XANDRA ROMERO
SALUD

Razones para no obsesionarse con el peso

Aunque a estas alturas la necesidad de vernos bien apremie, es importante evitar seguir estos tres mitos tan habituales para no poner en jaque nuestra salud. Así que aquí van tres razones de peso para no obsesionarse con perder el ídem:

1. Ojo con tener como objetivo un peso concreto o ideal. La definición académica de peso ideal es aquel que nos confiera la máxima esperanza de vida; es decir, el que permite a nuestro cuerpo funcionar con normalidad ahora y que tampoco va a provocarnos perjuicios en un futuro aunque hoy nos encontremos bien. A mí, con esta definición ya me entran dudas y podría afirmar que no tengo ni idea de cual es mi peso ideal. Sin embargo, muchas personas creen saber cual es el suyo… curioso.

Pero siguiendo con las definiciones, sabemos que para el cálculo del peso ideal se han desarrollado una serie de fórmulas matemáticas cuyos resultados aparecen clasificados en tablas basadas en estudios poblacionales. ¿El problema? pues que el ideal no es un peso exacto, sino una horquilla en la que podemos fluctuar hacia el límite alto o el bajo en función de otros factores.

Pero si aún hay alguien que no se haya convencido de esto, vamos a poner en práctica las distintas fórmulas que existen para calcular el peso ideal. Pensemos, por ejemplo, en una mujer que mide 1,66 m.

Según la fórmula del IMC (Indice de Masa Corporal), su peso ideal estaría entre 51 kg y 69 kg. ¡Vaya! 18 kg de diferencia… No sé yo sí yo estaría igual de sana con 18 kilos de más o de menos. Según la ecuación de Brocca y la de Lorentz el peso ideal para esta persona serían 66 kg; y según Perroult, serían 59 kg. La diferencia tan abismal se debe a que ninguna de las fórmulas tiene en cuenta la complexión de la persona. Con el IMC tampoco se valora el sexo, la edad ni la situación fisiológica (embarazo, lactancia, senectud, menopausia).

Por lo tanto, no existe un peso ideal y no, tampoco vale eso de «cuando me casé pesaba no sé cuanto» o lo de «con 20 años pesaba 10 kg menos» (todo esto es verídico). Claro, hacernos mayores implica un aumento del peso y/o una distribución diferente del mismo.

2. Cuidado con hacer más y más ejercicio. Nos preocupan mucho cuantas calorías ingerimos, pero no somos conscientes de lo que gastamos. ¿Alguien se ha parado a pensar cuántos litros gastaríamos todos los días si toda esa energía (calorías) que necesitamos hubiera que aportarla con gasolina como en nuestro coche?

En este punto es importante recordar que, aunque trabajemos ocho horas sentados, nuestro cerebro, el corazón, los pulmones, el hígado, los riñones, el sistema nervioso o el endocrino siguen funcionando, aunque no nos demos cuenta. Esto también «gasta gasolina».

3. Evita hacer dietas muy estrictas o reducir mucho las calorías.

Es cierto que si pensamos de forma “matemática” parece sencillo llegar a la conclusión de que la menor entrada y mayor salida de calorías parece una técnica efectiva. No obstante y aunque reducir las calorías drásticamente provoca una rápida pérdida de peso, el perdido es básicamente a costa de agua y la masa muscular que la contiene. De esta manera, nuestro cuerpo “se defiende” ante lo que considera (bien considerado) una agresión y favorece la pérdida de músculo en vez de la grasa.

Esta “agresión”, la de dejar tu cuerpo en “números rojos” o comer menos de lo que necesitamos para vivir, hace que nuestro cuerpo ponga en marcha mecanismos de ahorro. Como cualquier economista con un mínimo de criterio, el cuerpo reduce gastos (favorece la pérdida del músculo porque éste necesita muchas calorías para ser mantenido, reduce algunas funciones del organismo etc.) y ahorra o preserva la grasa. Es por esto que llega un momento en el que no se pierde más peso o incluso se aumenta.

Vernos bien está claro que nos gusta, pero estaremos de acuerdo en que resulta más atractivo mantener los objetivos alcanzados y la salud física y psicológica ¿verdad?

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