IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Paradojas

En un tiempo en el que la rigidez de ciertos valores va en aumento y la laxitud de otros también, la búsqueda de la consistencia, de la continuidad y la predictibilidad de las cosas crece a medida que la diversidad de nuestras sociedades también lo hace. En un intento de acotar las opciones, tratamos de seguirle los pasos al comportamiento, pensamiento o emoción de las personas que tenemos alrededor y, cuando creemos haber construido un patrón, lo fijamos y lo aplicamos a cualquier expresión posterior de esas personas, en el ámbito que sea.

Nos encantaría clasificar ortodoxamente lo que hacen nuestros vecinos, nuestras parejas, amigos o familia, principalmente para saber cómo van a reaccionar a esto o aquello y estar preparados. Y es que, en cierto modo, nos pone un poco nerviosos la incertidumbre de no verles venir, en particular si hemos tenido sorpresas desagradables en el pasado, si alguna reacción no nos hizo sentir bien o durante largo tiempo no previmos lo que estaba pasando en el otro. Pero, si nos paramos a pensar, incluso nos sucede con nosotros mismos. A veces no nos entendemos y nos pillamos en conductas, emociones o pensamientos paradójicos, incongruentes o aparentemente rupturistas con nuestra «trayectoria». Decimos que queremos adelgazar pero comemos indebidamente, decimos que queremos mantenernos saludables y fumamos a diario, que no estamos dispuestos a tolerar abusos pero tenemos ocupaciones o relaciones que nos abusan, que no somos controladores pero queremos «saber dónde estás», y tantas otras paradojas.

Éstas podrían interpretarse desde un punto de vista moralista y catalogar los cambios como oscilaciones oportunistas, interesadas o poco sinceras, cambios movidos por la debilidad. Y sin embargo, si nos preguntamos, podríamos decir: «¡Pero es verdad! ¡Yo quiero adelgazar, mantenerme sano, no ser controlador ni tolerar el abuso! Y a veces lo hago, pero otras…». Estas paradojas también podrían entenderse de otro modo, como reflejo de nuestra diversidad. Apreciar la diversidad interna implica ejercer la tolerancia con uno mismo, y comprender que en cada «pero» del párrafo anterior hay un cambio en la parte de nosotros que está respondiendo al entorno.

En la primera parte de las frases de arriba («quiero…») probablemente estemos hablando desde un lugar más apegado al aquí y ahora, a quienes somos hoy, y a un deseo real hacia el futuro, mientras que en la segunda («pero…») estemos viajando sin darnos cuenta atrás en el tiempo, y que, en esa parte de la frase, estemos usando maneras de lidiar con el mundo, con los demás o con nosotros mismos propias de una época pasada.

Probablemente de una en la que no teníamos tanto poder sobre nuestras propias vidas, una en la que dependíamos de otras personas –con sus propias incongruencias y paradojas– para desarrollarnos, crecer o tener una sensación de capacidad de decisión y acción.

Y seguramente, en ausencia de una relación de acompañamiento que nos ayudara a crear y mantener el poder para lidiar con lo difícil, tuvimos que construir maneras de afrontar pero propias de aquella etapa. Quizá fumar no era la manera en la que una niña se calmaba, pero igual sí la de una adolescente frágil que encontraba en ser mayor una forma de tener un lugar. O quizá aceptar el abuso no estaba en la mente de un joven de 18, pero había que aceptar cierta invasión materna para que las cosas fueran bien en casa.

En fin, quizá hoy los obstáculos que sentimos en nuestro avance hacia quienes queremos ser, con todos esos peros de los que a veces nos avergonzamos, lejos de ser residuos que eliminar en dicho progreso por incoherentes, son parte de nuestra identidad, de nuestra diversidad, como decía, pero quizá también son mini-fragmentos de nuestra historia.