Iker Bizkarguenaga
REPORTAJE

Nos gusta la música, nos va la marcha

Ya en el primer número, en las postrimerías del siglo pasado, 7K auguró que la música iba a ocupar un lugar relevante en sus páginas. Lo ocupa en nuestra sociedad y en nuestra vida, cómo no iba a hacerlo en esta revista que tiene vocación de ser espejo de ambas. Creemos haber cumplido esa promesa inicial, pues en estas citas semanales nos ha acompañado un centenar y medio de grupos y artistas. Aprovechamos este número para hablar con algunos de ellos.

La persona elegida para abrir aquella primera tirada de 1999 fue Kepa Junkera, un artista consagrado cuya carrera no ha hecho más que agrandarse en este tiempo, hasta consolidarse como uno de los músicos vascos con mayor proyección internacional. Con él empezamos, a ritmo de trikitixa, y por esa senda hemos caminado hasta reunir a más de 150 músicos y grupos de todo el planeta. Casi nada. A veces los hemos entrevistado, otras veces hemos analizado su vida y obra, y otras –como en el caso de Junkera– les hemos pedido que plasmen en textos y fotografías sus impresiones durante sus giras, a modo casi de diario personal. Nos gusta la música, nos va la marcha.

Hemos querido hablar con algunos de los artistas que han pasado por nuestras páginas para evocar aquellos tiempos y conocer sus proyectos de futuro. Kepa Junkera, claro, no podía faltar, al haber sido él quien abrió camino. Y conserva, nos cuenta, buen recuerdo de aquel encuentro. «Tengo aquel 7K guardado, claro que me acuerdo», señala el músico de Errekalde nada más iniciar la conversación, en vísperas de ser galardonado una vez más por su trabajo, en este caso en Catalunya y en Cerdeña. No son los primeros premios que recibe ni serán los últimos. Entre todos ellos, el más llamativo probablemente fue el Grammy al Mejor Álbum Folk obtenido en 2004. En su haber, además, dos discos de oro y un carácter afable que convierte la entrevista en una agradable conversación.

Ocho discos contemplaban ya la trayectoria del trikitilari cuando “estrenó” nuestra portada, alguno muy recordado, como “Leonen Orroak”, junto a Ibon Koteron, pero fue el siguiente, “Bilbao 00:00”, en 1998, el que catapultó a Kepa Junkera en la escena internacional. «Aquello fue una pasada», señala. «Fue una apuesta conceptual que funcionó», rememora sobre aquel disco que supuso un hito en su carrera. Destaca sobre aquella época que «fue un momento en el que emergieron instrumentistas, como Hevia, Carlos Núñez… y había mucho interés». Él hizo la apuesta de abrir al mundo una música enraizada en esta tierra y el resultado, admite, «fue muy importante a nivel emocional». «Fue un orgullo enorme que la triki tuviera ese reconocimiento», apostilla. Tras “Bilbao 00:00” llegaron discos como “Maren”, “K”, “Hiri”, “Etxea”, “Kalea”… que sirvieron para confirmar su genialidad y madurez artística.

De su trayectoria, agradece la posibilidad de haber trabajado con artistas del calibre de Máirtín O’Connor, Phil Cunningham, Paddy Moloney y muchos más, y no olvida sus orígenes, ligados a la trikitixa desde muy pequeño de la mano de su aitite, «que no se imaginaría todo lo que he hecho». Su paso por Beti Jai Alai, su experiencia con Oskorri, su admiración por trikitilaris como Joseba Tapia, su trabajo como productor, su relación con Oreka TX e Ibon Koteron, su disco dedicado al Athletic y su pasión por el deporte, sus proyectos con Sorginak –«una experiencia genial»–, son asuntos que van fluyendo durante la charla, al final de la cual explica que ahora mismo se halla en «un momento creativo muy interesante». «Estoy muy contento, sigo creando, no voy a parar», concluye, no sin antes felicitar al equipo de 7K por la efeméride con un «zorionak, no es fácil lo que hacéis».

A la estela de Guthrie y Bragg. Andoni Tolosa, “Morau”, también se acuerda de la entrevista que le hicimos hace catorce años, en el número 270. «Me acuerdo muy bien, fue la primera que me hacían así, larga, profunda, con muchas fotos…», evoca el músico y escritor hernaniarra. Destaca que aquel fue para él un momento de cambio, pues coincidió con la conformación del grupo Morau ta Agotak, «con todas las características propias de un grupo». Antes ya había publicado “Morau”, “Kantu galduak” y “Amodio domestikoak”; ese mismo año 2014 llegó “Txukalda” y, cuatro años después, “Kalamidadiak”. En todo caso, en un formato o en otro, a Andoni Tolosa le gusta trabajar en equipo y siempre se ha rodeado de grandes músicos, como Petti, Joseba Irazoki, Maite Arroitajauregi, Joseba Tapia, Xabier Montoia… «Hay gente con la que surge una conexión especial, y se da una relación de intercambio», explica, ensalzando a sus colegas. Preguntado por sus referentes, cita sin dudar a Woody Guthrie y Billy Bragg, dos auténticos gigantes.

“Egunsentiak alperrentzat” es su último trabajo, publicado este mismo año, y Morau destaca que, a pesar de que apenas lleva unos meses circulando, «me ha venido a felicitar más gente que nunca». La verdad es que es un disco especial, muy personal, pues parte de su experiencia personal, de los paseos mañaneros que hizo con su madre durante años, antes y después de que a ella le diagnosticaran Alzheimer. «Es un poco una crónica de aquellos paseos, con un tono muy intimista», señala, para añadir que aun siendo una experiencia muy personal, «aborda un tema universal, que está muy presente pero del que se habla poco». Y quizá por eso se le acerca más gente que nunca, personas que probablemente sientan que «esto también lo he vivido yo». «Está dejando huella», confirma.


Ganas e ilusión inagotables. Un poco antes que con Andoni Tolosa, en pleno cambio de siglo, estuvimos con Anari, quien recuerda que fue nuestro compañero Pablo Cabeza quien le entrevistó y las «preciosas fotos» que le hizo Karlos Corbella. En aquel año 2000 acababa de publicar “Habiak”, después de su estreno con “Anari”, en 1997. Han pasado, por tanto, dos décadas desde que emergió en la escena vasca con una voz y un estilo que caló hondo desde el primer minuto. La artista azkoitiarra tiene una capacidad innata para no dejar indiferente, aunque ella da igual valor a las críticas buenas como a las que no lo son tanto. Preguntada por sus referentes, y concretamente sobre Nick Cave, con cuyo estilo siempre se le ha relacionado, explica que sin duda el australiano es «una gran referencia», pero matiza que escucha muchos y diversos tipos de música y que, en todo caso, en sus discos se plasman los gustos de todas las personas que componen el grupo. «Creo que, en general son muy eclécticos», resume. Anari compagina su faceta artística con su labor como docente, un trabajo en el que también se siente «bien, a gusto», y que le aporta «estabilidad en diferentes ámbitos». Y sobre su futuro, con el enorme bagaje que atesora, destaca que tanto ella como su grupo andan ahora «con mucha ilusión y enormes ganas; estamos tocando mucho y la música nos está ofreciendo bonitos proyectos».

Alan Stivell y el arpa celta. Olatz Zugasti es una de las artistas que ha repetido experiencia. La cantante y arpista, cuya trayectoria está estrechamente ligada a la de Benito Lertxundi, en cuyos discos ha participado siempre desde 1981, fue entrevistada en los números 57 (2000) y 199 (2002). Recuerda que, en aquella época, «todavía no tenía intención de cantar en directo, no tenía seguridad en mí misma. Además, nuestra hija era pequeña y cuidarla era en ese momento la prioridad». Por otra parte, añade, «la grabación y preparación del programa ‘Kantaita’ en Euskadi Irratia ocupaba buena parte de mi tiempo». Y, sin embargo, en ese espacio de tiempo Zugasti publicó “Bulun bulunka” y “Elearen lainoa”, dos trabajos muy bellos y evocadores. Al respecto, admite que fue una época de gran capacidad creativa para ella. «Fueron vivencias tan bonitas como intensas y llenas de practicidad, pero también saqué tiempo para un espacio abstracto como el de la música», apostilla.

Le preguntamos por los motivos que le llevaron a decantarse por el arpa como instrumento, y explica que conoció el arpa celta, más pequeña que la de las orquestas clásicas, cuando tenía unos 12 años de la mano de discos irlandeses y bretones. «Luego, cuando me preparaba para cantar en ‘Altabizkar/Itzaltzuko Bardoa’, Benito me dejó el disco ‘Renaissance de la harpe celtique’, de Alan Stivell (cantautor y arpista bretón), y hasta hoy». Según apunta, «el arpa tiene algo que me atrae; por una parte, su estética, y por otra, su melodía fascinante, no definida, como una cascada, con la que puedes crear ambientes muy especiales». Cualquiera que la haya escuchado puede corroborarlo. Zugasti guarda buenos recuerdos del tiempo que pasó enseñando a niños y niñas de Orio, y de cara al presente y futuro explica que «desde que decidí dar conciertos, invierto en ello mis fuerzas, además de gestionar y actuar en los conciertos de Benito. Ahora estamos preparando un nuevo disco, que si todo va bien saldrá el próximo otoño».

Talento, mercado, fragilidad. Mikel Urdangarin también ha repetido la sensación de someterse a nuestras preguntas. Fue entrevistado en los números 118 (2001) y 277 (2004). Cuando le pusimos la primera cita, el cantautor zornotzarra era una de las voces más reconocidas de nuestro país. Después de irrumpir con “Haitzetan” en 1997, “Badira hiru aste” y “Espilue” habían hecho de Urdangarin referencia en la escena vasca, y aquella entrevista coincidió en el tiempo con “Bar Puerto”, creado al alimón con Kirmen Uribe y Bingen Mendizabal. «Fueron momentos intensos. Por una parte, en el plano público vivía una especie de efervescencia, y en el plano personal también tenía bastante movimiento. No sé hasta qué punto reparé en todo lo que me estaba pasando», evoca, para añadir que, por supuesto, «recuerdo aquella entrevista que me hizo Pablo (Cabeza), y ¡tampoco olvido la sesión de fotos!». De aquel año 2001 destaca que «rompí la inercia, quizá de un modo difícil de explicar. Dejé de ofrecer conciertos en solitario y empecé a trabajar con Kirmen y Bingen. Nuestra relación ha sido una celebración que nos ha dejado una larga resaca», apostilla con humor. La segunda entrevista, que coincidió con “Zaharregia, txikiegia agian”, la enmarca en esa misma época «alegre y brumosa» en la que coincidieron, además de Urdangarin, Uribe y Mendizabal, Rafa Rueda y Mikel Valderde, un quinteto conformado por amigos y artistas «con unas enormes ganas de vivir, con gran ambición, que queríamos hacer grandes cosas; unos soñadores». «Cada uno se contagiaba fácilmente de la fuerza y ánimo del otro, y así anduvimos largo tiempo, como una boda gitana sin fin», rememora, para añadir que «situábamos nuestra actividad en el mundo; desde Euskal Herria, pero mirando al mundo».

El cantautor cree que «sería mala señal» si entre el Mikel de hace veinte años y el de ahora no hubiera diferencias. «Miro con mayor respeto a lo que me ofrece la música, ahora veo como una celebración cada vez que subo al escenario, igual que es un regalo que la gente venga a los conciertos –dice–. El Mikel de hace veinte años no le temía a nada, no tenía miedo a fracasar, nada podía salir mal. El de hoy conoce la cara menos amable del oficio, le tiene mayor respeto». Preguntado por el panorama musical actual, destaca que «en este país hay un montón de grupos y artistas de talento, somos ricos en ese sentido. Sin embargo, no se ha creado un mercado que consuma toda esa cosecha y hay un gran desequilibrio. Detrás de esto hay una decisión política, y eso me duele. Quienes mandan en este pueblo, y en general quienes tienen capacidad de decidir sobre cosas importantes, tienen mucho que decir en este ámbito. Creo que aún no se han dado cuenta de la fragilidad de nuestra situación o, lo que es peor, se han dado cuenta y no les importa. Hay un montón de buenos proyectos a los que no les llega la luz». Pese a ello, es optimista. «Soy optimista por genética y educación, y estoy convencido de que llegará el día en que este pueblo, con todas sus capacidades, se de cuenta del tesoro que posee. Un pueblo que se libre de su complejo de inferioridad y que actúe con ambición ante el mundo».