IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBÉNIZ
ARQUITECTURA

La desigualdad de los votos urbanos

En los días previos a los comicios en el Estado español, que se celebran hoy, la izquierda estatal temía la atomización de su voto y, sobre todo, un fenómeno de abstencionismo que permita a la derecha coaligarse para liarse a tiros con el estado del bienestar y liberalizar a troche y moche. Muchas voces están volviendo su mirada sobre el por qué del abstencionismo, haciendo hincapié en lo localizado que está en determinados barrios de renta baja. Y es que, en el capitalismo urbano avanzado, el pobre no va a votar y el rico sí.

En el análisis urbano la generalización sí es posible y deseable; los indicadores sociales están fuertemente relacionados con el tejido urbano que soportan las actividades de la ciudadanía. “Indicador” es un término proveniente de la sociología que sirve para medir y comparar actividades humanas de distintos grupos; en este caso, barrios que votan o no votan. Cuando se realizan comparativas a gran escala, cruzando datos sociológicos y urbanísticos, el límite físico de un barrio aparece casi con exactitud, calle arriba, calle abajo. El indicador de abstencionismo no es el único relevante para medir las desigualdades entre barrios; los indicadores de esperanza de vida, fracaso escolar o población sin estudios, índice de paro o desocupación, calidad de conservación de las viviendas, o los condicionantes ambientales –ruido, contaminación...– son determinantes para saber si una zona tiene gente rica o pobre viviendo en ella.

Las grandes concentraciones urbanas, en tanto en cuanto puntos calientes de los procesos capitalistas, concentran las desigualdades entre ricos y pobres más importantes del territorio. En Hego Euskal Herria, los tres barrios más pobres se encuentran en la mayor urbe, Bilbo. “Pobre” es un término, no obstante, que por reduccionista e inexacto ha caído en el desuso, y ahora es preciso hablar de “barrios vulnerables”, ya que la pobreza no se debe de entender como un límite claramente definido y nítido, sino un concepto transversal que permite tener, en toda su perversión, trabajadores a tiempo completo que no llegan a fin de mes.

Los barrios vulnerables se definen no por ser pobres en la concepción tradicional del término, sino que hablan de una posible precarización y caída en la marginación de su población. En la definición de esas vulnerabilidades entran los indicadores que ya se han mencionado (esperanza de vida, nivel de estudios, índice de ocupación, etc.). La tendencia de las Administraciones con un mínimo de visión a medio plazo pasa por la prevención de la marginalidad, más que en solventar problemas muy arraigados, mucho más difíciles de resolver.

Estos barrios vulnerables, hayan caído o no en procesos de marginación, sufren de las presiones que el capitalismo vierte sobre la trama urbana, que empuja con fuerza la ciudad hacia la desigualdad. Conviene recordar que los datos de final de década no dejan atisbo de duda: el 20% de los más ricos tienen el 94,5% de la riqueza mundial. El reparto de riqueza se agudiza entre ricos y pobres según el capitalismo tiene más tendencia liberalizadora, como Estados Unidos, Oriente Medio o países emergentes. Más allá de las cifras macroeconómicas, en la CAV hay más de cien mil personas en riesgo de vulnerabilidad, en cantidades parecidas a 1986.

Diferencias por barrios. Nuestras ciudades están divididas según la renta per cápita media de los barrios. En algunos estadísticamente se vive más, se engorda menos, se contraen menos cánceres, no hay apenas casas de apuestas, se gana más y el día de elecciones se depositan más votos en las urnas. Pensar en las razones de esto debe de pasar, necesariamente, por entender que no podemos desligar la actividad humana del escenario físico y urbano en el que sucede. El urbanismo es en una gran parte directamente responsable de estas desigualdades, bien sea por conceder licencias de actividad a determinadas actividades (AirbnB, locales de apuestas, grandes superficies comerciales), bien sea por no realizar intentos de frenar los precios, bien con sufragar con dinero público infraestructuras viarias que permiten a la gente “rica” hacer su vida mediante el automóvil (en ese mantra de casa-trabajo-gimnasio-centro comercial-extraescolares-casa) sin prácticamente pisar el espacio urbano.

Hay quien piensa que estas estrategias de segregación y dispersión son intencionadas, y razones no les faltan. Existen fenómenos como el redlining, las políticas de gentrificación o la turistificación de los centro históricos o el desmantelamiento de los servicios de transporte público que es complicado pensar que se realizan sin una intencionalidad o, por lo menos, sin un conocimiento de las consecuencias reales de los mismos.