IKER FIDALGO ALDAY
PANORAMIKA

Responsabilidad

El museo contemporáneo sigue manteniendo el estatus que lo situó como templo de la cultura de la modernidad. A pesar de las constantes dudas que plantearon las vanguardias, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, pervivieron tanto sus espacios de legitimación como su posición dentro del sistema cultural. El museo pasará de ser un espacio de conservación, almacenaje y exposición, a reconvertirse en un emisor de discurso crítico y político en relación a la sociedad de la que forma parte. La evolución del propio sistema y de los agentes que lo componen permitirá que muchos años más tarde, entre el auge del turismo cultural y la reconversión urbanística de las ciudades que abandonan la industria para centrarse en el sector servicios, prolifere la creación de nuevos centros que ayudan a la constitución de una imagen-marca de la ciudad al servicio del desarrollo económico.

El rol del museo de arte contemporáneo parecerá banalizado y su papel, en constante duda y redefinición, deberá ser revisitado desde nuevas ópticas que permitan un equilibrio entre el anhelo de las visitas masivas y el cuidado de los lugares más frágiles. Tras todo este escenario subyace una diferenciación inevitable que reside en la fuente de financiación. Si bien un centro público parece obligado a servir programación para todos los estratos de la ciudadanía, debe tener en cuenta el peligro que puede suponer dejar de promover un contenido crítico para caer en el lado del entretenimiento fácil y de la contemplación. Es un ejercicio de responsabilidad asumir un papel protagonista en el devenir social del contexto al que se pertenece.

El equipo de mediación del Centro Internacional de Cultura Contemporánea Tabakalera de Donostia inició desde los primeros pasos del proyecto un trabajo en torno a la memoria de la propia fábrica, que durante noventa años estuvo dedicada a la producción de tabaco. Las cigarreras, trabajadoras de un lugar que pasa de convertirse en un espacio de producción industrial a un proyecto cultural, forman parte indiscutible de una memoria que es tan individual e íntima como colectiva y compartida. La transformación del propio edificio, al unísono con la evolución del entorno que lo rodea, forma parte de un relato que las propias protagonistas han conformado en un proceso colectivo fruto de una relación horizontal que el departamento y el grupo de mujeres han ido trabajando, fortaleciendo y cuidando. El espacio Bodega, situado en la entrada que da a la plaza Néstor Basterretxea, inauguró en julio del pasado 2018 una exposición bajo el título “Archiveras del humo. Kearen artxibogileak” que casi un año después, el próximo día 5, cerrará sus puertas con una serie de actividades públicas. La propia muestra es una etapa más de un trabajo procesual que ha conseguido la generación de un lugar para la construcción de una memoria activa que renuncia al espacio autocomplaciente de la nostalgia.

Un entorno de complicidad colectiva desde el que enunciar un alegato que tiene que ver con la experiencia vital de quien habitó aquellas salas que hoy ofrecen contenido cultural. El display expositivo, coordinado junto con la artista Sahatsa Jauregi Azkarate (Salvador de Bahía, 1984), aparece dividido en paneles que ayudan a organizar el visionado de documentos, postales, carteles o cartas y presentan a su vez conversaciones en vídeo en las que podemos escuchar a las cigarreras que forman parte del grupo de trabajo. Un trabajo inequívocamente colectivo que, sin duda, merece la pena ser visitado para entender la globalidad de este proyecto compuesto por múltiples capas.

Naiara Goikoetxea llega a la fachada del edificio de la Alhóndiga de Bilbo dentro del proyecto de intervención en la pared exterior del centro que ya reseñamos en estas páginas. “Tres gracias” es la pieza que Goikoetxea expone en el programa “Proyecto Fatxada” hasta el día 15 de julio. El skate y la música están presentes en este trabajo que se acerca a la estética del cómic y el diseño gráfico.