IñIGO GARCÍA ODIAGA
ARQUITECTURA

El sagrado primitivo

Amenudo se confunde lo sagrado con lo religioso. Dice el diccionario que lo primero es aquel elemento objeto de culto, dada su relación con fuerzas sobrenaturales, mientras que lo segundo es un conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad. Por lo tanto es fácil pensar en lugares sagrados, en espacios singulares en los que el ser humano parece conectar con algún mundo invisible, más allá de la devoción a un dios determinado. Si pensamos, por ejemplo, en los monumentos megalíticos, con frecuencia su presencia únicamente señala un lugar especial. Allí donde el paisaje, el territorio, las montañas o los bosques parecen olvidar la realidad cotidiana del mundo aparecen menhires o cromlech marcando la ubicación de esos puntos que podríamos denominar sagrados.

El arquitecto británico John Pawson recibió el encargo de la Fundación Siegfried y Elfriede Denzel para diseñar una capilla en el sudoeste de Alemania, pero el proyecto propuesto trasciende este uso religioso y conecta el objeto construido con esa larga búsqueda de elementos espirituales insertados en el paisaje. Además, el proyecto se engloba en un plan más ambicioso denominado “Sieben Kapellen” o Siete Capillas, que pretende proporcionar a los ciclistas que recorren una gran senda forestal una serie de lugares donde poder refugiarse, pero también un espacio donde hacer una pausa y reflexionar.

En su primera visita al sitio, Pawson decidió la ubicación final de la nueva construcción: un pequeño alto en el que las personas encontrarían la capilla como un objeto singular, abstracto, ubicado en la transición del bosque hacia los prados y el paisaje abierto. La estructura queda así enmarcada por una pantalla de grandes árboles, que son en definitiva la fachada del bosque hacia el pueblo cercano de Unterliezheim, en la región bávara alemana.

Desde ciertas perspectivas, su masa aparece como una pila de troncos que han sido cortados y extraídos del bosque cercano y que esperan para ser trasladados al aserradero. Desde otras visiones, la ubicación elevada de la pieza presenta el zócalo de hormigón en primer plano, creando la impresión de que los troncos conforman una pieza escultórica sobre su peana.

Construir el proyecto en madera maciza es al mismo tiempo una respuesta lógica al entorno natural en el que se ubica y también un arcaísmo, al igual que la decisión de someterla al mínimo de intervención posible. En la región, la construcción con madera ha sido históricamente predominante, por lo que la capilla conecta con el imaginario de las construcciones agrícolas de los campos cercanos. Por el contrario, desde una óptica actual, el edificio se torna primitivo, al verse simplificado a un muro de carga de troncos apilados, una solución tan directa como antigua que recuerda a los refugios o cobijos de los primeros hombres que habitaron esas tierras.

Es llamativo que para conseguir ese aspecto rudo y directo, el proyecto requirió de la colaboración con la empresa danesa Dinesen, expertos en soluciones singulares realizadas con madera. Las pocas aberturas que horadan la envolvente de troncos sirven precisamente para hacer presente el grosor de las secciones de abeto Douglas. La robustez de las piezas, que mantienen al exterior la forma curva del tronco original y a las que simplemente se les ha arrancado la corteza, se doman en los huecos de la ventana y la puerta, con unos cortes oblicuos limpios que enmarcan ambas aberturas.

La estrecha abertura rectangular que conduce al interior es aún más esbelta y vertical, gracias a ese gesto rasgado de la materia, en cierto modo evidenciando que cruzar ese hueco no es algo cotidiano. Una sensación que se confirma al comprobar que para acceder hay que atravesar un espacio angosto, de una altura reducida que comprime al visitante y que, además, habrá que girar 90 grados para poder acceder definitivamente al espacio interior. En definitiva, la puerta se transforma más que en un paso en un tránsito que aísla el exterior respecto del interior.

Un interior deliberadamente oscuro, de proporciones extremas que van del 1,5 metros de ancho a los 9 metros de longitud y los 7 de altura. La luz natural accede a través de una cruz tallada en uno de los extremos del volumen y de unos huecos longitudinales casi a ras de la cubierta. Lo estrecho de la nave recrea deliberadamente la sensación de proximidad física a la madera, al obligar a moverse serpenteando entre los densos bloques que forman las paredes.

Un lugar para la espera. En esa penumbra se hace notoria la presencia material de la madera, ahora aserrada, de superficies suaves, táctiles, y tonos cálidos, que parecen proteger al visitante. Los niveles de luz se mantienen bajos. Las rasgaduras dispuestas en lo alto de la capilla permiten un flujo controlado de luz natural, filtrándola suavemente hacia la parte inferior del espacio. La atenuación resultante del entorno ayuda a concentrar la atención en las otras dos fuentes de luz, en la cruz dispuesta en la pared final, que adquiere un protagonismo dramático y en la única ventana que presenta la nave que enmarca una vista panorámica del paisaje, orientada hacia la torre de la iglesia del cercano pueblo de Unterliezheim. La austeridad de la nave solo ofrece un banco para sentarse y esperar, esperar en silencio con los pies en la tierra y la cabeza entre las manos, pero tal vez con el pensamiento en un sitio sagrado.