IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

Todo se cae

La arquitectura es el resultado del intento de las personas de colocar una materia (piedra, madera, hielo, barro, paja) de una manera determinada para crear un refugio y resguardarnos del exterior. Esa manera de situar la materia es lo que llamamos construcción, y la infinidad de libros, charlas y debates en torno a la arquitectura no vienen a ser sino capas superpuestas a este hecho inicial.

La gravedad es, por tanto, la fuerza fundamental de todo esto y la aproximación al problema no ha cambiado tanto desde que los romanos realizaban opus caementicium, el precursor del moderno hormigón. De hecho, todos los logros tecnológicos del siglo XXI se van al carajo cuando la propia norma europea de construcción “obliga” a los proyectistas a certificar una estructura tan solo para cincuenta años de aptitud de servicio.

Evidentemente, la legislación no predice un colapso estructural como el del viaducto Morandi de Génova (aunque este colapsó exactamente a los cincuenta años de su construcción, mientras los puentes tienen la concesión de tener que “durar” cien años por ley), pero sí una merma de la calidad y el confort. Y es que las cosas tienen la manía de caerse hacia abajo y un movimiento de tan solo un centímetro en una estructura de hormigón provoca en varios pisos superiores grietas y fisuras que asustarían a cualquiera.

Desconocemos si Honorio Martín, propietario del inmueble del Callejón de Menores nº 12 de Toledo, debió pensar en la inevitabilidad del deterioro de las estructuras cuando, abrumado por el coste de la rehabilitación, cedió su edificio al Consorcio de Toledo, entidad que gestiona y rehabilita el patrimonio arquitectónico de la ciudad.

El edificio de Menores 12 es una tipología típica castellana con un patio central que funciona a modo de corrala, haciendo de regulador de temperatura en los calurosos veranos y fríos inviernos del lugar. Los proyectistas de la rehabilitación de este inmueble, Josefa Blanco Paz y José Ramón González de la Cal (PAZ+CAL Arquitectura), cuentan cómo en 2012, cuando entraron por primera vez, se encontraron con trazas de muros romanos del siglo I en los cimientos del sótano, aljibes mozárabes, pisos de madera –llamados alfarjes–, pilares ochavados del siglo XVI y suelos de baldosas hidráulicas de principio del siglo XX, además de yeserías, pinturas, detalles…

Esa riqueza de soluciones constructivas contrastaba con el estado ruinoso de la edificación, que tenía el tejado y parte del primer piso derrumbados. La problemática se acuciaba al tener un grado de protección alta en el Plan Especial del Casco Histórico de Toledo, hecho que, aunque protege la identidad arquitectónica del edificio, normalmente carga al propietario con un tipo de rehabilitación más costosa. Cuando se recibe el encargo de restaurar un inmueble así, los números solo suelen cuadrar cuando entra la retroexcavadora y se lleva por delante todo, dejando acaso los muros perimetrales en pie para volver a levantar unos pisos interiores más o menos similares a los que existían.

Esa opción se descartó desde el primer momento, y el proyecto se convirtió en una investigación en sí mismo. González de la Cal, profesor de la por entonces recién fundada Escuela de Arquitectura de Toledo, lideró junto a Javier Bernalte un grupo de alumnos de la Escuela de Arquitectura que se implicaron en buscar una solución al problema de cómo rehabilitar Menores 12. Sus pilares de actuación fueron tres: uno, conservar al máximo los elementos históricos; dos, resolver problemas estructurales de manera que se conviva con lo existente y se pueda revertir en un momento dado; y tres, plantear una distribución mediante cerramientos ligeros que permitan muchas combinaciones del espacio.

Patio-escultura. Dividido en tres fases, en la restauración lo primero que se realizó fue una estabilización estructural mediante un entramado que “colonizaba” el patio dándole apoyo y garantizando que no se cayera más. Esta estructura convive con la existente y el patio se convierte en una gigantesca escultura que bien pudiera haber firmado el artista Ben Butler.

En las dos siguientes fases, se han realizado los cerramientos ligeros para dar acomodo a cuatro estancias, de aproximadamente 60 metros cuadrados, repartidas a modo de viviendas. Para evitar la costosa –y pesada– inserción de tabiquería tradicional de ladrillo, los espacios “húmedos” de la casa (cocina y baño) se han agrupado en un núcleo que aglutina todas las instalaciones, y en la que se engancha una bomba de calor que proporciona el confort térmico necesario en invierno.