IñIGO GARCÍA DE ODIAGA
ARQUITECTURA

Darle la vuelta

El 100 de Norfolk es un edificio cuyo diseño permite que cada uno de los pisos se equilibre sobre los anteriores, a medida que la torre se levanta. Esta composición desafía, por un lado, la ley de la gravedad y, por otro, la regulación urbanística de Nueva York, que el proyecto usa más que como una restricción, como una oportunidad.

El estudio ODA decidió romper la regla de que siempre se construya hacia arriba, en vertical, reduciendo sistemáticamente el volumen del edificio. Gracias a una estructura metálica ingeniosamente diseñada para aprovechar el espacio, el edificio revirtió esa forma clásica de construcción, con una base estrecha, generando una torre que, a medida que crece en altura, se vuelve más y más expansiva.

Más allá de las cuestiones puramente disciplinares para iniciar un proyecto como son el contexto, el programa o las necesidades sociales, el trabajo de ODA se centra, en particular, en manejar con una destreza especial el código urbanístico de zonificación de la ciudad, hasta dominarlo y subvertirlo. Solo hay que revisar sus últimos proyectos para comprender que han desarrollado una especie de sexto sentido para navegar por las diversas expresiones y regulaciones, de una manera que permite al estudio desafiar las convenciones arquitectónicas que esa norma arroje. De alguna manera, serviría aquí la expresión de «hecha la ley, hecha la trampa», ya que este tipo de propuesta transforma radicalmente el tejido urbano que esa norma urbanística ha construido durante las últimas décadas en la ciudad de los rascacielos.

Situado en un terreno angosto entre las calles Delancey y Rivington, el solar número 100 de Norfolk se sitúa en un área que soporta una gran demanda de vivienda y apartamentos. En lugar de ubicar la mayor parte de la masa del edificio en su base –donde el aire fresco y la luz solar disminuyen, y el ruido de la calle se hace presente–, el proyecto se pregunta si la concentración podría revertirse. La respuesta a esa pregunta es un edificio con una base estrecha que se eleva ganando superficie, volando planta a planta respecto de las inferiores.

Aprovechando su dominio de las normativas municipales de construcción, incluidas las relaciones a la transferencia de los derechos aéreos disponibles, ODA buscó la respuesta en una propiedad vecina. O, para ser más exactos, miró por encima hacia un solar colindante, donde la firma identificó 11.000 m² de espacio aéreo sin usar, disponible para ser incorporado en esta nueva construcción. Con el fin de aprovechar el espacio dentro de las limitaciones de altura, optaron por utilizar una serie de voladizos que otorgan un aire inestable a la torre. En lugar de simplemente extenderse hacia arriba, el 100 de Norfolk también se extiende hacia los lados, extendiéndose progresivamente hacia fuera cada dos pisos a partir del sexto.

Ese crecimiento horizontal, junto con el vertical, en la mitad superior del edificio, produce la distribución “al revés” que ODA estaba buscando, y convierte al edificio en un proyecto que funciona más como una propiedad de esquina: con más unidades situadas hacia la parte superior, disfrutando de la luz solar y de unas vistas envidiables. Aporta además una gran diferencia respecto del modelo de hábitat más tradicional, el ático, en la zona de Norfolk. Mediante esta tipología, que ha dado la vuelta al sistema tradicional, estos beneficios se democratizan y la mayoría de los inquilinos disfrutan de un estándar de mayor calidad habitacional.

Estos objetivos se ven reforzados por un amplio muro cortina de vidrio, que interactúa con el edificio cercano de Bernard Tschumi, y facilitados por una armadura estructural que soporta los atrevidos voladizos del edificio. Dejar estos elementos estructurales visibles sirve como una celebración de la morfología cambiante del edificio y del juego que éste aporta a la sección edificada.

Además de la luz y las vistas, la hazaña morfológica del inmueble de Norfolk le confiere otras ventajas significativas. Este esquema genera un último piso con el doble de huella de fondo, lo que permite una gran terraza en la azotea.

Este edificio pone de manifiesto que, en ocasiones, lo establecido triunfa por conocido, por asunción de los mecanismos y, seguramente, por comodidad. Darle la vuelta a lo planificado y planteado será, sin duda, más costoso y laborioso pero, por el contrario, como el caso del 100 de Norfolk, abrirá a un mundo nuevo de posibilidad por explorar.