Conny Beyreuther
IRUDITAN

Glitch (error, característica no prevista)

Si consideramos que cada revista tiene su personalidad propia, y nos la imaginamos como una persona que nos cuenta sus cosas, 7K tendría ahora diecinueve primaveras; toda un chavala que nació, si hablamos de fotografía, con un escáner debajo el brazo (o casi, gracias a todas las personas que apoyaron el proyecto). Así que este artículo no va a tratar de la prehistoria fotográfica, ni de laboratorios. Los cierres de los primeros números, de gaupasa y con algún gin-tonic que ayudaba a combatir el frío en la redacción de “Euskadi Información”, estuvieron acompañados precisamente del zumbar del escáner y de la lentitud hoy casi inimaginable de aquellos ordenadores. Mil domingos con 7K, al menos 60.000 fotografías, mil lunes de borrón y cuenta nueva... Desde el primer número, las imágenes han tenido un peso crucial en la publicación, que apuesta por un diseño claro y minimalista que las destaca. Este aniversario redondo es una buena excusa para reflexionar sobre el desarrollo de la fotografía en general.

En dicha evolución, la entrada en escena de las primeras cámaras digitales fue clave: costó acostumbrarse a las nuevas tonalidades, al enfoque casi plastificado de las fotos y al retardo entre pulsar el botón de disparo y la ejecución de la foto, ¿se acuerdan?

Al mismo tiempo Internet iba cogiendo velocidad. Surgieron las agencias de stock con fotos disponibles prácticamente para cada tema y situación. Las cámaras digitales iban menguando y se integraban en los teléfonos móviles, con la opción de mandar fotografías por SMS, y así llegaban a los bolsillos de cada vez más usuarios. Se había cumplido el deseo de Anatoli Lunacharski, comisario de Instrucción y uno de los fundadores de “Proletkult“, movimiento artístico proletario en la naciente Unión Soviética, que recomendó que cada ciudadano progresista debería tener, además de un reloj, siempre una cámara fotográfica en el bolsillo.

Pero el desarrollo no se detuvo ahí. Los teléfonos eran cada vez más inteligentes y ese factor propició probablemente el cambio más significativo: la unión de cámara digital, teléfono móvil e Internet. Con la incorporación de una segunda lente frontal para obtener autorretratos, millones y millones de usuarios se acostumbraron al selfie, incluso al selfie-stick. Y, por supuesto, a Google-photos, Streetview, Flickr, Facebook, Pinterest, Instagram... y al consumo masivo de fotografías en redes sociales, con un flujo constante de videos, gráficos, emojis y memes (imagen, gif manipulado + texto corto divertido). El algoritmo como nueva especie de photoshop.

Esta evolución plantea evidentemente muchas preguntas, y también un dilema básico: ¿Se ha democratizado la fotografía o ha muerto? Depende del concepto que cada una tenga de la democratización. O de la muerte.

Si la fotografía analógica, química y granular era una forma de escritura, la digital (cada imagen es un paquete de datos, sin olvidarnos de los metadatos) es una conversación fluida, un lenguaje casi universal. En el mejor de los casos, para interactuar socialmente y crear comunidad. En el peor, forma una especie de cámara gigante (de eco), una burbuja con las paredes empapeladas con ilustres imágenes. Al mundo le faltan perspectivas pero, en lugar de crearlas o de desarrollarlas, una buena parte del mismo ha pasado a vivir el momento en instantáneas. A falta de narrativas, a divertirse animando gifs. El acto de sacar fotos se ha vuelto casi un estado permanente, sin tiempo para contemplarlas o imprimirlas. ¿Y para qué hacerlo, si enseguida caducan?

Desde su nacimiento en plena revolución industrial, la fotografía ha sido fiel reflejo del grado de desarrollo de los medios de producción y de la sociedad. Un medio que, según el uso que reciba, puede estar y está, al servicio del poder (publicidad, vigilancia...) o al servicio de la resistencia a ese modelo.

En esa relación, si hoy aludimos a la era post-industrial, probablemente deberíamos hablar también de post-fotografía. O de la creación digital de imágenes. La aparición de la fotografía cambió la forma de las protestas políticas: si no hay fotografías de las mismas, simplemente no han ocurrido. Ahora, en la era post-fotográfica, si no se ha grabado (o mejor todavía, transmitido en directo, con elaboración previa de una “imagen”, una línea propia de indumentaria e incluso una coreografía de la protesta que la diferencie de otras acciones) no será vista ni recordada. Para Joan Fontcuberta, «la política hoy es el control de las imágenes. Lo que mueve a la política son las imágenes». De ahí la Ley Mordaza o el intento de invisibilizar las imágenes de los presos políticos.

La profesión del fotógrafo se ha precarizado; hoy puede ser vanguardia o una de las primeras víctimas del cambio digital. Sin embargo, las infraestructuras de festivales, escuelas y exposiciones de fotos gozan de muy buena salud. El fotolibro está de moda pero, por otro lado, la fotografía va menguando en las grandes tiradas y editoriales de libros. En fotoperiodismo han aparecido nuevas voces, más personales y un poco más diversas, mientras que la figura del “explorador” blanco que descubre al “otro“ o a la “otra”, o reproduce sus estereotipos o exitosos clichés, debería ser motivo de reflexión urgente.

Ha habido muchas imágenes significativas en estos 19 años de 7K: recuerden las fotografías del 11-S, los trofeos fotográficos de tortura en Abu Graib o el clamor mediático tras la foto de Aylan Kurdi. Tenemos cámaras que son armas (los drones), e imágenes que son armas (vídeos naranja-azules del ISIS, imágenes de víctimas de atentados)...

El futuro hipertecnológico ya está aquí: hay cámaras que sacan fotos cuando ellas lo consideran oportuno tras estudiar tus imágenes en la nube e identificar a los protagonistas en tu vida. Inteligencia artificial, realidad aumentada, realidad virtual... Una avalancha de datos como un nuevo tipo de censura en una “economía de atención” cada vez más limitada –atención humana como bien escaso ante la abundancia de la información–. Hay cada vez más ruido mediático, y es cada vez más difícil llamar y captar la atención. Escribe la artista visual Hito Steyerl: «Mientras nos ahogamos en imágenes, las élites se contraen y centralizan el poder».

Entonces, ¿qué hacer? Por una parte, ofrecer espacio para pensar, para publicar las “otras fotos”, como por ejemplo aquí en 7K y GARA. Presentar fotografías que invitan a hacer preguntas, a buscar fallos, el “glitch” en el Matrix. ¿Qué imágenes faltan? ¿Qué es lo que se oculta? Y, por otra, poner el foco en el realismo crítico o el principio de esperanza de Lunacharski; imaginar el cambio, el mañana, donde no veamos solo la casa sin puertas y ventanas, sino el edificio utópico en marcha.