IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Exigencias

Dice un hombre llamado Joseba, por ejemplo, al pensar en su pareja, Marga, y cómo en esta época tan estresante para él, ella parece estar más interesada en su trabajo o su familia, y no se ajusta a lo que él necesita, no le pregunta cuando espera, o prioriza al margen de los deseos de él. Entonces, se muestra huraño, silente, cualquier gesto un poco brusco, o simplemente despreocupado, lo coge al vuelo, lo amplifica, lo intensifica y se lo devuelve a ella en forma de reproche, le dice que últimamente parece que a ella no le importa lo que le pase, que no le ve, que mejor que ese fin de semana se vayan cada uno por su lado, todo ello aderezado con un ceño fruncido, un tono cortante, y sobre todo un aparente enfado; ella alucina.

En el fondo, Joseba se siente dolido, incomprendido y solo, y la persona que tiene más cerca, en quien tantas veces ha confiado para estabilizarse, regularse o incluso para motivarse, va a ser quien recibe el sentimiento, solo que corregido. Corregido en forma de indignación o decepción, en forma de exigencia y principalmente con dos objetivos. Por un lado, con el objetivo de no sentir todas las emociones que le genera su propia situación, la que trae de fuera, la que hace de esta época una tan estresante para él; son emociones que le hacen sentir vulnerable, impotente, incapaz, y probablemente no esté viendo salida por sí mismo. Así que, si todo este cúmulo de fragilidad se convierte en dureza, por lo menos experimentará un poco más de fuerza, generada por él mismo, y quizá artificial, pero fuerza al fin y al cabo; por lo tanto, le ayudará a combatir también la pequeña depresión –o grande– de momentos así.

Por otro lado, a través de esa conversión, Joseba encontrará fuera de él un “objeto” de su malestar, uno concreto, y no esa nube de circunstancias que no puede atrapar. Un objeto que viene a ser una persona realmente, pero a quien Joseba no es capaz de ver en toda su dimensión ahora, lo cual a Marga le saca de sus casillas, y le tilda a él de egoísta. Y no va desencaminada en la palabra, porque lo que está tratando de hacer Joseba con esta exigencia es resolver algo por dentro, en su Yo, en su Ego.

Lo que les despista a ambos en este punto es que convierten la desintonía en una acción de iniciativa propia, es decir, convertirlo en una indiferencia voluntaria, algo así como «¡si es que no te importa lo que me pase!». En este momento la distancia es máxima, y es ahí donde pueden escalar un poco más y decidir que las cosas no funcionan entre ellos; Marga, para entonces ya ha conectado con sus propias experiencias previas de desintonía por parte de Joseba, que no estaban presentes hasta ahora, y la discusión pierde pie con lo concreto que la inició y pasa a otro plano más global, mucho más difícil de concretar en acciones, más propenso a los bandazos. Y todo puede parar en un momento si cualquiera de los dos hace algo.

Marga, por su parte, aprovechando que está menos enzarzada que Joseba, y tirando de lo extraño de su reacción repentina y excesiva, puede no picar el anzuelo del enfado y preguntarse si este es genuino o si está pasando alguna otra cosa, y quizá entonces preguntar genuinamente algo así como: «¿Qué te pasa, cariño, estás bien?», o «¿en qué necesitas ayuda? No es habitual que me hables así». Joseba, por la suya, puede notar la misma incongruencia en sí y darse cuenta de cómo cuando está triste o sobrepasado, lo convierte en enfado y quizá decir algo así como: «Perdona, Marga, esta temporada está siendo muy difícil» o «me gustaría que me preguntaras cómo estoy, por si yo mismo no me doy cuenta». Y entonces, lo difícil, árido, aislante, de pronto, es una experiencia compartida, y sí, el cambio es así de rápido.