Alfons Rodríguez
el transiberiano

El tren del frío

Un viaje extraordinario a través de dos continentes y diez mil kilómetros por la Rusia del siglo XXI, así es el Transiberiano. Un tren legendario que convierte el recorrido en un verdadero viaje interior a través de una tierra desconocida para la mayoría. Y un documental, titulado «The Sleeping Land», convertido en uno de los protagonistas del próximo festival de fotografía Basque Dok Festival.

Pocos viajes quedan ya que desprendan una épica y una grandeza de las dimensiones de la vía férrea más colosal de todos los tiempos. En los 114 años que han pasado desde su puesta en marcha, han ocurrido muchas cosas y no todas buenas. Ha tenido lugar una gran revolución, la rusa. Se han excavado minas gigantescas, se han construido fábricas y explotado yacimientos petrolíferos que han deteriorado, y mucho, la salud del medio ambiente y la del ser humano. Se han conseguido libertades inimaginables que no siempre han sido positivas del todo. Una tierra que debería haber sido colonizada con la ayuda de la propia existencia del tren se encuentra hoy afectada por un creciente despoblamiento.

Esto es algo que no debe sorprender. Una zona de carencias y aislamiento, con un clima durísimo muchos meses del año, es una tierra hostil de la que muchos tratan de escapar. Aunque algunos se quedan, como los buriatos, los altaicos o aquellos pueblos ancestrales habituados a las inclemencias y al hielo del subsuelo y de la superficie, u otros muchos que se aferran a sus raíces, por deseo propio o por no tener opción. Así es Siberia y el Lejano Oriente ruso, la tierra del legendario cazador Dersú Uzala.

La enorme y ruidosa culebra de hierro atraviesa ocho husos horarios diferentes. Tantos, que al final pierdes la noción del tiempo. Te da igual que hora es. Dentro de sus tripas, en invierno, el calor es sofocante y fuera el frío te congela los pensamientos. Y así 10.000 kilómetros. Te adormeces y te despiertas al ritmo de las estaciones en que se detiene. Los árboles de la taiga rusa escapan en dirección contraria y el vodka aletarga tus sentidos, borra tu pasado y los matices del paisaje. Los escasos que hay.

Sergey es un militar de frontera. Su carácter está forjado con frío y con la amenaza del oso en los bosques. Sus historias siempre ocurren en invierno y las explica en el compartimento de al lado o a domicilio, en el tuyo. En el tren conectas con personas que no podrías ni imaginar fuera de él. Basta con ir siempre al este para saciar las ansias de llegar al final, a Vladivostok. Si sales de Moscú y tomas este tren, el Transiberiano, hay ir siempre hacia Oriente. Así es como lo consigues. Así lo cree Alexey, divorciado, casado ahora con su perro, exiliado a Oriente Medio en busca de oportunidades y también de viaje, de regreso temporal, y sin noción del tiempo, como todos allí.

El tren avanza pero no tiene prisa, como nadie en aquellas lejanas tierras. No se sabe bien si el traqueteo contagia a las gentes o son las gentes las que impregnan de calma su marcha. Unos perros ladran contentos al ver descender los pasajeros en la olvidada estación de Druzhinino. Su alegría dura poco, el frío y los avisos de las provodnitsas, las guardianas del tren, empujan a los pasajeros al interior del vagón.

Ya nos lo avisaba el músico y cantante Vladimir Burdin en Moscú, quien decía que el silencio es su idilio con Asya, su joven amada. Y es que todos los idilios pasan por el silencio, por no tener que decir nada para sentirse unido. Así se fortalece el romance entre pasajero y tren: con el silencio, la reflexión y la meditación. El silencio es la mínima interactuación con el exterior y la máxima con tu interior, nos explicaba Max, el artista urbano de Yekaterinburg.

 


La tierra dormida. No tardas en percibir, quizá un par de miles de kilómetros, que Siberia es la tierra dormida, la que permanece en silencio. Si acaso una leve queja, como un lamento, por el frío y el abandono de la tierra hostil por los jóvenes, para acabar en ciudades repletas de sueños y desengaños, de canciones llenas de esperanza compartida, como las que canta Tamara junto a sus amigos en Novosibirsk o Ksenia en Vladivostok, con su voz demoniaca y su espíritu angelical.

El tren acomete el camino de forma inexorable, devora kilómetros, como escribe Neruda en su poema dedicado a este medio de transporte, a través de un paisaje en ocasiones puro por la blancura de la nieve virgen y a veces sucio por esa misma nieve ya manchada y ultrajada. Va dejando horas en el camino que se convierten en semilla, decía el poeta. Avanza igual la vida de Andrey, el vagabundo de Yekaterinburg, que lo ha perdido todo menos su hijo, tal vez también a él pero no lo sabe todavía. Sueña con un futuro sin alcohol, sin frío, con un techo y un trabajo. Con la familia perdida.

Valentina ya está retirada y tiene más de 80 años. Ella sí que conserva a su nieto Egor, que es arquitecto. En el calor de su hogar, un sobrio apartamento de Novosibirsk, le cuenta historias sobre su abuelo, que allá en los rincones ocultos de Siberia penaba en los gulags soviéticos. Aquello acabó, pero los más de cien años que han transcurrido desde la Revolución de 1917 no lo han solucionado todo. Para notarlo basta detenerse, por ejemplo, en el lago Baikal y hundir tus pies en la nieve de Gremyachinsk a 30 grados bajo cero, y entre paso y paso, escuchar como chirría la silla de ruedas de Nikolay, el pescador retirado que aguanta cada día un frío inaguantable. U observar como Irina salva las vidas de los jóvenes con sobredosis de heroína, que caen como árboles talados en los baños de los centros comerciales de Trudovoye. Suerte del drive, ese empuje que te da la adrenalina cuando la liberas, cuenta Irina, la doctora.

 

 

Cuarenta millones de personas en más de trece millones de kilómetros cuadrados (eso es Siberia), no tienen problemas de espacio. Puedes aislarte o buscar compañía, eso va a gustos. Vika, a sus 17 años, sueña con la aldea en la que vive, Hoshun Uzur. Ella no irá a la ciudad, le basta con dejarse caer en la manos de Budha y contemplar la puesta de sol desde alguna colina nevada cercana a casa y coronada por estupas centenarias. Ella es buryata, como el señor Ochirov, budistas ambos. A sus 71 años, Ochirov ha presenciado cosas que Vika no puede ni imaginar. Recuerda cuando Rusia era la Unión Soviética, con esto está todo dicho.

Si no te bajas del tren, en siete días con sus veinticuatro horas te das de lleno con el Mar del Japón. Pero entonces no te enteras de nada; al contrario, ves pasar Siberia y el lejano Far East ruso en sentido opuesto y a toda velocidad. Igual que ven pasar la vida, en ese mismo sentido, los internos del Centro de Rehabilitación de Drogas y Alcohol de Izoplit, en Yekaterinburg: Roman, Andrey y sus compañeros. El frío, el desánimo y la desidia alimentan la sed de vodka en Rusia, aunque es verdad que muchos la sacian con otras cosas. Por ejemplo, Dimitry ha hecho que su vida beba de la familia y del boxeo, un deporte que le hace sudar dentro del gimnasio mientras fuera se hiela el aliento, literalmente.

En Ulan Ude la nieve no es blanca, es gris. Dicen que por la contaminación que provoca la fábrica de aviones. Sus chimeneas no cesan de emitir humo y se ven desde cualquier lugar. Casi todo el mundo de los alrededores trabaja allí. Petr es joven y trabaja en esa factoría. La defiende. Konstantin es mayor que Petr y también trabaja en la factoría. Él no la defiende, aunque viva de ella, como Petr. El carbón que queman sus motores oscurece su futuro, lo deja gris, como la nieve que cubre las calles de la ciudad.

El tren es como una metáfora de la propia existencia en aquellas tierras. Es la vida que avanza impertérrita, que se detiene, que vuelve a emprender la marcha, que nace y muere. Que ríe y llora. Siberia es una tierra congelada y silenciosa en invierno, dicen algunos que su nombre significa “la tierra dormida”, y siendo honestos, al menos en invierno así parece que está, dormida y arropada por un gélido manto blanco.

Alfons Rodríguez ha codirigido con José Bautista el documental “The Sleeping Land” (www.thesleepingland.com). Ambos participarán en el Basque Dok Festival, festival de fotografía documental, que se celebrá del 31 de mayo al 3 de junio en el Paraninfo de la EHU-UPV en Bilbo (www.basquedokfestival).