IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Códigos binarios

A menudo, por el trabajo que desempeño, me tengo que preguntar sobre si lo que estoy proponiendo, la hipótesis que estoy utilizando o las herramientas que pongo en juego funcionan o no, si le sirven o no a la persona que tengo enfrente. Del mismo modo, evalúo el avance de esa persona en función de sus objetivos, igual que lo hace él o ella. Y en función de esas preguntas, tomo decisiones que regulan mi trabajo. Y, a menudo, tengo que mantener ojos y oídos abiertos (además de otros sentidos) para captar las sutilezas de la posible respuesta positiva o negativa a esas preguntas.

En nuestra cultura tenemos una instalada tendencia al pensamiento binario, y en mi caso, no solo en mi consulta sino también en la vida en general tengo que prestar especial atención para que mi pensamiento sea divergente de esas dos categorías discretas. Una evaluación rápida, o incluso las miles de evaluaciones automáticas que hacemos todos los días, se basa en esta separación excluyente entre lo que funciona y lo que no, lo que vemos y lo que no, lo que podemos hacer y lo que no, y esos dos “tanques” no tienen vasos comunicantes que nos permitan el trasvase de sutilezas.

Esta manera de pensar, basada en la lógica y tan valorada socialmente (ser claro y trazar líneas excluyentes para algunas personas parece signo de convicción, de entereza y honestidad), no siempre nos es suficiente a la hora de manejarnos y, de una manera u otra, tiene el potencial de convertirse en una cárcel mental para nosotros mismos.

La predictibilidad es uno de los aspectos relevantes a la hora de instaurar este pensamiento dual, ya que saber si él o ella, “sí”; o él o ella, “no”, nos permite al resto saber cómo va a actuar (si obviamos la mentira, claro), y por lo tanto, le pedimos que se signifique, que sea claro o clara con lo que piensa sobre los temas que nos incumben. Y entonces, cuando nos encontramos a alguien que alterna entre estos dos polos, sentimos suspicacia y tendemos a tildarle de incoherente, poco de fiar o, al menos, de tibio.

Otro de los aspectos que nos empuja a pedirnos una posición nítida es el poder. El poder de la información y precisamente de control sobre esta predictibilidad o impredictibilidad del otro (si no sé si tú sí o tú no, y tú sí lo sabes de mí, entonces, tú tienes más poder sobre mí que yo sobre ti). Sin embargo, esta exigencia no solo sucede de puertas para afuera; de puertas para adentro también nos la imponemos. En este caso, la presión viene también influida por si los otros van a pensar de mí lo descrito anteriormente, pero sobre todo por la huida de la propia vulnerabilidad. No tener un sí o un no claros, aparte de las críticas anteriores, también puede venir dado por múltiples razones: por ejemplo, no tener la información suficiente sobre algo y no querer aventurarse “con todas las consecuencias” al sí o al no; también por sentir que el otro nos está manipulando o que tiene una necesidad particular para que nosotros nos apresuremos a darle un sí o un no; o porque, simplemente, no queremos elegir y deseamos algo de ambos “bandos”, por llamarlo así.

Pero también hay una reivindicación posible de esta vulnerabilidad, del “no saber” o del no querer jugar a “eso excluyente que me propones”, porque es la reivindicación de nuestra diversidad tanto interna como externa. Sea como fuere, nuestra propia mente y nuestro entorno social y cultural no nos ponen fácil pensar en grises o en terceras vías y, sin embargo, parece que la creatividad de las terceras vías –y su vulnerabilidad– es la que va a conseguir que nos inventemos un mundo distinto, que necesitamos y por el que algunos peleamos.