Aurora Díaz Obregón
«Me voy de moldavia»

El éxodo de la juventud Moldava

Con salarios mínimos de 100 euros, una crisis identitaria que divide a la población entre rumanos y rusos, y esperanzas de futuro mínimas, el número de jóvenes moldavos que abandona su país en busca de mejores condiciones aumenta gradualmente mientras algunos resisten.

Consigue trabajo en Europa, trabaja como au-pair en Europa; gradúate, haz un máster en Europa. Ahorra mil euros, cómprate un pasaporte de Rumanía, sé europeo, sé alguien. ¿No sabes rumano? Perfecciona tu ruso antes de irte, que no se note tu acento moldavo, estudia en Moscú. Euros o rublos. Salir o quedarse. Aprende idiomas, deja de ser enfermera para empezar a limpiar casas; deja de ser tú, piensa en dinero, vete, deja tu casa, trabaja en la obra de ilegal. ¿Dónde está Moldavia? “Me voy de Moldavia” es la frase más repetida entre la juventud de este país desde 1999, año en el que las migraciones empezaron a crecer llegando a un número de 50.000 personas al año.

Desde la calle Lev Tolstói en la ciudad de Chisinau, capital de la República de Moldavia, familias cargadas de equipaje esperan los autobuses semanales con destino a Italia, Grecia, Turquía o Estado español. Acorde a los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE, 2017), en el Estado español residen legalmente casi 18.000 moldavos. «Mi padre se fue así a Vinarós, con una mochilita, sin documentos, sin nada; tenía estudios universitarios, pero eligió irse a España para trabajar en la construcción. Después fue mi madre, y más adelante, nos llevaron a mi hermana y a mí», cuenta Liliana Ucranciuc, de 23 años, en una cafetería del centro de la ciudad. Moldava, nacida en Transnistria –estado separatista no reconocido–, a los ocho años emigró con su familia a la Comunidad Valenciana. «Mi padre siempre me decía: si nos hubiéramos quedado en los 90… habríamos muerto de hambre. Los años post-soviéticos, aquí, fueron muy duros; tú no te haces una idea».

Migraciones: Schengen o Rusia. Carteles de ofertas de trabajo legal en la UE empapelan farolas y paredes de las paradas del trolebús en Chisinau. A temperaturas bajo cero en pleno invierno, mujeres con las manos rojas venden verduras y conservas en las avenidas. En el barrio Docuceavev, un hombre transporta su existencia en una bolsa de plástico en la que aparece escrito: la vida es felicidad. Es la época del año en la que más gente pide dinero en la calle, no porque no tengan hogar, si no porque no pueden pagar la luz y la calefacción. En Piata Centrala, mercado central de la metrópoli, cuesta caminar entre abrigos por los pasillos de puestos que ofertan papel higiénico, pan o queso; de nuevo anuncios que ofrecen multivisa a Europa.

Desde la liberación de las visas en Moldavia en el 2017, el número de moldavos que visita el área Schengen ha ido en aumento. Según las estadísticas del cruce de fronteras, casi un millón de ciudadanos fueron beneficiados de la libre entrada a Europa. Aproximadamente un 30 por ciento no regresa a Moldavia. Muchos de ellos, violando las provisiones del régimen de visado libre, optan por trabajar ilegalmente en Europa o esperan a obtener la ciudadanía rumana para conseguir permisos de trabajo legales. Moldavia se encuentra entre los cinco principales países a los cuales a los ciudadanos se les niega más la entrada a la Unión Europea.

Los jóvenes que tuvieron abuelos nacidos entre 1920 y 1940, cuando Moldavia era parte de Rumanía, tienen acceso a conseguir el pasaporte rumano por descendencia, por lo que la nacionalidad rumana facilita el acceso de trabajo a Europa. Acorde a una investigación publicada en ECONSTOR, plataforma que recoge publicaciones académicas sobre economía, desde 2006, muchos migrantes moldavos en Italia y Estado español se han beneficiado de iniciativas de legalización y empleo. Al mismo tiempo, la política de inmigración en Rusia ha quebrado entre dos objetivos: por un lado, para contrarrestar el declive de la población en Rusia atrayendo inmigrantes permanentes de otros países de la antigua Unión Soviética; y por otro, para reducir el empleo ilegal. Estas tendencias en las políticas de inmigración en los países de destino tienen un impacto de gran alcance en el bienestar de los migrantes, sus familias y planes a largo plazo para residir en Moldavia o en el extranjero.

Una división: el conflicto identitario. El fenómeno migratorio no solo está marcado por el factor económico. La identidad y la lengua son también claves para entender las dos salidas principales: Europa o la Federación Rusa. Los moldavos rusoparlantes se decantan por esta última y los que hablan rumano eligen Schengen.

Ana Gherciu, periodista de 28 años, estudió en Rumanía y, al terminar la Universidad, regresó a Moldavia a pesar de que sus padres le insistieran en que no volviera. «Estoy aquí no porque sienta a Moldavia mi casa, mi país es Rumanía; y lo es porque nuestra historia es así. No me olvido de dónde vengo, y si puedo cambiar algo, lo haré». El pasado histórico navega entre el futuro de los jóvenes que están marcados por un conflicto identitario y que, como Ana, opinan que la única perspectiva de futuro visible es la unificación con Rumanía. Existen tres grupos que quiebran interna y externamente a la nación moldava: los pan-rumanos, cuyo objetivo final es la reunificación de Moldavia con Rumanía; el bloque pro Rusia, que promueve el idioma y la cultura rusa y considera que los lazos con Rumanía amenazan con socavar el uso del idioma ruso y la libertad de expresión cultural; y el tercer grupo, que promueve una ideología nacionalista, conocida como moldovenismo, que continúan con la tarea de construir una república moldava independiente dentro de la Comunidad de Estados Independientes (CEI).

Durante la ocupación soviética, los moldavos fueron aislados de su identidad rumana. Una característica de la política de nacionalidad soviética era incorporar naciones enteras a la Unión Soviética; en consecuencia, la nación moldava fue reconstruida y, para ello era necesario crear una identidad que separase a Moldavia de Rumanía. «El resultado de la Unión Soviética ha sido este: dividirnos entre rusos, moldavos, rumanos. Hacernos olvidar quiénes fuimos», apunta Gherciu.

2009: crisis económica y retroceso. Con un PIB per cápita de 1.723€ en el 2016, Moldavia es uno de los países más pobres de Europa. El salario mínimo mensual ronda los 100€. Desde la crisis financiera iniciada a principios del año 2009, Moldavia se recupera lentamente, con un aumento anual que varía entre el 0,2% y el 2.2%, junto a la drástica disminución del PIB. Ese mismo año, el Gobierno lanzó una propaganda anti-crisis ocultando la situación del país, y al convocarse las elecciones el 5 de abril del 2009, proclamándose la victoria del Partido Comunista liderado por Vladimir Voronin, miles de jóvenes moldavos salieron a la calle para denunciar el fraude electoral.

Los protestantes, que habían convocado la demostración a través de Twitter, lideraron lo que los medios calificaron como The Twitter Revolution. El 6 de abril las concentraciones sucedieron de manera pacífica; sin embargo, el día 7 las protestas se tornaron violentas. Manifestantes atacaron el Parlamento y la Casa Presidencial, rompieron ventanas, lanzaron piedras. Ana Gherciu estaba allí manifestándose a los 18 años. «Cuando todo se volvió violento no dejaba de llorar. La violencia hirió a todas las personas que estaban luchando por derrocar a un partido comunista corrupto. Pero la televisión nos catalogó como estudiantes protestantes fascistas», comenta. Gherciu nunca abandonó las protestas. «A día de hoy, sigo pensando que el Gobierno pagó a personas para que provocaran los destrozos. La violencia policial fue excesiva, detuvieron y torturaron a mucha gente. También... la policía también violó a chicas en la parte de atrás de la casa del Gobierno». La información que hay sobre las violaciones a mujeres en abril del 2009 no aparece en ningún sitio. «Nadie lo ha investigado, nunca se ha confirmado porque las chicas tenían miedo de hablar. Conocí a una compañera de trabajo que fue violada. Tuve la suerte de que a mí no me pasara. Recuerdo un mensaje de un amigo diciéndome que no fuera a la parte de atrás del Gobierno… con el tiempo lo comprendí».

Antes de que se convocaran las protestas del 2009, Gherciu era activista, asistía a manifestaciones y actividades políticas. «Ahora, muchos jóvenes hemos dejado de salir a la calle porque tenemos miedo y porque los políticos están detrás de las acciones de protesta. Yo ya no creo en la política de este país, ni siquiera ya, en Maia Sandu. Solo acudo a la marcha feminista».

En las últimas elecciones presidenciales moldavas en 2016, Maia Sandu fue candidata a la presidencia por el Partido de Acción y Solidaridad, presentando una política proeuropea. La candidata que era la esperanza para los jóvenes perdió las elecciones frente al líder de la oposición y actual presidente prorruso Igor Dodon, cabeza del Partido Socialista.

Cristi Mariuta, de 25 años, tiene vagos recuerdos de aquel abril del 2009. «Yo no participé en las protestas, pero recuerdo estar en clase, y en mi colegio, que era cercano del edificio presidencial, se bloquearon las ventanas y permanecimos horas encerrados. Después de nueve años, la situación actual es peor que la que teníamos antes. Esperábamos un cambio que nunca llegó», comenta entre silencios Mariuta.

El pesimismo y una nube de carbón se interponen en el futuro de los jóvenes moldavos, que han desistido a las esperanzas de cambio y solo piensan en una cosa: huir. «Soy el único de mi grupo de amigos que sigue viviendo en Chisinau. La mayoría de ellos viven en Rumanía, Austria, Italia o Alemania. Muchos terminan sus estudios, se van y no vuelven, porque la situación económica en Europa es mejor», cuenta Mariuta. «Yo sigo aquí, pero no sé cuánto tiempo más voy a resistir».

El caso de Liliana es diferente. A pesar de haber crecido en la Comunidad Valenciana, después del bachillerato, al contrario que su hermana, regresa a su país e inicia su carrera universitaria en Chisinau. «Moldavia es mi tierra, lo que me tira. Pero sé que si mi situación económica fuera otra yo no viviría aquí. A pesar de que yo trabajo y estudio, mis padres me ayudan económicamente», señala. Sus padres continúan trabajando en el Estado español, y cuenta también que otros familiares suyos van a la Comunidad valenciana en la época de la recogida de la naranja.

Gherciu busca su alivio viajando. «Es lo único que me motiva para seguir viviendo aquí, viajar a pesar de no tener un gran sueldo. Necesito desconectar y rodearme de personas de otros países que no me digan cada minuto que la vida aquí es horrible», argumenta.

Migraciones internas: Transnistria y Gagauzia. El movimiento migratorio no solo se produce hacia otros países. Hay otros moldavos, como Andréi Colioglo, de 24 años, que deciden emigrar desde las zonas más rurales del país hacia la capital.

Colioglo nació en Copceac, un pueblo que pertenece a la región autónoma de Gagauzia, al sur de Moldavia. En este territorio, que tiene un estatus de autonomía desde 1994, se habla gagauzo, un idioma que pertenece a la rama Oguz de lenguas turcas. Gagauzia es una de las regiones más pobres dentro de Moldavia, y su población se desplaza hacia países como Rusia, Turquía, Bulgaria o a la capital moldava.

Sin embargo, en este área, a pesar de que el rumano se enseñe en las escuelas, la mayoría de la población es rusoparlante, lo que agrava la situación de búsqueda de empleo en Chisinau.

«Cuando estaba decidiendo dónde cursar mis estudios universitarios pensé en cuatro opciones: Rusia, Chisinau, Turquía o Transnistria. Yo quería irme a Chisinau, pero sabía que iba a tener problemas con el idioma, que me iba a costar más. Así que estudié periodismo en Tiraspol, la capital de Transnistria», señala Colioglo desde la sala de su casa en la que comparte cama con su hermana y una gata. «En Gagauzia las noticias, la televisión… todo es en ruso, y en Transnistria no se habla rumano porque está prohibido; iba a ser más fácil», comenta. Sin embargo, al finalizar sus estudios, decide establecerse en Chisinau. «Sé que si me hubiera quedado en Tiraspol estaría trabajando como periodista. Pero, ¿a qué precio? Allí no hay libertad de expresión, la prensa está manipulada; es un territorio prorruso, conservador, discriminatorio, y más para mi siendo gay». Según el estudio, “Percepciones y actitudes sobre la Igualdad en la República de Moldavia”, la comunidad LGTB de Moldavia es uno de los grupos sociales más rechazado del país; en Transnistria, ser homosexual es ilegal. «He vivido en represión. Ser gay en Transnistria es peligroso, tenía que ocultar siempre quién era, mentir. Cada vez que decía que no tenía novia, me cuestionaban continuamente. Mucha gente se hace pasar por gay en las redes y luego cuando quedas con esa persona, es mentira y te dan una paliza».

Gagauzos y transnistrios comparten el mismo sentimiento de independencia y mantienen redes de apoyo entre ellos. Andréi no ha sentido discriminación por ser de Gagauzia. «Pero en lo estructural y lo burocrático es más complicado. Por ejemplo, para una cosa tan simple como contratar internet en el apartamento, si no dispones del pasaporte transnistrio, no puedes tener internet. Tampoco recibí ninguna beca para los estudios, a pesar de tener buenas notas», explica.

Cuando Andréi se establece en Chisinau, encontrar un trabajo como periodista le resulta difícil porque no habla rumano. Actualmente, trabaja en una compañía de cable de televisión consiguiendo proveedores. En la ciudad no ha sentido tanta exclusión, pero hay cierto rechazo hacia la comunidad gagauza y se refieren a ellos como personas incultas. «En Transnistria me sentí en otro país que estaba dentro de mi país, y ahora, en Chisinau, lo mismo. Soy eso: un extranjero dentro de mi propio país. Me gustaría irme de aquí algún día».

En el interior de un pub llamado Revolution, aparecen colgados en el techo letreros escritos en cirílico con los nombres de las calles durante la etapa de la URSS en Chisinau. «Yo ya me he olvidado del ruso, intento no hablarlo», dice un joven que conversa triste en la barra. «Iré a Reino Unido este verano a ganar dinero. ¿Por cuánto tiempo? No lo sé. Adiós Moldavia, ya me he cansado de esto».