Roberto Cortijo
coser la historia

Herramienta de trabajo, herramienta de denuncia

Las mujeres peruanas han convertido sus herramientas de trabajo en su propio altavoz. Las arpilleras, que a estas costureras andinas les proporcionan recursos económicos y participación social, también les permiten contar su historia, por lo que actúan a modo de terapia y de resistencia política. Una labor artesanal llena de colores que se practica en diversos lugares de Latinoamérica.

Cada día después de preparar el almuerzo, decenas de mujeres peruanas se reúnen para contar sus historias en toscos trozos de tela a los que dan vida con coloridos bordados y figuras. En silencio o entonando cánticos andinos, estas mujeres desplazadas por el conflicto armado interno que Perú vivió entre 1980 y 2000, van prestándose sus dos únicas tijeras para recortar la tela, darle forma de árboles, animales, casas, personas o para bordar ríos, a fin de transformarla en recuerdos vivos.

Al final, la burda tela se convierte en un bello manto donde queda, escrita en un lenguaje de figuras, la historia de los momentos felices vividos en sus pueblos cosechando, sembrando o cantando. Pero también quedan grabados testimonios de momentos complicados como las intervenciones armadas del grupo maoísta Sendero Luminoso, la guerra sucia, los paramilitares, las familias huyendo de la muerte para iniciar la odisea de encontrar un lugar para vivir en Lima...

Las mujeres de la Asociación Mama Quilla, de la aldea de Huaycán –cuyo nombre oficial es Comunidad Urbana Autogestionaria de Huaycán y está ubicada a unos 40 kilómetros al este de Lima–, relatan así sus experiencias personales en estas arpilleras, un arte popular que toma su nombre de la tela gruesa fabricada en yute o cáñamo que se utiliza en la elaboración de sacos y piezas de embalaje. Sus trabajos han viajado por América y Europa porque, además de ser exhibidos en el Museo de la Memoria de Lima, antes pasaron por diferentes museos de Brasil, Italia, Estado francés y Estados Unidos.

De hecho, Mama Quilla define la arpillería como una técnica que «se convierte en una herramienta de comunicación para denunciar las violaciones de los derechos humanos, protestar contra los abusos, como forma de resistencia política, como terapia para expresar lo vivido, como forma de participación social y hasta como medio de obtención de recursos para sobrevivir. El resultado de la implementación de esta técnica son mensajes en retazos de telas con rellenos, envueltos en paños, lana e hilo; los cuales son cocidos o bordados manualmente».

Las sesenta componentes de la asociación o arpilleras, nombre que reciben estas costureras, provienen de regiones andinas que vivieron de cerca el conflicto armado, como son Ayacucho, Huancavelica, Huancayo, Apurímac y Cusco. Estas mujeres encontraron refugio en la pobre aldea de Huaycán, en una zona árida entre faldas de cerros que, a finales de la década de 1980, se convirtió en uno de los escenarios por los que pasó Sendero Luminoso en su intento de cercar Lima.


Mamá Luna ejerce de guía. «El término Mama Quilla es quechua, significa Mamá Luna, y fue la luz en las noches porque en los pueblos altoandinos no hay luz eléctrica, nos guió en la huida de los conflictos y fue nuestro paño de lágrimas en la capital por no encontrar un lugar donde vivir. Todo era tierra sin vida», explica Isabel Alacote, la actual presidenta de la asociación. Respecto a la iniciación de las primeras arpilleras en Perú hay distintas versiones y ni siquiera ellas se ponen de acuerdo. «Hace más de quince años aprendimos a tratar la arpillera como un medio de expresarnos, contando nuestras cosas en una tela súper rústica», agrega la presidenta, que tiene 42 años y desde 1986 vive en Huaycán.

En uno de los mantos se pueden apreciar recortes de telas, con formas de personas, casas y animales, pero también hay bordados que simulan ríos. En otro hay montañas, cactus y dos helicópteros que sobrevuelan por encima de las casas. «Las representaciones se van superponiendo como un rompecabezas para contar la historia de una familia, de un pueblo o de una parte de nuestra vidas», explica Alacote.

En sus comienzos, las arpilleras trabajaban con el yute de los sacos de azúcar, arroz o harina, luego se fueron perfeccionando y aprendieron a crear en otras telas, buscando el contraste de colores. «Algunas mujeres acuden al sector limeño de Gamarra, el mayor emporio textil del país, donde a veces les regalan telas o les venden retazos e hilos para bordar», cuenta Martha Quispe, quien hace más de veinte años llegó a Huaycán desde Huancavelica con su marido y sus pequeños hijos.

La asociación Mama Quilla fue invitada recientemente a la feria “Ruraq Maki”, que se traduce como “Hecho a Mano”, que organiza el Ministerio de Cultura de Perú y en la que se congregan los mejores artesanos del país a exponer y vender sus obras. La agrupación presentó trabajos grupales e individuales, entre ellos unos de Isabel Alacote, quien ha expuesto también en la Escuela de Bellas Artes y en el Museo de la Memoria de Lima.


Violeta Parra, entre las precursoras. Las arpilleras trascienden a Perú, porque este tipo de labor también se realiza en varios países latinoamericanos. De hecho, adquirieron fama con la folclorista chilena Violeta Parra (1917-1967), una mujer a la que hoy, sin duda, se aplicaría el calificativo de artista multidisciplinar, puesto que ejerció de cantautora, pintora, escultora, ceramista y bordadora, y algunas de cuyas obras fueron exhibidas en el parisino Museo del Louvre en 1964. La cantante chilena ya bordaba sobre yute en el año 1958, por eso está considerada como una de las precursoras de esta técnica textil.

El golpe militar de Augusto Pinochet, ocurrido en 1973, quedó reflejado en infinidad de telas convertidas en otra forma de comunicación para combatir la represión. Esas arpilleras hablaban en colores de muerte, exilio, cárceles y otros asuntos sobre los que estaba prohibido pronunciarse.