MIKEL SOTO
gastroteka

Nombres propios

Hay multitud de nombres propios en la gastronomía, pero hoy quiero traer a esta página esos que han dado nombre a platos de fama mundial, principalmente por dos motivos; que los hubieran mandado hacer o, más noble, que los hubieran inventado (las más de las veces variando alguna receta tradicional, todo hay que decirlo). Suele ser terreno abonado para las leyendas gastronómicas, así que trataré de hablar de los más influyentes y comprobados y me centraré en los salados, ya que los dulces de por sí dan para otro artículo.

Parece apropiado empezar por el más que internacional sándwich, inventado por Sir John Sir John Montagnu IV (1718-1792), conde de Sandwich quien, al parecer, se molestaba muchísimo manchándose los dedos al comer queso y jamón mientras jugaba a cartas, ya que parece que esa era una de sus principales ocupaciones, como buen sir inglés.

Otro nombre propio internacional: el filete Strogonoff que, propiamente, deberíamos llamar Stróganov, ya que ese es el apellido de Pável Aleksándrovich Stróganov. El amigo Pável fue un conde ruso y, aparentemente, su cocinero inventó este plato durante una competición de cocina en San Petersburgo. Posteriormente, tras la caída de los zares, la pujanza de los ejércitos soviéticos y los desplazamientos derivados de la Segunda Guerra Mundial extendieron este sabroso plato a base de carne de solomillo de ternera cortado en tiras y acompañado con setas, cebollas y salsa de crema agria –nata, para nosotros– servido con patatas fritas. A día de hoy hay muchas variables de este plato: con arroz en China, con tomate en vez de nata en Brasil y nombre estrogonofe, etcétera.

Como iréis viendo, el mérito de todos estos platos a menudo no suele ser del inventor o cocinero, sino de quien lo pide u ordena, y lo mismo ocurre con los huevos benedict, el famoso plato consistente en huevos escalfados acompañados de una tostada y bacon con salsa holandesa. Nuevamente hay disputa por la creación pero la versión más extendida es que surgieron como antídoto contra la resaca, y su “creador” fue el corredor de bolsa de Wall Street Lemuel Benedict. Parece ser que, a finales del siglo XIX, llegó al Hotel Waldorf con una resaca digna de la serie “Mad Men” y le pidió al maître Oscar Tschirky, legendariamente conocido como Oscar of the Waldorf ese pelotazo que pronto fue incluido en el menú de desayuno del hotel, sustituyendo la tostada por el más finolis muffin inglés.

La salsa Alfredo, en cambio, sí lleva el nombre de su creador, Alfredo Di Lelio, propietario y cocinero del restaurante Alfredo en Roma a comienzos del siglo pasado. Aun así, como casi cualquier invención gastronómica muy básica, la salsa es una variante de los fettuccine al burro. Entrando ya en la mitología gastronómica, parece ser que los actores Mary Pickford y Douglas Fairbanks quedaron prendados de la salsa en su luna de miel en 1927 y fueron quienes ayudaron a su rápida difusión por los EE.UU.

Por supuesto, los vascos también tenemos nuestras mitologías, como la de la gilda. La versión más extendida cuenta que se inventó en la donostiarra Casa Vallés, local del navarro Blas Vallés. A partir de ahí, nos tenemos que creer lo que narró a “El Diario Vasco” un nieto de Joaquín Aranburu Txepetxa, quien parece que comenzó a ensartar en un palillo aceituna, piparra y anchoa y que llamó al pincho resultante “gilda” en honor a Rita Hayworth porque, como ella, era “verde, salada y un poco picante”. No sabemos si será verdad o “una historia del aitite” pero, en gastronomía, como ocurre con los cuentos en la infancia, hay historias tan hermosas que deseamos ardientemente creérnoslas.