Guillem Sartorio
boxeo infantil en tailandia

Hijos del Muai Thai

En Tailandia, cerca de 200.000 menores practican el muai thai. Entre los motivos que les empujan a luchar, están los progenitores que inculcan esta tradición a sus hijos, pero también las mafias y cuantiosas apuestas económicas. Un grupo de médicos intenta demostrar lo peligrosa que puede resultar esta práctica para los más pequeños.

Thepsal Malingram cae sobre la lona. El público que se agolpa alrededor de su pequeño cuerpo enloquece de júbilo mientras el árbitro da el combate por finalizado. Es sábado en Bangkok y corren las apuestas en el cuadrilátero del Canal 7. Pocos minutos antes de caer desplomado, Thepsal gastaba sus últimas energías tratando de alcanzar la cabeza de su oponente con una última patada. Sabía que solamente su estatura podía hacerle ganar ante un rival cuatro años mayor que él, pero al segundo round su cuerpo ya estaba magullado y había empezado a flaquear. Por cada golpe que recibía Thepsal, centenares de hombres gritaban desde las gradas de pura excitación. Muchos blandían los pequeños papeles de sus apuestas ilegales. Durante sus últimos momentos en pie, el griterío era tal que ni siquiera era posible oír la flauta y el tambor del na phat, la música tradicional que acompaña a este deporte de lucha, el muai thai. Un fuerte golpe en el pecho ha significado el final del luchador. 

Thepsal tiene 14 años y este no ha sido su primer combate. Su padre, y también entrenador, y el médico corren hacia él. Hace menos de una hora, en el vestuario, y mientras le untaban aceite en el cuerpo, el niño ha dicho unas palabras valientes que, en realidad, escondían la intuición de la derrota: «No tengo miedo de subir al ring, pero me aterra sentir que voy a perder». 

El origen del muai thai se remonta a los tiempos del reino de Siam, hace siete siglos. Por entonces, era necesario aprender métodos de lucha para subsistir. Hoy es el deporte nacional más seguido de Tailandia y está intrínsecamente ligado a la cultura Thai. Hace años que el Gobierno tailandés reclama la inclusión de este brutal tipo de lucha como deporte olímpico. El efecto atrayente de esta lucha, tan exigente con los deportistas y peligrosa en la lona, va en aumento. 

Cada año, miles de extranjeros viajan hasta Tailandia para aprender a dominar el arte de los ocho miembros (dos manos, dos codos, dos rodillas y dos espinillas). A nivel local, los boxeadores profesionales son considerados superestrellas, amasan grandes fortunas y las universidades dan becas a aquellos estudiantes con mejores aptitudes sobre el cuadrilátero. La mayoría de los niños y niñas tailandeses han soñado o sueñan con llegar algún día a ser como sus ídolos. 

Se calcula que en Tailandia hay unos 200.000 menores que practican muai thai. Pese a que en 2003 se instauró una ley de protección al menor que prohibe que ningún niño pueda ponerse en riesgo con el deporte o el trabajo infantil, es un secreto a voces que decenas de miles de niños y niñas luchan de forma profesional: «Cuando se les paga ya no están haciendo simplemente deporte. El premio no debería ser dinero sino algo simbólico, meramente deportivo», explica el pediatra Adisak Plitponkarnpim, director del Centro de Promoción de la Seguridad y Prevención de Lesiones de Menores (CISP) del Hospital de Ramathibodi (Bangkok). «Cuando hay un niño de 7 años luchando bajo las mismas normas y recompensas que un adulto que pesa 50 kilos más que él, significa que estamos fallando como sociedad», dice Adisak. 

Hace más de una década hubo un intento de prohibir la lucha entre menores, pero no se consiguió y la ley actual solamente pone como condición el consentimiento paterno para los menores de 15 años –que también puede delegarse en el entrenador– y el uso de protección, pero no se especifica de qué tipo. Tanto los padres como los organizadores de los combates se opusieron a dicha ley con el argumento de que en el país hay miles de familias necesitadas de los ingresos procedentes del boxeo infantil. Según un estudio de la Oficina Nacional de Juventud y la Organización Internacional del Trabajo (ILO), más de la mitad de los niños pelean para contribuir a la economía doméstica.

Boxeo en la pobreza. Santana Pasasuk tiene 30 años y vive en Thai Sai, una barriada a dos horas de Bangkok conocida por la presencia de bandas y el trapicheo de drogas. Santana trabaja vendiendo flores en los cementerios y apenas gana 500 bhat al día, que equivalen a unos 13,5 euros. Es madre de tres hijos de 12, 9 y 7 años a los que, reconoce, le cuesta alimentar con el poco dinero que gana. Los tres entrenan y luchan en el gimnasio S Boonmark, a dos calles de su casa. 

El lugar, más que un gimnasio, parece un trastero al aire libre. Hay sacos de boxeo fabricados con neumáticos, cuerdas y engranajes de coche que funcionan como pesas y, en el centro, un precario cuadrilátero hecho a base de espuma industrial. El retrato del rey Maha Vajiralongkorn se encuentra situado de manera que se pueda ver desde todas las esquinas del ring. 

Cuando empieza a caer el sol, el calor disminuye y la más pequeña de los hermanos, a la que todos llaman Noey, se entrena dando patadas a un saco en una esquina. La niña viste una camiseta de las princesas Disney. A su lado, uno de sus hermanos mayores hace flexiones y el otro se cuelga de una tubería para hacer series de dominadas. Apenas se quejan, hacen los ejercicios con seriedad y en el gimnasio reina el silencio, tan solo interrumpido por los soplidos que emiten los niños al soltar un golpe potente. Siguiendo los pasos del calentamiento, mientras esperan la llegada del entrenador, los tres hermanos salen a correr junto a la orilla de un río de aguas fecales con otros dos niños del barrio que también acuden a este gimnasio para labrarse un porvenir. «Quiero que mis hijos sean fuertes para poder defenderse de la calle y en la calle», dice Santana, la madre. «No quiero que sean débiles». Sus tres hijos entrenan dos horas cada día los cinco días a la semana.

Santana reconoce que sufre cuando ve que uno de ellos es golpeado en el ring, pero siempre se sobrepone, ya que, como muchas madres del país, desea que cuando crezcan sus vástagos lleguen a ser famosos y ricos luchadores. El mediano, Nik, que lleva un rayo rapado en la cabeza, representa la esperanza de la familia. Todos lo ven como futuro campeón. Nik empezó a entrenar a los 6 años y ha vencido en cuatro de sus cinco combates. Ha ganado 500 bhat por victoria, la misma cantidad que su madre en un día de trabajo.  Santana deja que sus hijos se queden con el dinero que ganan en las peleas para reforzar su autonomía y su madurez. «Eso les enseña a ser más responsables y a compartir. Si necesitan algo, se lo compran ellos con su dinero».

Cuando los pequeños han acabado de calentar, llega Manonut Bonnak, el entrenador y propietario del gimnasio. Manonut fue boxeador profesional durante doce años, hasta que un accidente de tráfico acabó con su carrera. Desde entonces, dedica una parte de su sueldo al mantenimiento del gimnasio: «Me costó dos años ahorrar para abrirlo. Mucho esfuerzo», dice con orgullo. 

El entrenamiento da inicio en el destartalado ring. Tras correr en círculos durante varios minutos, los niños se lanzan al suelo jadeando para iniciar las series de abdominales. Manout les golpea en el abdomen con una vara «para endurecer los músculos». Acto seguido, los niños se colocan por parejas y practican movimientos de ataque y de defensa. «El boxeo hace que los niños sean amigos, no enemigos», explica el entrenador mientras se coloca una protección acolchada en el antebrazo.

Comienza el turno de las patadas. Rítmicamente, el pequeño Nik dispara patadas a gran altura y con sorprendente fuerza. La rutina se repite hasta que llega el combate de práctica. Nik se estira en el suelo mientras su hermana pequeña le extiende con delicadeza aceite corporal por todo el cuerpo. El aceite emana un fuerte olor a eucalipto y mentol. «Es para aliviar los golpes», explica el entrenador. Estos masajes forman parte del ritual previo a todo combate de muai thai. 

Los niños se colocan en la cabeza el mongkhon, un tocado tradicional elaborado con una fina cuerda blanca. Con sumo respeto caminan deslizando un guante por las cuerdas que rodean el cuadrilátero, deteniéndose en cada esquina para hacer una reverencia. «El boxeo es disciplina, y en esta barriada mantiene a los niños y a los adultos alejados de las drogas», explica Manout. Entre los adultos que acuden a entrenar a su gimnasio, hay varios ex-convictos que desean cambiar de vida. Como en muchos otros gimnasios, aquí el deporte es una forma de redención, de aprender a base de esfuerzo y superación. Pero en Tailandia, se trata sobre todo una cultura y un medio de vida. La diferencia respecto a otros gimnasios de boxeo es que aquí hay niños, y los niños salen a pelear y a ganar. 

Bajo la mirada de sus hermanos, Nik lanza golpe tras golpe contra su oponente, que casualmente es su vecino. Le propina varios puñetazos, patadas y golpes de espinilla. Cuando Manout da el combate por finalizado, Nik luce una sonrisa y su oponente, un ojo hinchado. «El boxeo les va bien para la salud. Antes este niño tenía epilepsia y, desde que está aquí, no ha sufrido un solo ataque», dice el entrenador examinando con cariño el rostro del niño golpeado. 

Médicos contra el boxeo infantil. Hace quince años, el doctor Adisak presentó ante el Gobierno tailandés un completo estudio acerca de las lesiones que sufren los boxeadores. Se trataba de una investigación realizada con muestras tomadas en varios países occidentales que tenía en cuenta a luchadores en edad adulta o adolescentes. «Si ya hemos comprobado los daños cerebrales en boxeadores adultos, ¿qué secuelas tendrá en un niño de 7 años cuando tenga 12 y siga en plena etapa de crecimiento?», se preguntó Adisak. Sin embargo, el Gobierno tailandés hizo caso omiso del informe y rechazó cualquier cambio en la legislación por falta de pruebas: ningún estudio demostraba efectos negativos en la salud de los niños luchadores. 

Fue entonces cuando, junto a otros colegas médicos, el pediatra decidió poner en marcha su propia investigación para demostrar los daños cerebrales en los niños que pelean en combates de muai thai. En 2009, Adisak estudió a cincuenta boxeadores infantiles tailandeses y pudo demostrar que los niños reciben al menos veinte impactos en la cabeza en cada pelea. 

El siguiente paso fue comparar los escáneres cerebrales de 250 niños, boxeadores y no boxeadores. Durante cinco años, un equipo de psicólogos, neurólogos y pediatras obtuvieron las evidencias científicas que corroboraron la tesis del doctor Adisak. A nivel cerebral, la diferencia entre los niños que luchan y los que no era abrumadora. Entre los niños luchadores, se observaron alteraciones de la sustancia blanca del cerebro, una parte del sistema nervioso central compuesta de fibras nerviosas que contienen partes de las neuronas, y se pudieron constatar anomalías como alteraciones en la memoria y también en el coeficiente intelectual. «Si podemos observar esto en un transcurso de pocos años», se pregunta Adisak, «¿qué consecuencias veremos cuando estos niños sean adultos?».

El doctor reconoce que la mayoría de la comunidad médica no le ha apoyado en su investigación. «La mayoría de médicos deportivos tienen fuertes vínculos con el muai thai y no quieren oír nada sobre regulaciones», se lamenta. Actualmente él y su equipo están tratando de promover una ley que regule el muai thai infantil. «Nosotros amamos el muai thai, forma parte de nuestra cultura», argumenta, «y si no se pueden evitar los daños causados por el boxeo, sí se pueden minimizar las consecuencias y decidir qué límites poner para que no sea perjudicial para los más pequeños». 

Su propuesta es simple: «Los niños menores de 10 años no deberían luchar con ningún tipo de contacto». El deporte transcurriría más bien como una danza, que de hecho ya existe, la llamada nata muay thai. «En los combates de menores de entre 10 y 12 años», prosigue Adisak, «el contacto en la cabeza estaría prohibido, y entre los 12 y los 15, con tan solo un toque en la cabeza ya se consideraría punto. De ese modo, los niños no se golpearían repetidas veces». Adisak tampoco considera útil promover el uso de protección en la cabeza, como un casco. «El problema no es el impacto, sino la velocidad con la que gira la cabeza cuando recibe un impacto». Esto desplaza el cerebro causando los daños.

La ley que defiende este pediatra, con los datos sobre los daños cerebrales en la mano, se encuentra pendiente de trámite por parte de la junta militar tailandesa. «Tenemos esperanza, quizás los militares serán más efectivos que los políticos», dice suspirando el pediatra. En Tailandia, tras el golpe de Estado de 2014 y la instauración de la ley marcial, el país está gobernado por una junta militar. 

En el ring del Canal 7, Thepsal trata de recuperarse del knockout que acaba de sufrir. Mientras sigue tumbado sobre la lona, se oye un ensordecedor runrún de fondo: miles de hombres se tapan la boca con un papel y hablan a través de los auriculares conectados a sus teléfonos. Están intercambiando los códigos de las apuestas. En eventos como estos, las apuestas ilegales oscilan entre los 100 y los 5.000 bahts (de 2 a 136 euros). 

En los vestuarios, el padre de Thepsal mira a su hijo con angustia mientras su mánager le grita. El hombre imita movimientos de defensa y ataque mientras sostiene en la mano un fajo de billetes que tendrá que pagar al mánager de su oponente. Pero Thepsal no levanta la vista del suelo, solo asiente. 

De pie, el niño luchador recoge sus guantes con lentitud y emite un quejido al cargarse la bolsa a la espalda. Le espera  un viaje en coche de siete horas con su padre hasta Khon Kaen, una región pobre en el noroeste del país, donde viven. Mañana es domingo. Thepsal podrá descansar, pero el lunes tendrá que ir al colegio, y a entrenar.