negociación dieron la espalda a la plantilla al afirmar que las demandas de la misma eran utópicas e intentaron negociar a la baja, mientras el resto de delegadas y la plantilla protestábamos en la calle. Al final, el hecho de que fueran solo tres delegados de trece y de que la plantilla no les apoyase posibilitó que lográramos todo lo que hemos conseguido», concluyen satisfechas.

Las trabajadoras de Casa Misericordia tampoco tienen buen recuerdo del papel desempeñado por la administración en la fijación de los servicios mínimos, y consideran que estos «no han ayudado a las movilizaciones, porque prácticamente la totalidad de la plantilla ha tenido que cubrir esos servicios mínimos y muy poca gente ha podido parar. Por esta razón, las movilizaciones en días de paros han estado cubiertas sobre todo por la gente que tenía fiesta». En cualquier caso, señalan que «para lo que sí nos han servido estos servicios mínimos establecidos por el Gobierno de Navarra es para visibilizar y denunciar que prácticamente siempre trabajamos en servicios mínimos».

Con estos antecedentes, a ellas también les preguntamos dónde está la clave de una victoria que fue sellada con cava y una sonrisa indeleble entre sus protagonistas. No dudan: «Sin duda, la clave está en todo lo que engloba la acción sindical, siendo importante la unión de la plantilla y el convencimiento de que luchando es como se consiguen las cosas. Y por supuesto, el apoyo de los sindicatos, de los residentes y de los familiares». Las representantes de LAB sostienen que tal ha sido el alcance del logro que «muchas de nosotras nos hemos dado cuenta de hasta dónde se puede llegar si nos unimos en la lucha por unas condiciones dignas, y eso, obviamente, nos ha fortalecido tremendamente. Todo el tiempo que hemos pasado juntos en las múltiples y diversas movilizaciones que hemos realizado durante todo este tiempo nos ha servido para creernos que, de verdad, la unión hace la fuerza».

Nines y Ana también confían en que su lucha «sirva de ejemplo y anime a la clase trabajadora en su conjunto, pero en especial a las trabajadoras de este sector, a pelear por unas condiciones dignas que reconozcan nuestra labor». Y aun admitiendo que la precariedad, la falta de estabilidad, pueden condicionar a quien se debate entre sindicalizarse o no, al que duda si sumarse a movilizaciones en sus empresas, en sus sectores, ellas les recordarían «una y otra vez lo que dice Fermina, una usuaria que nos ha acompañado en casi todas las movilizaciones: ‘Sin lucha, no hay nada’».