Jaime Iglesias
LA NOVELA MÁS NEGRA

«Italia mantiene una relación perversa con la verdad» - Massimo Carlotto

Nacido en Padua en 1956, tenía apenas 19 años cuando descubrió, en mitad de la calle, el cuerpo ensangrentado de una joven estudiante que había sido acuchillada hasta morir. Citado como testigo del crimen, su condición de militante del movimiento autónomo Lotta Continua, le convirtió automáticamente en sospechoso para la policía italiana que, desentendiéndose de otras líneas de investigación, lo presentó ante los tribunales como autor material del asesinato en un período especialmente convulso en la historia del país, los llamados “años de plomo”. Absuelto en primera instancia por falta de pruebas, la sentencia fue recurrida, tras lo que resultó condenado a 18 años de cárcel.

Carlotto huyó de la justicia italiana, refugiándose primero en el Estado francés y después en México. Finalmente, fue extraditado y encarcelado, pero su caso comenzó a revisarse, en parte debido a la presión de la opinión pública, pues se intuía que su detención y posterior encausamiento estuvieron llenos de irregularidades y que Carlotto fue acusado injustamente. En 1993 recibió el indulto por parte de la Presidencia de la República.

Cuando un par de años más tarde apareció en las librerías italianas “La verdad del Caimán” (primera de sus novelas protagonizadas por un peculiar investigador privado, ex músico de blues y bebedor compulsivo de Calvados), resultó imposible no reparar en las similitudes existentes entre el bagaje existencial de tan singular personaje y la propia biografía del escritor. Desde entonces, Massimo Carlotto se ha destacado como uno de los máximos renovadores de la novela negra italiana. En sus relatos disecciona la podredumbre moral de un Estado donde la corrupción, la mentira y la manipulación son los mecanismos a los que suelen acudir los poderosos a la hora de defender su statu quo. Según dice, su obra es la consecuencia lógica de una mirada crítica hacia un país dominado por la impunidad. El último ejemplo de ello es “La caza del turista” (Harper Collins), de reciente publicación, donde Carlotto se adentra de lleno en el thriller sin renunciar a ese espíritu abiertamente subversivo que atesoran todas sus novelas.

Cuando uno conoce de antemano su peripecia vital, resulta muy difícil disociar el contenido de sus novelas de su biografía. Al lector siempre le queda la sensación de que, directa o indirectamente, está hablando de su propia experiencia. ¿Cómo se enfrenta a este hecho?

Es posible que, en algún caso, las circunstancias que rodearon mi propio pasado sigan condicionando la lectura de mis libros, pero no creo que se trate de algo generalizado. Han pasado casi cuarenta años desde que tuve que exiliarme y los hechos que motivaron todo aquello están bastante diluidos en la memoria de los italianos. Puede que cuando empecé a escribir, todo aquel proceso estuviera aún fresco en muchas personas e influyera, de alguna manera, en la recepción de mis historias, pero, desde entonces, he escrito muchas cosas y muy diferentes buscando establecer un contacto directo con los lectores. Por eso creo que hoy en día lo que se valora es mi trayectoria literaria y no tanto mis circunstancias personales.

Pero viendo el modo en que, en sus novelas, habla del funcionamiento de las cloacas del Estado, de los mecanismos de represión y de las injusticias que se cometen para salvaguardar algo tan etéreo como la seguridad nacional, uno no puede dejar de pensar en todo aquel calvario judicial que le tocó vivir en primera persona con una falsa acusación pesando sobre su cabeza.

Puede que el lector piense en ello; yo, desde luego, no lo hago. Cuando escribo una novela lo último que tengo en mente es dirigir la mirada al pasado. Lo que ocurre es que yo escribo sobre Italia y en mi país. Todos esos fenómenos que comentas y que, de un modo u otro, forman parte de mis relatos, están, por desgracia, a la orden del día.

En una entrevista le oí comentar que, pese a todo, usted confía en la justicia. ¿Se refería a la justicia como ideal, como concepto o a las instituciones judiciales?

Me refería a las instituciones de justicia, a los tribunales. No puedo negar que se trata de una elección claramente política porque en la Italia de hoy, ponerse al lado de las instituciones significa confiar en la Constitución de la República, que se halla muy amenazada ante dos de los mayores problemas que tenemos en Italia: la corrupción y la lucha contra las mafias. Siendo una elección personal creo, sin embargo, que también encuentra reflejo en mi labor como escritor ya que casi todos mis personajes se mueven por un deseo de justicia.

Sin embargo, en países como Italia o el Estado español esa desconfianza en las instituciones es algo casi patológico. ¿Cree que forma parte del ADN latino?

Es algo que está en nuestra identidad, qué duda cabe, pero los italianos nos enfrentamos a un problema adicional que ha transformado, incluso, el alcance social de la novela policíaca. Italia mantiene una relación perversa con la verdad. Como ciudadanos siempre se nos ha negado el derecho a conocer las grandes verdades de nuestra historia como las negociaciones entre el Estado y la Mafia o las masacres fascistas, por poner solo dos ejemplos. Y con ser esto dramático, lo peor fueron los años de Berlusconi donde se acostumbró al ciudadano a no tener necesidad de conocer la verdad. Por suerte hoy eso ha cambiado y quienes nos dedicamos a escribir novela negra lo que hacemos es abordar esa parte de la realidad que los medios de comunicación no se atreven a desvelar.

¿Tan mal está el periodismo como para que su misión histórica tenga que ser asumida por los escritores de ficción?

Sí, pero no es culpa de los periodistas. En los últimos veinte años en Italia la delincuencia organizada y las mafias en general han logrado penetrar de lleno en las estructuras del Estado mediante la creación de una serie de vínculos muy fuertes con el medio empresarial, el ámbito financiero y el sector político hasta lograr un sistema muy sólido que funciona. La mafia prácticamente ya no asesina porque no necesita hacerlo para imponer su ley. En este contexto, los medios de comunicación están amordazados. Un ejemplo: en Italia los periodistas no pueden publicar información sobre ningún acto delictivo hasta que no haya concluido la investigación policial sobre el mismo. Frente a eso, quienes escribimos novela criminal nos vemos obligados a tomar la iniciativa, a anticiparnos, aunque sea apelando a la ficción.

Entonces, según usted, ¿entre las funciones de la literatura policíaca estaría la de estimular un pensamiento crítico en la ciudadanía?

Sí, de hecho, yo no tengo ningún empacho en reconocer que hago literatura social; es más, me considero un escritor político, y lo digo abiertamente. Obviamente, quienes nos dedicamos a escribir novela negra, trabajamos en un registro de ficción, pero en nuestras ficciones siempre subyace un fondo de verdad. Luego le corresponde al lector conferir credibilidad a lo que contamos y determinar si prefiere quedarse en esa superficie de ficción o ahondar en aquellos elementos que definen el punto de vista del autor sobre la realidad a la que alude.

De hecho, según ha manifestado en diversas ocasiones, muchas de las tramas que maneja en sus novelas provienen de historias que le hacen llegar confidencialmente personas anónimas. ¿Dar voz a aquellos que se les niega es un deber que se impone a sí mismo como escritor?

Mis novelas siempre están inspiradas por la realidad. El punto de arranque puede ser una confidencia que recibo de alguien que me pone sobre la pista de algún asunto turbio, pero otras veces basta con leer una noticia en el periódico para empezar a elucubrar sobre lo que hay detrás de esa información.

A partir de ahí, lo que se impone es investigar. En ocasiones esa investigación la he hecho conjuntamente con otros autores. Por ejemplo, está el caso de un polígono militar que hay en Cerdeña con una elevada tasa de contaminación que dio origen a una investigación en la que participamos diez escritores. Aquello terminó con la publicación de una novela escrita a veinte manos. Pues bien, después de su aparición, los militares han resuelto abrir una comisión para esclarecer aquellos aspectos que nosotros denunciábamos en nuestra obra.

Y en el caso de «La caza del turista», su última novela, ¿dónde sitúa ese punto de inspiración? Porque, a decir de muchos, esta obra representa un cambio de registro respecto a toda su obra anterior.

Yo, sin embargo, creo que tiene bastantes puntos en común con mis anteriores novelas. Lo que quizá haya desconcertado a algunos sea el hecho de haberme aproximado a una figura como la del psicokiller, pero creo que se trata de un perfil que resulta muy seductor tanto para los lectores como para los propios escritores y que atesora una ambigüedad muy interesante. En el mundo de la delincuencia organizada encontramos muchos ejemplos al respecto, pero a menudo se nos olvida que estos psicópatas también pueden desarrollar su labor al servicio del Estado. Está el caso de los agentes secretos ¿qué otra cosa es James Bond sino un simpático asesino en serie? Pensémoslo: es alguien que mata de manera recurrente, sin perder la calma y sin sentir la más mínima empatía hacia sus víctimas. Esto es un poco lo que observé también en Argentina. Yo soy pariente de Estela de Carlotto, presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo, e investigando el mundo de los torturadores que trabajaban al servicio del Gobierno durante la dictadura, me di cuenta de que muchos de ellos se comportaban del mismo modo en que lo hace un asesino en serie; no solo torturaban y mataban a sus víctimas haciendo gala del mayor sadismo, sino que cuando las liquidaban solían quedarse con algún objeto personal de ellas a modo de fetiche. Al aproximarme a la figura del psicokiller en esta novela quería confrontarme con dos cuestiones. En primer lugar, ¿entendemos bien este tipo de perfiles? y, en segundo término, ¿es legítimo que en una democracia el Estado se sirva de psicópatas para defender el orden establecido? En este sentido, se trata de una novela un tanto subversiva, pero yo creo que la literatura no siempre debe complacer, a veces hay que sacudir al lector, violentarle incluso.

Igual también las críticas que ha despertado su último libro tengan que ver con el hecho de que, para muchos, apelar a una figura como la del «serial killer» constituya una concesión al thriller, un género en el que ese alcance social que se le presupone a la novela negra queda muy diluido.

La dimensión social de la novela negra es indiscutible y está más allá de las características que atesoran sus protagonistas. Es una cuestión de enfoque. A mí me gusta decir que soy un autor de novela negra por contraposición a quienes escriben relatos policíacos, escritores maravillosos muchos de ellos, con quienes, de hecho, colaboro a menudo. Pero una novela policíaca no deja de ser una narración donde el bien triunfa sobre el mal y donde el Estado se impone a la delincuencia. Una idea bastante confortable que, además, funciona muy bien a nivel de ventas. Pero la novela negra, y más concretamente la novela negra mediterránea, es otra cosa.

Quizá porque el «noir» esté más próximo al espíritu que inspiró el neopolicial latinoamericano ¿no? En el sentido de que, más allá de tramas detectivescas que legitimen el «statu quo» imperante, está el empeño por denunciar la naturaleza corrupta de toda una sociedad.

En mi caso, sí. Habiendo vivido tanto tiempo en Latinoamérica puedo decir que, efectivamente, yo he llegado a la novela negra a través del neopolicial latinoamericano. Pero si tengo que hablar del noir mediterráneo en general y de un modo más específico de aquel que se escribe en Italia, resulta justo señalar que nuestras referencias están en Francia. Creo que, para la actual generación de escritores de novela negra mediterránea, hay una figura tutelar que es la de Jean-Claude Izzo. Él dijo una frase muy interesante: «La globalización de la economía ha generado una importante revolución en el mundo de la delincuencia organizada y nosotros debemos narrar ese tipo de transformación». Izzo fue el primer autor que confirió a la novela negra funciones propias del periodismo de investigación.

En este sentido, es normal que los escritores de novela negra generen una cierta incomodidad en los círculos de poder, pero contra usted siempre ha habido un especial ensañamiento por parte de la derecha italiana. Recientemente el partido Fratelli d’Italia llegó incluso a presionar a la RAI para que cancelasen un programa que iba a hacer con ellos aduciendo que usted fue condenado por homicidio.

Afortunadamente la RAI no ha cedido a presiones y ha decidido mantener el programa en antena. Lo que no sé si saldrá, finalmente, es otro proyecto que tenía avanzado con ellos para una serie. La verdad es que estoy viviendo un momento muy difícil en este sentido. Los lectores me apoyan, el mundo de la cultura me apoya, pero con los políticos de Fratelli d’Italia y de la Liga Norte vivo en un estado de confrontación permanente, similar al que padecí hace años con los líderes de Forza Italia. Su máximo deseo es convertirme en una suerte de Polanski, en un apestado, en un marginado. Y no desecho la idea de que lo consigan, porque llevan años dando por saco, pero al final ahí les tienes, vencedores en unas elecciones que les permiten sacar músculo político.

Pero debe ser muy duro para usted verse, veinte años después, obligado de nuevo a defender su reputación frente a quienes intentan aniquilarla.

Sí, pero no lo hago, no me defiendo, eso equivaldría a entrar en su juego y no me apetece contestarles. Es una decisión personal: mi mayor defensa es seguir escribiendo.

De todas maneras, da la sensación de que, más allá de las cuentas pendientes que mantienen con usted, la Liga Norte y sus aliados políticos han llegado al poder en Italia con la idea de acabar con cualquier atisbo de intelectualidad crítica. A Roberto Saviano, autor de «Gomorra» y amenazado por la mafia, le han advertido que igual le retiraban la escolta por tener un alto coste para el Estado.

Sí, pero esto es algo que viene de lejos. Las purgas ideológicas comenzaron hace tiempo. En determinadas bibliotecas de Italia mis libros, los de Saviano y los de otros autores críticos con ellos, han desaparecido de las estanterías. Es una estrategia perfectamente orquestada que intenta deslegitimar cualquier respuesta a sus políticas y, a la vez, invisibilizar a aquellos escritores e intelectuales que cuestionamos sus líneas de pensamiento y de actuación. De ahí sus esfuerzos por desacreditarnos y lo peor es que se trata de una estrategia bastante efectiva.

Ese empeño por silenciar a determinados intelectuales quizá refleje que estos constituyen la única oposición real al discurso de las fuerzas reaccionarias. Porque de la izquierda política italiana mejor ni hablamos, ¿no?

La alianza del Movimiento 5 estrellas con la Liga Norte puede que haya dejado perplejos a muchos, pero para mí, desde luego, no ha sido una sorpresa. Son dos partidos muy parecidos con la salvedad de que quizá los de la Liga sean más frontales en su discurso y menos astutos políticamente. Aliándose con ellos, el Movimiento 5 estrellas ha dilapidado las ilusiones de muchos de sus votantes, ha perdido un caudal de sufragios importantes y, lo que es peor, ha dañado un discurso, el de la izquierda política, al que va a llevar tiempo recuperarse. Yo creo que esa deriva derechista en la que ahora mismo se ha instalado Italia va a perpetuarse aún durante algunos años porque están sumiendo al país, de manera premeditada y calculada, en una crisis que deja al ciudadano sin respuestas. El problema es que ellos tampoco las tienen. Más allá de ese discurso crispado, antieuropeísta y de responsabilizar a los de fuera de todos los males del país, carecen de cualquier propuesta política. Van a terminar por hacer bueno el berlusconismo.

¿Hasta qué punto un momento social y políticamente crítico, como el que está viviendo ahora Italia, resulta estimulante para un escritor de novela negra?

La delincuencia organizada en Italia se está transformando a una velocidad de vértigo e intentar comprender esas transformaciones y hacérselas llegar a los lectores constituye un reto maravilloso para cualquier escritor. La realidad siempre termina por superar la más retorcida de las ficciones y ahora mismo resulta fascinante comprobar la capacidad que tienen las mafias para interpretar las coyunturas políticas y adecuarse a las mismas. El crimen organizado ya no resulta un cuerpo extraño, sino que ha logrado penetrar en todos los pliegues de la sociedad y sus cerebros ya no están en el sur, sino que, por primera vez en la historia de nuestro país, operan desde el norte, desde las regiones más prósperas económicamente.

¿Está dando a entender que la sociedad italiana en su conjunto es cómplice de determinadas prácticas?

Es que la mafia ha conseguido penetrar en los principales centros de poder sin hacer prácticamente ningún esfuerzo, sin tener que amenazar a nadie. Resulta inquietante descubrir cómo muchos banqueros, políticos y empresarios se han puesto a su servicio y ¿a cambio de qué? Si en Italia hemos logrado minimizar el impacto de la crisis financiera ha sido, en parte, gracias a la inyección de dinero proveniente de la delincuencia organizada de la que ha dispuesto la Administración. Este dinero ha permitido la construcción de infraestructuras, el desarrollo de programas sociales, etc. Y es algo que buena parte de la población acepta sin siquiera cuestionarlo. En la presentación de uno de mis libros, cuando expuse la situación uno de mis lectores se levantó y me espetó: «Vale, puede que se trate de dinero sucio, pero gracias a él mucha gente ha podido seguir trabajando y eso lo ha limpiado. ¿A ti que más te da?». Confieso que era un tipo de respuesta para la que no estaba preparado y que, en la Italia de hace diez años, habría resultado inconcebible escuchar. Con eso y con todo, no quiero ser negativo porque ahora mismo están empezando a emerger diversos movimientos ciudadanos contra este tipo de prácticas. En muchos casos, además, están liderados por gente joven harta de todas estas anomalías congénitas que padecemos. Eso me hace ser optimista.