IÑIGO GARCIA ODIAGA
ARQUITECTURA

Preservar el horror

Si algo es la arquitectura es soporte, soporte de la actividad humana, cobijo y, al mismo tiempo, observadora privilegiada de los acontecimientos que en ella tienen lugar. Historias que, como la vida misma, pueden ser gloriosas, épicas, de aquellas que muestran lo mejor del ser humano o, por el contrario, tristemente horrendas. Existe una cierta inercia por proteger aquel patrimonio arquitectónico que tiene que ver con un pasado del que sentirse orgulloso, pero rara vez se preservan edificios que muestren la otra cara de la moneda.

Muchos de los ejemplos que tienen que ver con esa protección del horror están ligados a los acontecimientos más oscuros del pasado, como las atrocidades de la II Guerra Mundial de la que varios campos de concentración han quedado protegidos como muestra de maldad construida. De alguna manera, estos edificios actúan como un espejo que pone a aquellos que los visitan frente a un pasado que es mejor no enterrar, no vaya a ser que el olvido permita su repetición. El último proyecto del estudio holandés Oving Architecten explora este camino con la rehabilitación de la antigua casa del comandante de las SS en el campo de concentración nazi de Westerbork, en los Países Bajos.

El concurso convocado pretendía la restauración de la antigua casa de madera del comandante de las SS Albert Konrad Gemmeker, para su transformación en un monumento que rindiese homenaje a las víctimas del holocausto y de aquellas instalaciones. Dado que los barracones, vallados y demás construcciones habían desaparecido, la última prueba de lo que en otro tiempo allí había sucedido era la pequeña villa que ocupaba el máximo responsable militar del campo. La naturaleza ha invadido el antiguo campo del horror, transformándolo en una zona de bucólica campiña, en la que la rehabilitación de la villa al estado original construiría una postal de cuento totalmente inapropiada.

Por este motivo, el proyecto envuelve la casa de madera pintada de verde y blanco en una gran caja de vidrio, que crea un recinto similar a una vitrina alrededor de la residencia original. Este encapsulamiento preservará la estructura, la congelará en el tiempo y, al mismo tiempo, la convertirá en un objeto descontextualizado, en una pieza sobre la que cuestionarse su procedencia. Y de este modo encontrar las respuestas, como que se trata de uno de los últimos edificios supervivientes en Westerbork Kamp, un centro de detención abierto originalmente en 1939 por el Gobierno holandés para recibir refugiados judíos que huían de la Alemania nazi.

Las autoridades alemanas tomaron el control del campo en 1940, y en 1942 se convirtió en un centro de tránsito para la deportación de judíos al territorio ocupado por los nazis. Más de 100.000 personas fueron deportadas desde Westerbork a su muerte en campos de exterminio en Polonia, República Checa y Alemania.

Entre ellos se encontraba, por ejemplo, Anne Frank, detenida en el campo hasta su deportación en uno de los últimos trenes a Auschwitz-Birkenau en 1944, pocos meses antes de que el ejército canadiense liberara el campo en abril de 1945.

Una segunda piel. La nueva cubierta de vidrio servirá, en primer lugar, como una piel conservadora para proteger la casa de un mayor deterioro, pero también como un elemento que crea un espacio donde ocasionalmente se llevarán a cabo diferentes reuniones, programas educativos y actividades culturales. Los visitantes ingresarán al recinto de vidrio y acero por una pequeña estructura de acero resistente que permite la entrada desde la parte trasera de la casa.

Un enfoque que permite escenificar, por un lado, la escala humana y, por otro, su relación con el paisaje, ya que el proyecto está posicionado a lo largo del que fuera el acceso principal al campamento. Ese eje, el Boulevard des Misères, permitía ingresar al interior del campo, mientras que ahora ayuda al visitante a adentrarse en la historia de este lugar. Esa piel de vidrio tiene además otra lectura. Es cierto que preserva aquella infame casa, testigo del horror de la guerra, pero también que la mantiene aislada. La villa queda contenida en una membrana impenetrable de cristal, el horror queda resguardado impidiendo su disolución de forma que siempre sea visible lo allí acontecido. Pero además la caja de vidrio se convierte en un espacio hermético que no va posibilitar su expansión, su reproducción. Se transforma en una especie de dique de contención frente a la intolerancia.