MIKEL INSAUSTI
CINE

«Il generale Della Rovere»

Traigo a colación uno de los grandes clásicos del cine italiano, con la peculiaridad de no que no fue reconocido por su propio autor. Puede parecer contradictorio, pero es una situación que se suele dar bastante, cuando el resultado final no coincide con las intenciones del cineasta o este no se ha sentido del todo libre durante el rodaje. Roberto Rossellini pensaba que “Il Generale Della Rovere” (1959) llegaba tarde, y que ese tipo de película ya la había hecho antes con la mayor inmediatez del neorrealismo. Si la hizo fue, según él, por una cuestión meramente alimenticia. Iba incluso más lejos al confesar que solamente había hecho dos películas a lo largo de su carrera porque necesitaba dinero para rodar otras: la primera era la que ahora comentamos y la segunda, “Anima nera” (1962). Pero la cuestión es que, por mucho que se tratara de un encargo, “Il Generale Della Rovere” ganó el León de Oro en la Mostra de Venecia y a partir de entonces una gran parte de la crítica empezó a considerarla una obra mayor, involuntaria si se quiere, aunque magistral, al fin y al cabo.

Una de los aspectos de producción que incomodaba muy mucho al maestro Rossellini era que “Il Generale Della Rovere” combinaba secuencias de estilo documental con la destrucción de los bombardeos como fondo, y las que fueron rodadas en los estudios de Cinecittà. Su predilección por un tipo de naturalismo integral, que en su última etapa televisiva llegó a unos extremos de un rigor demasiado sistemático, le hacía renegar de una puesta en escena dramatizada que, curiosamente, a los ojos del cinéfilo se revela perfecta. Y así las mejores secuencias son las carcelarias, que únicamente podían ser filmadas en espacios interiores calculados al milímetro. Lo mismo sucede con la dirección actoral, dado que Rossellini se mostraba abiertamente partidario de los repartos no profesionales con gente de la calle. Otra enorme contradicción, teniendo en cuenta que la película contiene la mejor interpretación de Vittorio De Sica, ya de por sí extraordinario actor y no menos consagrado cineasta.

Es el trabajo actoral de De Sica el que hace de “Il Generale Della Rovere” una de las creaciones más reflexivas sobre la impostura, ahondando en toda su complejidad en todas y cada una de las caras de un personalidad poliédrica o múltiple. De Sica puede ser Bardone, puede ser Grimaldi, puede ser Della Rovere o puede ser quien estime oportuno. Y lo más interesante de todo es que el espectador nunca sabe a ciencia cierta con cuál de sus identidades quedarse, o si todas o ninguna le pertenecen. Tal es el enigma que encierra este hombre perteneciente a un tiempo de cambios significativos, marcado por el puro y más elemental instinto de supervivencia.

Porque Bardone, en principio, es un estafador napolitano que sobrevive bajo la ocupación nazi en la Génova de 1943 y que no duda en bailarle el agua al ejército invasor como hace con las mujeres, a las que chulea, con tal de obtener dinero con el que saciar su ludopatía. Para su desgracia, el coronel Müller de las SS (Hannes Messemer) sabe reconocer en él a un farsante de tomo y lomo, por lo que le obliga a suplantar al militar antifascista del título para identificar a los jefes de la Resistencia. Será la cárcel la que obre la definitiva transformación, y poco a poco se irá metiendo en el papel de sacrificado héroe, por lo que, en lugar de traicionar y delatar a sus camaradas, sufrirá la tortura y ejecución final ante un pelotón de fusilamiento. La narrativa sigue igualmente el proceso evolutivo del protagonista, pasando de la comedia picaresca a la tragedia bélica con todas sus consecuencias, de tal forma que acaba sirviendo de ideal compendio de la obra rosselliniana que va del humor costumbrista al drama intelectual, aspecto reflejado paso a paso en unos diálogos que, de divertidos, van mutando a la solemnidad del discurso póstumo.

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