DAVID BROOKS
IRITZIA

Postales estadounidenses

Nos despedimos de Chicago y cientos de kilómetros más hacia el oeste visitamos a dos amigos que viven en una granja en Wisconsin, un estado históricamente progresista que, en los últimos años, se ha vuelto de derechas. Nos explican que el giro político se debe al fracaso de los demócratas y progresistas a la hora de cumplir con su compromiso de defender a los granjeros. Recuerdan que el país ha perdido en solo tres décadas nueve millones de granjas familiares y se ha impuesto en su lugar un modelo corporativo de agricultura masiva por el que ahora aproximadamente un millón de personas son responsables de casi el total de la producción agraria del país.

Pero lo que más les sorprende ahora aquí es la creciente corriente progresista que ha surgido y que rechaza a la cúpula política, identificándose con el socialismo democrático de Bernie Sanders. En una reunión del Partido Demócrata local, unas mujeres de la tercera edad les preguntaron qué tipo de demócratas eran, que si eran «de Hillary» y, cuando respondieron suavemente que «más bien tipo Bernie», les abrazaron exclamando «ahora sí podemos hablar tranquilamente». Poco después, mientras uno atendía una mesa del Partido Demócrata local en una feria rural, le preguntó a una joven de 16 años que estaba dando vueltas por ahí si le interesaba la política. Esta respondió firmemente: «En 2020 ya podré votar y vamos a echar a todos estos, y lo voy hacer en honor de Elizabeth Cady Stanton (filósofa y líder del movimiento de las mujeres por el voto en el siglo XIX) y porque se cumplirá el centenario de cuando las mujeres conquistaron el derecho al voto en este país». Lo dejó callado, le estaba dando una lección de historia.

Comentan estos mismos amigos que «durante décadas evitamos usar la palabra ‘socialismo’ para no asustar y obstaculizar el trabajo de organización, y ahora resulta que es una palabra necesaria en el trabajo político local».

De ahí pasamos a los llanos de Minnesota y Dakota del Norte, paisajes que contienen largas historias de luchas de inmigrantes escandinavos; de granjeros, mineros, trabajadores del ferrocarril y empacadores de carne. Por aquí se oyen los ecos de antiguas luchas indígenas y las contemporáneas: al sur, Wounded Knee, símbolo de resistencia indígena en el siglo XIX y el XX; al norte, la histórica movilización de Standing Rock hace poco mas de un año.

Pasamos por Idaho, un cachito de Washington y llegamos a la costa de Oregón. Las emisoras de radio nos ofrecen un licuado de mensajes antiinmigrantes, programas cristianos con reverendos tratando de convencernos de que no era demasiado tarde para encontrar a Jesús (y enviarles donativos, mientras) y, de repente, radio en castellano con música, noticias y chismes mexicanos.

Oregón es la tierra de John Reed, con una gran tradición anarcosindicalista importada por los inmigrantes europeos. El sindicato de estibadores en la costa fue fundado por comunistas (el primer líder fue un australiano) y sigue estando entre los más sindicatos progresistas. En el pueblito turístico de Yachats, en la costa, hay una panadería que se llama “Pan y Rosas”. Ahora esas mismas luchas, para conseguir pan y rosas también, son libradas por mexicanos y otros latinoamericanos, entre otros inmigrantes.

En Portland conversamos con una extraordinaria luchadora por los derechos civiles, pacifista, ecologista y sindicalista desde los años 60 hasta hoy día, quien nos contó cómo los jóvenes, junto con otros veteranos en las luchas sociales, están creando un mosaico, aún fragmentado, de rebeliones. Son revueltas unidas por un furioso «no» a todo lo que ahora se ha impuesto en el poder, y que de ahí esta brotando tal vez la que sea la última esperanza para este país en esta coyuntura.

En este viaje por una de las épocas más oscuras de este país, de repente se asomaba la luz del alba.