MIKEL INSAUSTI
CINE

«Jour de fête»

El cineasta de origen ruso Jacques Tatischeff, más conocido por su nombre artístico de Jacques Tati, ha sido el mejor experimentador del lenguaje visual que haya existido, con el mérito añadido de haberlo hecho desde el género de la comedia. Cierto es que se basa en el trabajo previo de grandes cómicos de la pantomima como Charles Chaplin, Buster Keaton o Harold Lloyd, pero a partir de las enseñanzas de dichos maestros supo desarrollar un estilo autoral único, aportando una reflexión muy profunda sobre la deshumanización que conlleva el progreso. Y siempre fue plenamente consciente de ser un creador a contracorriente, por el desafío que suponía hacer cine mudo en tiempos del sonoro, lo que motivó que su filmografía sea mucho más corta de lo que nos hubiese gustado.

Antes de su definitiva identificación en la pantalla con el personaje de Monsieur Hulot, que le acompañaría en sus películas “Les vacances de M. Hulot” (1953), “Mon oncle” (1958), “Playtime” (1967) y “Traffic” (1971), Tati se convirtió en el cartero François. Esta peculiar figura nació con el cortometraje “L’école des facteurs” (1947), que serviría de borrador para su ópera prima “Jour de fête” (1949). Fue fruto de su vida en el pequeño pueblo de Sainte-Sévère-sur-Indre, en el que se refugió durante la ocupación nazi, conociendo a su amigo Henri Marquet, junto al que escribiría el guion de su ópera prima.

El protagonista de “Día de fiesta” representa el paisanaje, entendiendo por tal el modo de vida tranquilo y natural del medio rural, con su costumbrismo amable y su absoluta falta de ambiciones. En Sainte-Sévère las cosas van despacio hasta que François ve en el cine ambulante un noticiero que muestra el nuevo y eficiente sistema de reparto de correo americano, lo que le empuja a intentar modernizarse. La repentina obsesión provoca que de repente su habitual recorrido sufra un brusco aceleramiento, obligándole a ir volando con su bicicleta con un ritmo de pedaleo caricaturizado en la genial secuencia en que se ve compitiendo de manera casual dentro de una carrera ciclista, por no hablar de aquella en que sus bromistas vecinos le emborrachan y pierde el sentido del equilibrio.

Tal como les ocurre a la mayoría de experimentadores, Tati no pudo acabar “Jour de fête” según el plan previsto, aunque fue precavido y supo guardarse las espaldas. Podía haber sido la primera película rodada en color dentro del mercado francófono, pero durante la postproducción el laboratorio de Thompsoncolor quebró y cerró. Como no se fiaba mucho de un sistema que se encontraba en periodo de prueba, también filmó con material en blanco y negro, que es como quedó la versión original de 86 minutos. Pero Tati necesitaba de los colores rojo y azul para representar el marco festivo del pueblo engalanado y visitado por los feriantes, por lo que pintó algunos detalles a mano directamente sobre el celuloide. De ahí que los títulos de crédito con los rótulos coloreados sea una pieza de coleccionista tan apreciada como los carteles diseñados en su época.

Existe una copia en color posterior a la muerte de Tati en el año 1982, nacida del trabajo de restauración en 1995 de François Ede y de Sophie Tatischeff, hija del cineasta. No quiero entrar en la polémica de si responde a la idea primigenia o no, pero deja fuera una escena tan especial como la del forastero que pinta la feria del pueblo. Me es imposible opinar sobre ella por la sencilla razón de que nunca he querido verla, porque prefiero quedarme con las sensaciones del clásico en blanco y negro con los detalles de color naif, tan inocentes como llenos de insuperable encanto. Al contrario de las proyecciones que a uno le gusta disfrutar en la soledad de la sala, “Día de fiesta” es de esas joyas del humor que se recomienda ver en compañía por las explosiones de jubilo colectivo que genera, con ataques de risa contagiosa e incontrolable.

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