Lo sabemos; sí, somos conscientes de ello. Hay que tener cuidado con lo que consumamos en verano, sea en chiringuitos o en ventas ambulantes, ya que no todo vale para echárselo al coleto. Las intoxicaciones alimentarias son endémicas al verano, porque el calor es el elemento donde mejor proliferan los virus, las bacterias y cualquier hongo indeseable que busca una compañía cómoda donde instalarse. Es debido a las altas temperaturas favorecen la proliferación de los microorganismos patógenos, al igual que la rotura de la cadena del frío. Si esto mismo nos pasa en nuestra casa, podemos imaginar qué sucede con los alimentos, helados, granizados y demás que, lanzados en alegre biribilketa por las playas o las txosnas, buscan víctimas propiciatorias para otros que gustan del picoteo: los insectos. Y estos no reparan en gastos.

Las recomendaciones para evitar sustos gastrointestinales veraniegos son más largas que los diez mandamientos, pero lo primero es lo esencial: el agua. No hay que tomar granizados o batidos con trocitos de hielo ni aquí ni en Honolulú; es preferible un botellín de agua envasada super congelada. El mismo cuidado es el que hay que tener con las verduras frescas y los crustáceos o moluscos, pues ya se sabe que cualquier agua de lavado no vale.

Es conveniente huir también de las salsas mayonesas, las cremas y las natas, y de los asados (sí, pintxos morunos, kebabs, hamburguesas y demás) porque las carnes deben estar bien refrigeradas y a buen resguardo hasta su elaboración. No vale ponerlas sobre la encimera de la cocina con un papel de alumino o de film si luego, una vez cocinadas, se exponen en mostradores descubiertos. Y ni que decir tiene que sobre todo hay que tener cuidado con las tapas o pintxos de alimentos crudos (sobre todo los exóticos, como sushis y carpaccios).

No es cuestión de quitaros el apetito con esta retahíla, pero a los parásitos les encantan vivir del ajeno y, una vez instalados, son muy difíciles de desahuciar, incluso con un desahucio exprés.