IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

¿En qué mundo quiero vivir?

Cómo influye nuestra percepción y nuestra expectativa en el mundo en el que realmente vivimos? ¿Qué es “lo real”? ¿Son las noticias de los medios de comunicación? ¿Nuestras creencias religiosas, políticas, culturales? ¿Lo son las conclusiones científicas de lo que nos rodea, lo que se ha podido probar? ¿Es aquello que no puedo ver pero siento? ¿O solo lo que puedo cuantificar? ¿De qué está compuesto realmente el mundo en el que me muevo y al que reacciono día a día? ¿Cuál es la esencia de mi realidad? ¿Es una e inmutable a la que adaptarse, adherirse o de la que escapar? ¿Solo admite estos movimientos binarios? ¿La realidad que vivimos puede cambiar en esencia?

Incluso en psicología, no solo en filosofía, el esfuerzo por comprender las fronteras de lo real está en la base de cualquier orientación experimental o aplicada del conocimiento sobre la propia mente y la mente social y cultural. A pie de calle la realidad es… pues eso, la realidad. Aquello de lo que podemos hablar y estar de acuerdo, aquello que se repite sistemáticamente y sobre lo que no podemos influir, lo que se toca, ve, escucha, huele o degusta. Por tanto, cuando hablamos de la realidad hablamos de un “todo” que nos rodea y del cual formamos parte inextrañable.

Sin embargo, sucede una cosa curiosa cuando pensamos en la realidad, y es que, para empezar, somos capaces de describirla como un objeto, le añadimos determinantes incluso posesivos y hablamos de “la”, “una”, “nuestra” o “su” realidad, como si algo tan monolítico pudiera admitir variaciones o ser múltiple (“realidades”).

Así que, sin darnos cuenta, la hacemos más líquida, más maleable, al poder manipularla con el lenguaje. Para seguir, tenemos un serio problema cuando tratamos de extraer con esfuerzo la esencia irreductible de “lo real”; y es que eso que tratamos de describir y perfilar con asepsia y rotundidad irrefutable, en nuestra vida cotidiana nos llega a través de nuestros sentidos y, por tanto, de nuestra subjetividad. Porque, sí, lo veo, lo oigo, está ahí para mis sentidos, pero inmediatamente y sin poder decidir sobre ello, mis ojos y oídos envían ese estímulo de forma eléctrica a las partes del cerebro correspondientes para su elaboración y comprensión.

Y este proceso es profunda e íntimamente subjetivo, y nuestro inconsciente se encarga de ello sin que podamos decidir si ser o no nosotros mismos al mirar, escuchar, sentir o degustar. Bien. Entonces, si no podemos fiarnos de nuestra percepción para ser completamente objetivos, girémonos hacia los demás, porque, aunque tengan el mismo problema que nosotros, por lo menos, son muchos, y tantos no pueden equivocarse.

Sin embargo, en otras partes del mundo, hay otros “muchos” –y según a qué respecto, muchos más– que no verían la realidad como “nosotros”, por lo tanto no podemos decir que esta sea “la” única realidad.

Pues entonces hablemos de física, medicina y, sobre todo, matemáticas, pero incluso aquí tenemos dificultades, ya que normalmente no regimos la vida por estas maneras de comprender el mundo. Incluso la estadística, que podría darnos una visión intermedia entre lo estrictamente teórico y las variaciones de la vida, deja puertas traseras por las que lo que afirma no se cumple en un tanto por ciento de los casos, de las personas… ¡Menudo lío!

Entonces, si no podemos salir de nosotros mismos, si los otros tampoco pueden salirse de sí ni cuando nos dicen que la realidad es esto o lo otro, si la ciencia experimental tiene resquicios y en el otro lado del mundo piensan e incluso sienten diferente e, incluso, si lo que nos dan como objetivo no nos sirve para regularizar ni predecir nuestras vidas hoy o en el futuro…

Entonces, por lo menos a mí, se me viene una idea a la cabeza: si el mundo en el que vivo está en mi experiencia de lo que percibo, ¿si cambio algo de mí, cambia el mundo entero? ¿Cambia la realidad en sí misma?