XANDRA ROMERO
SALUD

El vino y la paradoja francesa

Como hemos visto en los últimos artículos de esta sección, en el campo de la nutrición es muy común que encontremos estudios que relacionen el consumo de un alimento o un nutriente concreto con un efecto para la salud. Por fortuna, cuando nos centramos en el terreno académico y se revisan las investigaciones, observamos que la explicación siempre es mucho más sencilla.

Un buen e histórico ejemplo de esto es la conocida como “paradoja francesa”. Esta paradoja, que data de los años 80, explicaba cómo, a pesar del elevado consumo de grasa en la población gala que disfruta del queso, el foie gras y la mantequilla entre otros alimentos, apenas había muertes por infarto. De hecho, su riesgo cardiovascular era entre 5 y 10 veces más bajo que el de los ingleses y prácticamente la mitad que el de los estadounidenses, también ávidos consumidores de mantequilla. Todo esto, sin que hubiera diferencias significativas en cuanto a sus niveles de colesterol, su peso, su tensión arterial o el número de cigarrillos que fumaban.

En 1992, Serge Renaud y Michel de Lorgeril estudiaron esta circunstancia y publicaron sus conclusiones en la prestigiosa revista científica “Lancet”. Para ellos, la explicación residía en el único integrante de la dieta francesa que lo diferenciaba del resto de poblaciones (inglesa y estadounidense): el consumo de vino. De ahí surgió la idea de un efecto protector del vino, hecho que, como ya hemos comentado en otras ocasiones, perdura hasta nuestros días. Real o no, lo que consiguió la paradoja francesa fue disparar el número de estudios sobre los posibles beneficios del vino en tal medida que hasta está incluido en algunas pirámides nutricionales.

¿Pero cómo podría el vino producir esos beneficios? El alcohol en pequeñas dosis aumenta el colesterol “bueno” HDL e inhibe la agregación plaquetaria. Por su parte, los polifenoles (sustancias químicas de carácter antioxidante presentes en esta bebida) también actúan sobre las plaquetas, tienen propiedades antiinflamatorias y disminuyen el colesterol LDL oxidado, el peor de los colesteroles malos.

No obstante, es arriesgado hacer recomendaciones debido a la toxicidad del alcohol y lo difícil que resulta establecer qué es y qué no es un consumo moderado de alcohol. Volviendo a la paradoja francesa, los científicos Holman y English no tardaron más de cuatro años en ponerla en duda en la también prestigiosa revista “Journal of the Royal Society of Medicine”. Aquí expusieron el hecho de que la menor frecuencia de enfermedades coronarias en el Estado francés no la explicaba el vino, sino la gran diferencia que existe entre los hábitos dietéticos franceses, ingleses y americanos.

Con esto apuntaron en dos direcciones; por un lado, no es correcto responsabilizar a un solo alimento de un beneficio total, y por otro lado, la presencia de otras variables que quizá no se habían tenido en cuenta para afirmar tal relación (consumo de vino y reducción de incidencia de enfermedad cardiovascular).

En este sentido, es muy importante considerar que el hecho de que dos variables estén relacionadas no tiene que implicar que una sea causa de otra. Es preciso entonces plantear que quizá tomar vino puede asociarse a un mayor estatus económico y, por tanto, a un mejor acceso a medicinas o la diferencia entre las distintas sociedades en cuanto al consumo de pescado o que el patrón de consumo de alcohol es variado y especialmente heterogéneo por edad.

Sea como fuere, y a pesar de que se puedan controlar algunas variables, es fácil que se nos escapen muchas otras que influirán en gran medida en los efectos finales; en este caso, la mortalidad.

Por lo tanto, lo conveniente es recordar que es posible disfrutar del consumo ocasional de alcohol dentro de un estilo de vida saludable pero que esto es muy diferente a promover su consumo, teniendo en cuenta que el alcohol es teratogénico, neurotóxico, adictivo, inmunosupresor, perjudicial para el sistema cardiovascular, carcinogénico y aumenta el riesgo de muerte.

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