TERESA MOLERES
SORBURUA

Adoptar flores salvajes

La semana pasada quisimos erradicar las malas hierbas, hoy es el turno de invitar a las flores salvajes a nuestro jardín, porque las que encontramos durante nuestros paseos pueden resultar tan atractivas como muchas flores clásicas. La naturaleza nos ofrece composiciones coloristas adaptables por su ligereza a rocallas y macizos. Un modelo puede ser el jardín de Monet en Giverny, diseñado para sus pinturas.

Para empezar, nunca debemos arrancar una planta salvaje. Puede estar protegida, en peligro de extinción, y además ¿qué pasaría si todos los paseantes hiciéramos lo mismo? Es suficiente con que recuperemos los granos o las semillas maduras de las flores que nos llamen la atención –por ejemplo, de una margarita o una escabiosa se pueden obtener cientos de granos– o con que saquemos brotes jóvenes del pie de la planta, porque enraizan rápidamente en un tiesto con arena y tierra. También se pueden encontrar en viveros especializados en plantas salvajes y locales. Una vez plantados los granos, estos germinan rápidamente; aunque con otros habrá que esperar hasta la primavera, ya que el frío y la lluvia les irá bien. En primavera los trasplantaremos a su lugar definitivo. Cuando los esquejes ya tienen raíces, a finales del verano, será el momento de plantarlos en tierra.

Las flores salvajes, ya endurecidas en su espacio natural, enraizan muy bien en la tierra franca del jardín, para lo cual imitaremos las condiciones de humedad y luz de su lugar de origen. Necesitan pocos cuidados y, de hecho, una vez florecidas, se autosiembran de forma natural. Entre las más interesantes están las digitalinas –según dice la leyenda, los duendes del bosque han dejado sus huellas púrpuras en estas preciosas flores para avisarnos de su alta toxicidad–; las escabiosas de corola malva –con las rosetas de hojas a sus pies es fácil hacer esquejes–; el aciano, que ha pasado de ser una mala hierba a ser una anual del macizo florido; la consuelda, una rastrera interesante por el color de sus hojas –verde grisáceas, unas y purpura rojizo, otras–; las campanillas, en las que. como las semillas son tan pequeñas, es mejor reproducirlas por división de mata; la viscaria, con sus masas de florecitas multicolores durante el verano... Y hay muchas otras apropiadas para “adoptar”.