IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

¿Quién es ese para mí?

Es tan estrecha la necesidad de contar con los demás que la relación con ellos tiene el poder de caracterizar incluso el valor propio; por así decirlo, y nos demos cuenta o no, incorporamos su visión a nosotros mismos, sea esta positiva o negativa, en particular cuando estas personas son relevantes en nuestra vida. Para algunas personas pensar en esta profunda influencia es incómodo, ya que parece que nos resta autonomía, individualidad e independencia mirar tanto al otro.

Sin embargo, junto con la “naturaleza” interna, la relación con los demás ha sido uno de los temas centrales de estudio para entender al ser humano a lo largo de los tiempos, por el mero hecho de que estamos permanentemente en relación, y es en las relaciones donde suceden las cosas más importantes de nuestra vida. Empezando por el propio nacimiento, el aprendizaje, el emparejamiento, la maternidad y paternidad, la enfermedad, el trabajo, la creatividad y la propia muerte, suceden en relación –y aunque hubiera ausencia de una suficientemente significativa, existiría la necesidad y añoranza de la misma–. Es por esta permanencia y el constante impacto mutuo, que esta conexión entre personas marca el mundo psicológico, lo que se piensa y siente, pero también influye profundamente en la manera en la que se organizan los aspectos “razonables y objetivos” del mundo humano.

Cómo se generan los grupos sociales, se organiza la política o cómo se toman las decisiones empresariales, es a menudo reflejo del marco de referencia relacional de los integrantes de dichos grupos, es decir, quién es el otro para mí cuando tomo tal o cual decisión –no hay más que ver los conflictos entre líderes mundiales que parecen más propios de adolescentes bravucones que de adultos razonables–.

Si bajamos a pie de calle, esta sencilla cuestión de quién es el otro para mí, lo impregna todo. ¿Quién es mi pareja para mí? ¿quiénes son mis amigos para mí? ¿mis dirigentes? ¿la persona que me sirve el café en el bar? ¿quién es la que me impide el paso con el coche cuando yo voy a cruzar? ¿quiénes son esas otras personas que me venden cosas por la calle? ¿y las que salen en la televisión? Y ese “para mí”, lo cambia todo; ya que, en función de esa radiografía, de mi posicionamiento, tomaré unas decisiones u otras, me sentiré más acompañado o menos.

En definitiva, en función de la respuesta a esa pregunta, los demás me influirán de una forma u otra y viceversa. Y la respuesta a esa pregunta creará una imagen de lo que esperar de ellos, la cual va a tener un gran poder de influencia; generará fantasías, imaginaciones, que luego se convertirán en realidad cuando haya ocasión, en un encuentro cotidiano cualquiera.

Lo pensemos o no, todos tenemos una idea al respecto de los otros, condensada a partir de múltiples experiencias, de diálogos mentales sobre los demás, de las noticias o las historias que nos cuentan, que luego da forma a nuestras creencias o nuestros valores sociales. Sin embargo, de nuevo, también hay cierta elección en ella, y por tanto, cierto control y responsabilidad. ¿Creo que tenemos el mismo valor? ¿puedo o quiero entender que esa otra persona tiene un mundo propio que puede ser diferente al mío? ¿querría saber por qué ese mundo interno tiene sentido para él o ella? ¿estoy dispuesto a imaginarme sus circunstancias? ¿en qué la necesito? ¿cuándo tengo que poner un límite a su influencia? ¿tienen derecho a cambiar o son figuras estáticas en su forma de ser? La manera en la que nos interrogamos sobre el otro –o no lo hacemos– tendrá una influencia sobre cómo nos organizamos psicológica y socialmente, en nuestra percepción de nuestra autonomía y en la colaboración o competición con los demás.