Miren Sáenz
Un asunto a abordar para poder frenarlo

Stop al suicidio

El suicidio es más común de lo que puede parecer a primera vista. Lo confirman las cifras. Convertido en un problema de salud pública de primera magnitud, al que el estigma y el desconocimiento enviaron al silencio, profesionales y familiares a los que les toca de cerca están convencidos de que se puede prevenir. Por eso aconsejan estar atentos a las señales que emiten las personas con intenciones suicidas y reclaman planes para disminuir unas tasas alarmantes.

La palabra suicidio casi no tiene sinónimos; la prueba es que, al teclearla, la respuesta deriva a términos extranjeros como harakiri o directamente a la acción: matarse, inmolarse, quitarse la vida. La RAE admite como sinónimo autolisis, que es también un proceso biológico mediante el cual una célula se autodestruye. La “muerte invisible” y la “muerte silenciada” resultan más acordes acepciones porque expresan a las claras el estigma y el tabú que históricamente ha acompañado a este acto cuyas elevadas cifras llevaron a la Organización Mundial de la Salud a declararlo un problema prioritario.

Adriana Goñi, psicóloga clínica y directora del Hospital de Día Psicogeriátrico de la Red de Salud Mental de Nafarroa, explica los factores que pueden conducir a una crisis suicida. «Nos damos muerte por lo mismo que hace miles de años. Se trata de una decisión radical que conduce a cuestionar tu propia existencia dentro de un fenómeno humano tremendamente complejo y que responde a una causalidad multifactorial. Al final las causas son las mismas, pero una situación estresante o tener un trastorno mental no son suficientes para explicar la conducta suicida. Nunca nos tenemos que dejar llevar por conclusiones como ‘le maltrataban, le han desahuciado, le han diagnosticado una enfermedad terminal’. Son necesarias más causas que determinen semejante decisión, que además se acumulan y sobre las que no se es capaz de pensar con más claridad. Podemos añadir todas las que se nos ocurran: la incapacidad para asumir una pérdida, la tremenda soledad, confirmar un diagnóstico clínico, sentirse excluido o maltratado, e incluso la venganza con tintes manipulativos, o sin saber la razón».

En números aproximados, en el mundo 800.000 personas fallecen cada año por esta causa, cada 40 segundos se produce un suicidio y por cada uno de ellos hay entre diez y veinte intentos fallidos; es la primera causa de defunción en hombres y la segunda en mujeres en la franja de edad de entre 15 y 29 años; de un 14% a un 20% de los atendidos por una tentativa lo vuelven a intentar en el primer año. Como es sabido, un fallecimiento de estas características se convierte en una muerte judicializada, lo que implica una investigación policial y forense y, ante la duda, se va a catalogar de natural o accidental. La propia complejidad de la muerte por suicidio, que en ocasiones se oculta o no se admite, dificulta la estadística. Probablemente las cifras aún pueden ser más abultadas.

Con treinta años de experiencia, primero en una institución privada y después en el sistema público, Goñi considera básico conocer las tasas, «porque si no sabemos de qué números estamos hablando no podemos dimensionar la realidad del problema», asegura. En “Características de los suicidios consumados en Navarra en función del sexo” –un estudio en el que participó la propia Goñi y que se realizó a partir de datos extraídos de las autopsias de personas que se quitaron la vida en Nafarroa entre los años 2010 y 2013– se constata una realidad universal: que hay más hombres que mujeres en cualquier grupo de edad. «Los resultados no se diferencian casi del resto de países occidentales, pero por primera vez hicimos una pequeña foto de nuestra población».

Comprobaron que la proporción es la de tres hombres por una mujer, algo que asocian al método utilizado ya que los varones recurren a fórmulas más letales, y descubrieron que el verano, con diferencia, es la estación en la que se producen más suicidios y el otoño en la que menos; la mayoría lo hace por la mañana, entre las ocho y las doce; mientras el lunes es el día fatal de la semana y el viernes el menos luctuoso.

De los 196 estados que integran la OMS, solo sesenta disponen de datos fiables. Europa tiene altas tasas y diferentes situaciones. Respecto a lo que nos toca más de cerca, el Estado francés está situado a la cabeza de la Europa occidental y el Estado español en los puestos de abajo. En la Comunidad Autónoma Vasca se calcula que hay un suicidio cada dos días. Las últimas cifras facilitadas corresponden a 2017 y apuntan a 182 –136 hombres y 46 mujeres–; en Nafarroa se contabilizan entre 50 y 60 al año, una cantidad estabilizada desde mediados de los 90 y, aunque no hay datos exactos de Ipar Euskal Herria, sí los hay del departamento de Pirineos Atlánticos, donde superan el centenar (105).

Sí disponemos, en cambio, de información relacionada con los ingresos en el SAS (Servicio de Acogida Especializado) del Hospital de Baiona por tentativas suicidas. La estadística no recoge ni los que han pasado por Urgencias ni las hospitalizaciones cortas y en ella se aprecia un descenso entre los 145 que se produjeron en 2017, cuyo origen geográfico corresponde a Lapurdi y Nafarroa Beherea, y los 123 de 2018. En estos dos años, el número de mujeres que lo intentaron dobla al de los hombres, otra realidad universal.

Adriana Goñi es psicóloga clínica y directora del Hospital de Día Psicogeriátrico de la Red de Salud Mental de Nafarroa. Fotografía: Iñigo Uriz

 

Dejar de sufrir. El caso es que cuando las personas que han pensado en el suicidio o han sobrevivido a algún intento exponen sus sensaciones, generalmente reconocen que no es que desearan morir, sino dejar de sufrir. «Ese dolor psicológico, que también puede ser físico, es tan fuerte que no ven otra salida y ahí es donde podemos entrar a intentar ayudarles», insiste Goñi. Y para ello hay que estar atentos a esas señales que la mayoría emiten en estas circunstancias y, aunque sean muy sutiles, no deben subestimarse. Por ejemplo, cuando alguien habla de ser una carga, de sentirse atrapado, de no tener razones para seguir viviendo; cuando se producen cambios en su estado de ánimo, empieza a experimentar depresión, ansiedad, rabia u otros síntomas; si pierde el interés en cosas que le gustaban; busca en internet métodos y preguntas sobre el tema; manifiesta conductas temerarias; abusa del alcohol o de otros tóxicos; deja de hacer lo que antes hacía; se aísla o se despide, quizás esté indicando que no puede más.

Pero el suicidio es una respuesta definitiva a problemas transitorios, a dolencias que pronto o tarde pueden doler menos, a situaciones hoy insoportables y mañana olvidadas o solucionadas. Por eso, ante cualquiera o varias de estas circunstancias, los expertos recomiendan no dejar solas a estas personas. «Si no se habla es peor, lo que no se dice no existe y lo que no se pregunta tampoco. Hay que abonar el terreno para que la persona se exprese, lo cuente y, a partir de ahí tendremos que tolerar y sobre todo no enjuiciar. Ante una persona que ha estado a punto o lo ha intentado hay que evitar culpabilizarle; toca acompañar y buscar ayuda. Se puede salir de ahí», afirma Goñi.

Y evitar una tragedia de efectos demoledores en los que se mezclan la tristeza, sentimientos de culpabilidad y de impotencia, que deja muy afectados a familiares, amigos… y cuyos efectos colaterales, en ocasiones, traspasan los entornos más cercanos para afectar a los que por motivos profesionales les ha tocado de cerca como los propios médicos, bomberos, policías municipales, maquinistas de tren, farmacéuticos... que en algún caso hasta han debido recurrir a terapia.

Supervivientes. Lo saben bien en la asociaciones de supervivientes, recientemente surgidas de iniciativas ciudadanas. El término se aplica a aquellos que han sobrevivido a su propio intento de autolisis, pero también a los que sobreviven a los de una persona cercana y, a través de ellas, se ayuda a los afectados a sobrellevar el duelo, a compartir experiencias en grupos de apoyo mutuo y a promover la prevención de la muerte autoinfligida. Estas asociaciones son muy jóvenes: la navarra Besarkada nació en 2016; en enero de 2017 en la CAV se constituía Biziraun (Asociación de personas afectadas por el suicidio de un ser querido) y ocho meses después se registraba Aidatu (Asociación Vasca de Suicidiología).

Cristina Blanco es cofundadora de Aidatu y Biziraun y presidenta de Aidatu. En esta última, además de “remontar el vuelo”, trabajar por intentar reducir este tipo de muertes y darles visibilidad, pretenden ir un poco más allá. Como sus miembros no tienen por qué ser supervivientes, la idea es crear un espacio donde aglutinar a expertos de distintos ámbitos: investigación social, psiquiatría, psicología, medicina, educación... En su labor de concienciación dan charlas, organizan jornadas e intentan responder a las dudas que les llegan desde distintos gremios, como el de los farmacéuticos o los trabajadores de funerarias, que les han llegado a preguntar cómo deben comportarse con los afectados en esas situaciones.

Esta profesora de sociología de la EHU-UPV admite que buena parte de los suicidios se producen en personas con problemas de salud mental, pero no necesariamente graves, aunque hay otros precipitantes, y discrepa de la voluntariedad que se le supone a los que no pueden más. «Muchos suicidios son una solución definitiva a problemas temporales. Esos son los que se puede y deben ser evitados, los que se corresponden con una situación transitoria. El mundo está lleno de gente que ha tenido una segunda oportunidad y ha superado esta situación. Como sociedad debemos poner todos los medios disponibles para reducir el sufrimiento sea del tipo que sea».

Blanco opina que hay carencias en este aspecto: «Al no haber institucionalmente herramientas o forma de tratar este problema, al final una persona que está en una situación de ideación o sufrimiento, que puede ser mental o social, no encuentra la forma de salir. Todo va a depender de la suerte de encontrar el apoyo de una persona, un psicólogo, un psiquiatra… pero es que dependemos de la suerte, de la puerta a la que toques o de si hay puerta o no. Eso no debiera ser así, como mínimo debe haber una oferta institucional y pública que ayude a las personas que están en ese punto de desesperación».

Partidaria de mejorar un sistema sanitario donde ve falta de conexión, de buscar la forma de trasladar a la sociedad una realidad alarmante, compara datos. En la CAV, en 2017, las muertes por suicidio (182) fueron más del doble que las 68 que se produjeron por accidentes de tráfico; por cada muerte en la carretera hubo tres suicidios. «Por territorios, esa cifra aumenta en Bizkaia, en donde por cada muerte por accidente de tráfico hubo 4,3 muertes por suicidio, mientras en Araba, fueron 11 muertes en la carretera y 23 suicidios y en Gipuzkoa hubo menos suicidios que accidentes. A nivel estatal, las muertes en la carretera son la mitad que las muertes por suicidio. En los accidentes de tráfico se han aplicado medidas –mejorar la seguridad de vehículos y vías, campañas publicitarias, multas, carnets por puntos– se ha abordado el problema desde diferentes ángulos y el número de fallecidos ha disminuido considerablemente. Y respecto al suicidio ¿qué se hace? En la CAV hay muchos picos, pero viendo el gráfico general desde el año 1980 –con 56 suicidios contabilizados– hasta el 2017, la tendencia es al alza, especialmente en el caso de los hombres», afirma.

Cristina Blanco es presidenta de Aidatu, (Asociación Vasca de Suicidiología) y cofundadora de Biziraun (Asociación de personas afectadas por el suicidio de un ser querido). Fotografía: Marisol Ramírez


Planes de prevención. Los profesionales y afectados por este fenómeno están convencidos de que con políticas de acción se puede prevenir. Consideran que las campañas sobre suicidio o depresión –un importante detonante– han tenido una buena acogida en países donde se han realizado. También ven la necesidad de limitar el acceso a los medios letales, regular las prescripciones farmacológicas y controlar lugares claves. En los considerados puntos calientes, esos precipicios o puentes elegidos para saltar hacia la nada, se han llegado a instalar avisadores de búsqueda de ayuda con planes de seguridad genéricos del estilo de «si estás pensando en esto no lo hagas, busca ayuda, llama a este teléfono. A los que les disuade no buscan otros métodos», apunta Goñi.

Es precisamente ese fallido primer intento el principal indicador del peligro, de que alguien se encuentra en una situación límite. «En el suicidio consumado, casi en el 60% de los casos no hay un intento previo, por eso es vital establecer programas de prevención». Pese al propósito de la OMS de avanzar en este aspecto, de sus 196 estados miembros solo 38 cuentan con una estrategia de prevención, entre ellos el Estado francés aunque, de momento, no el español donde algunas comunidades elaboran sus propias guías. En la CAV están ultimando una estrategia de prevención que Osakidetza presentará en breve. Nafarroa arrancó en 2014 con una experiencia piloto y la creación de un grupo de trabajo, en el que se elaboró un protocolo de colaboración interinstitucional para la prevención y actuación de la conducta suicida. Posteriormente se generó una comisión de seguimiento en la que hoy en día se reúnen, siguen los casos y estudian los datos.

Cinco años después, lo que ya es un plan estratégico cuya duración iría desde 2019 al 2023, se está actualizando y en él se pretende incluir la postvención, lo que se traduce en apoyar a familiares y profesionales, según explica Sara Txibite, responsable del área de Servicios Comunitarios y Centros de Salud Mental de este herrialde. «Sea un plan específico o estratégico, la cuestión es que se haga algo. Se trata de detectar en cualquier ámbito –familiar, escolar, laboral– si alguien tiene un sufrimiento y saber actuar», concreta.

En un porcentaje muy alto, los intentos derivan en Urgencias, en un ingreso hospitalario y pasan por el Departamento de Psiquiatría. Una vez en casa, pueden recurrir al programa de llamadas telefónicas, un seguimiento de unas seis al año para testar cómo se encuentran, recibir apoyo e intentar que se adhieran al centro de salud mental. Si hay una señal de alarma se pone en marcha un protocolo de intervención. «De momento, la valoración es positiva porque sí que ha habido una disminución de la repetición de intentos. El objetivo es que estén en contacto con los servicios públicos y se dejen apoyar. Hay una obligatoriedad de psiquiatras o psicólogos de ver a esas personas en consulta como preferente», explica Txibite.

Marie-Aude Gimenez, psiquiatra y jefa del SAS (Servicio de Acogida Especializado) del Hospital de Baiona, considera que hoy en día el suicidio está más mediatizado. «Ahora ya hay protocolos de tratamiento mediático sobre este tema pero quizás todavía no son conocidos por todos los agentes. También se da una voluntad política manifiesta para luchar contra el suicidio a través de la puesta en marcha de políticas de prevención nacional convergentes, principalmente vía los dispositivos ‘Vigilants’ que se desarrollan en el conjunto del territorio francés. Aun así, queda mucho por hacer porque falta afianzar y reforzar la cooperación entre los diferentes ámbitos. Sin embargo, parece que la atención psíquica en general y el hecho de que se recurra a ella está menos estigmatizada en la actualidad aunque en este plano todavía queda un trabajo importante de información por realizar».

La psiquiatra Sara Txibite es la responsable del área de Servicios Comunitarios y Centros de Salud Mental de Nafarroa. Fotografía: Jagoba Manterola


Adolescentes vulnerables. La población adolescente es uno de los grupos sensibles. En la era de internet y de las redes sociales, ese espacio donde se cuentan tantas cosas y todas quedan registradas, aumenta la preocupación y ya se habla de la creación de una inteligencia artificial encargada de detectar intentos o de esa palabra “gatillo” que hace saltar las alarmas.

En “Portraits de la jeunesse au Pays Basque” (Retratos de la juventud del País Vasco), una reciente investigación dirigida por la doctora en geografía cultural Mara Sierra, publicada hace tres meses y auspiciada por la UPPA (Universidad de Pau y los Países del Adour), entre otros muchos aspectos, se ha analizado este fenómeno. La encuesta, realizada a 7.060 estudiantes, recoge en sus conclusiones que un 5,5% de los jóvenes entrevistados de entre 11 y 20 años declararon haber realizado una tentativa de suicidio. Algunos, incluso, afirmaron haberlo intentando varias veces (3,3% en el caso de las chicas y 2% en el de los chicos). En general, los intentos femeninos duplican a los masculinos (7,3% de las chicas mientras que los chicos alcanzan el 3,7%). Hay que tener en cuenta que el 4,7% de los encuestados no quisieron responder a esta pregunta. Estos porcentajes son ligeramente más bajos que los del informe del Instituto francés de Salud e Investigación Médica (INSERM) publicado en 2013.

Como sector vulnerable, los especialistas remiten a la educación, en casa y en los centros escolares, y por supuesto a hablar con ellos. En Ipar Euskal Herria, por ejemplo, se han llegado a organizar talleres en escuelas secundarias, y recientemente proyecciones con debates fuera de ellas con la participación de diversos colectivos para conocer la realidad del problema.

Hablar de suicidio. Hubo un tiempo muy cercano en el que informar de suicidio estaba mal visto. Algunos medios de comunicación aceptaban una ley no escrita, atendiendo a la creencia del efecto contagio por el que la publicación de este tipo de noticias podía animar a otras personas a emularlo. En consecuencia, se obviaba el término y a veces hasta el hecho, siguiendo una consigna en la que se imponía el silencio que, pese a considerarse una actitud respetuosa, no ayudaba ni a evitar el tabú, ni el hecho, ni a menguar el dolor de los familiares. Afectados y especialistas han llegado a la conclusión de que del suicidio hay que hablar y este mensaje está calando en la sociedad.

Cristina Blanco considera que hay que abordarlo como otras muertes: «Cuando hay un accidente de tráfico a nadie se le ocurre fotografiar un cuerpo descuartizado. Hay unas buenas prácticas, pues en el caso del suicidio, igual. Hacer entrevistas o reportajes con estadísticas para visibilizar la problemática es correcto; no lo es hacerlo de una forma indebida, dando rienda suelta a la imaginación, hablando de métodos, haciendo de esa persona una heroína».

Para Adriana Goñi, los medios de comunicación pueden y deben tener un papel activo: «Si no se recrean en detalles que no aportan nada y saben informar, se convierten en verdaderos potenciadores de prevención. Informar mal está relacionado con el aumento de suicidios, pero hacerlo de una manera clara, con datos, con información contrastada, con mensajes de cómo y dónde pedir ayuda pueden prevenirlos».

Sara Txibite cree que generar corrientes de opinión y un debate constructivo ayuda: «De ahí la importancia de los medios de comunicación. La prevención tiene que ver con un lenguaje no estigmatizado, con un hablar de esto con tranquilidad y abiertamente. Se ha pasado del extremo de abordar este fenómeno con connotaciones en algunos casos cristianas o en otras morales a prácticamente no hablar por temor a que se produjera un efecto cascada. Si vas mentalizando a la población de que esto se puede dar en cualquier persona y a cualquier edad, si se aborda bien y desde el conocimiento, quizás podamos prevenirlo»

Clara Usón habla abiertamente del tema en “El asesino tímido” (Seix Barral, 2018), un título inspirado en Cesare Pavese, el poeta italiano que así llamó a los suicidas. La escritora catalana, superviviente de varios intentos, termina contando su propia experiencia para reconocer sin tapujos: «Es lo que tienen los comportamientos insensatos, son inexplicables».

El suicidio es un tema recurrente en la obra de Usón. En su día, lo contó así en una entrevista publicada en 7K coincidiendo con la publicación de esta novela: «No es que sea un argumento que introduzca de manera premeditada; de hecho, siempre que termino hablando de ello me lo reprocho, porque parece que no supiera escribir de otras cosas, pero siento que es una idea que me persigue siempre, en parte porque es un tema que no tengo resuelto. Hubo una época en mi vida en la que el suicidio fue una tentación tan grande que terminé por hacer muchas estupideces». Ahora tiene 58 años, sigue escribiendo y ganando premios.

En el próximo número de 7K, imágenes del ensayo fotográfico “Colapso”, de Pablo Chacón.