IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Al mismo tiempo

Por qué, a medida que pasa el tiempo, es tan difícil a veces mantenerse firmes en algunas decisiones o actuar de forma coherente según lo dicho cuando se dan circunstancias nuevas? Por un lado, está la diferencia fundamental entre nuestro mundo interno y el externo. Como seres humanos tenemos incorporados los recursos para la adaptación y uno de los imprescindibles es la imaginación, en forma de previsión de esos escenarios posibles entre los cuales elegir el más adecuado.

Al hacerlo, esa imagen mental del escenario real (una decisión laboral, un comentario que nos exige respuesta o una reunión familiar…) digamos que entra en nuestro mundo, en el mundo de nuestras vivencias, expectativas y tiene que contaminarse de él. Es decir: ¿cómo esta elección, en comparación con esta otra, mueve mi mundo interno? Si me imagino, por ejemplo, diciendo a alguien «no vuelvas a hablarme» sentiré unas cosas y si me imagino diciendo «vamos a arreglarlo», otras distintas; pero esas sensaciones y emociones son tales porque hemos hecho confluir una información exterior, un escenario exterior con lo que, por dentro, es relevante para nosotros o para nosotras, bien porque son nuestros valores, nuestra historia, nuestros deseos… Así que, ya desde el principio, en la propia percepción suceden por lo menos –hemos simplificado muchísimo– dos procesos al mismo tiempo.

Precisamente esa capacidad de imaginar reacciones y consecuencias es tan poderosa que, cuando tomamos una decisión, somos muy capaces de querer –sin querer– extrapolar directamente la consecuencia imaginada al mundo, como si, por haberlo imaginado, este tuviera que reaccionar tal cual. Y ¡oh, sorpresa! La realidad reacciona a menudo como le da la gana. Esta nueva información vuelve a entrar en nosotros, en nosotras, y el proceso anterior se repite, esta vez más restringido.

También debemos tener en cuenta que las personas no pensamos, sentimos ni imaginamos de una misma manera todo el tiempo, ni siquiera cuando lo hemos hecho antes ante una situación que hoy se repite –ya que el tiempo hace que cambiemos internamente, incluso a lo largo del día–. Esto quiere decir que ante una misma situación se desencadenan en nosotros o en nosotras mecanismos diferentes, complementarios entre sí, pero aparentemente contradictorios a veces.

Podemos –solemos– tener ideas contrapuestas, emociones ambivalentes, sensaciones físicas cambiantes, necesidades simultáneas, etc. Y precisamente esa fluidez interior nos permite decidir habiéndonos recorrido por dentro –a menudo sin darnos cuenta–, y habiendo sopesado automáticamente muchos de los aspectos en los que esa decisión inminente nos va a afectar. Sin embargo, hacia afuera no solemos dar más que una respuesta, una que dirija la acción de manera clara y que también los demás puedan catalogar sin duda –muchas veces es la posible crítica a nuestra incoherencia la que hace que nos empeñemos en dar una respuesta, cuando son muchas las respuestas posibles y pertinentes–.

Nuestra propia manera natural de registrar los estímulos y procesar la información, en confluencia con la interacción con los demás, ya nos pone en un brete, ya que tomar decisiones siempre implica dejar fuera otras conductas que cubrirían otras partes del espectro. Cuando nos damos cuenta de la existencia de esas otras partes que no se ven beneficiadas o que quedan descuidadas por dicha decisión, a veces, sentimos el impulso de cambiar para así cubrirlas. En particular porque, a menudo, solo con imaginarnos tomando ciertas decisiones y poniéndolas en voz alta, la tensión relacionada con la necesidad de decidir se alivia, y nos sentimos más libres para optar por otra conducta, emoción, pensamiento o relación. ¿Significa eso que somos incoherentes? Quizá de lo que se trata es de que nos caracteriza el polifacetismo, la ambigüedad y la complejidad y, quizá por eso mismo, podemos tomar buenas decisiones adaptativas.