José Antonio Martínez
La belleza de la vida y el drama de la muerte

Efímeras de Tudela, las hadas del puente

Cada verano, entre los meses de agosto y setiembre, poco después de que la oscuridad caiga sobre la ciudad de Tudela, miles de millones de efímeras invaden el puente medieval del río Ebro atraídas por la tenue luz de sus farolas. Es una aglomeración colosal que rebasa los 300 metros de longitud, un enjambre titánico formado íntegramente por efímeras de la especie Ephoron virgo, unas pequeñas criaturas nocturnas que, tras sincronizar su metamorfosis, emergen masivamente de las aguas del río para reproducirse.

Las formas larvarias (ninfas) son acuáticas, pero una vez que alcanzan la forma alada, ya como adultas, su vida es extraordinariamente breve; a partir de ese momento ya no se alimentarán ni volverán a detenerse hasta que llegue su final. Las cópulas son aéreas, fugaces como chispas, y todo su comportamiento nupcial lo desarrollan a un ritmo frenético; solo cuentan con unas dos horas de vida, tal vez menos. Tienen que vivir su momento. Después, agotadas sus reservas, los machos mueren tras la cópula y las hembras una vez realizada la puesta.

Pese a lo que pudiera parecer, no son una plaga; de hecho, esta especie desapareció en la segunda mitad del siglo XX en buena parte de los grandes ríos europeos a causa de la polución de las aguas. Por ello, la presencia de estos enjambres no es sino el reflejo de la calidad de las aguas que habitan. La masiva sincronización de las emergencias responde a una fórmula evolutiva para facilitar el encuentro entre los sexos, así como a la estrategia del rápido saciado de sus depredadores potenciales. Son criaturas delicadas, fascinantes y asombrosas, una de las primeras formas de insectos sobre la Tierra.

Ephoron virgo es una de las 148 especies de efímeras citadas en la península Ibérica, de un total de 3.330 conocidas hasta ahora en el planeta. Las hembras de esta especie ovopositan sobre la superficie del río. Para ello, expulsan dos cápsulas amarillas que se disuelven en contacto con el agua y cuyos huevos se adhieren a las gravas del fondo. Pero no todo es tan breve en la biología de estos insectos. Las puestas sufren un largo periodo de diapausa (un estado fisiológico de inactividad temporal) de ocho meses hasta la eclosión de las ninfas, cuyo ciclo larvario dura entre tres y cuatro meses en galerías que excavan en los lechos arcillosos, arenosos y de gravas. Las altas densidades de ninfas por metro cuadrado en estos sustratos conforman una importante biomasa para la alimentación de peces y otros tipos de fauna del ecosistema acuícola.

Esta es la historia de un espectáculo profundamente hermoso y a la vez conmovedor; una historia a caballo entre la belleza de la vida y el drama de la muerte. La atracción por la luz de las farolas es una trampa mortal, una fuente de contaminación lumínica que hace que millones de estas frágiles criaturas acaben trágicamente sobre el asfalto de la carretera sin la oportunidad de depositar sus huevos en el río. Sin embargo, es también una historia con final feliz, ya que esa misma contaminación no parece afectar a sus poblaciones.

Y así, estas hadas de la noche retornan cada verano a Tudela para reescribir su propio relato, para iluminar los cielos de este puente con el brillo de su magia efímera. Cuando te hallas entre ellas, sumergido en sus danzas aéreas, hay momentos en que no ves absolutamente nada; es como estar aislado por el encanto misterioso de la bruma, como estar inmerso entre el blanco silencio de una ventisca, mientras las efímeras, de hasta cuatro centímetros incluida la cola, imparables, se te cuelan como copos de nieve entre la ropa o incluso en los oídos y en la boca. Pero son completamente inofensivas; el roce de sus cuerpos, de sus colas y alas sedosas se reduce a un suave cosquilleo en la piel, como una caricia de algodón. Leve y efímera.